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Dominick Dunne, el cronista de Hollywood indignado con una justicia para ricos

Dominick Dunne  junto a O.J. Simpson en 2008, durante el juicio contra el deportista

Carmen López

La esposa perfecta, el marido poderoso, la amante irresistible, la inocente heredera, la diva del ayer y el escritor íntegro. Todos son personajes de Una mujer inoportuna (Libros del Asteroide, 2019) y en cada uno de ellos se puede reconocer, en mayor o menor medida, algún detalle relacionado con la vida del autor. Dominick Dunne tuvo la suerte y la desgracia de conocer desde dentro la vida de Hollywood y utilizó su experiencia para escribir una novela que es una denuncia disfrazada de misterio y enredos.

El escritor sitúa la trama en Los Ángeles a principios de los años 90. En la ciudad conviven las realidades de siempre: por un lado, están los ricos y famosos. Y por otro, el resto de los mortales. Dentro del primer grupo también hay niveles, porque no es lo mismo ser un director de cine que un poderoso hombre de negocios que se codea con la Casa Blanca. Por encima de todos está la Mafia, por supuesto, que maneja los hilos de manera sigilosa pero eficiente.

Pauline y Jules Meldenson son el matrimonio estrella de esa aristocracia norteamericana que no necesita coronas para reinar. Ella, elegante, anfitriona perfecta y entregada cultivadora de orquídeas. Él, mago de las finanzas y aspirante a jefe de la delegación americana durante la fundación de la Unión Europea. A su alrededor, Héctor, el mejor amigo de Pauline y farandulero de pro; su sobrina Camille, niña rica y viuda precoz; Flo, la amante que soñaba con ser actriz de teleseries y Phillip, el escritor que busca la verdad sin amedrentarse por el poder del dinero.

La historia arranca con una fiesta en casa del matrimonio en la que se dan cita todos “los que importan” y que sirve de puerta de entrada a la vida social de la ciudad para Phillip. Después del evento ocurrirá algo que amenazará con sacar a la luz los sucios secretos que se esconden tras la fachada del éxito. Todos los indecentes mecanismos que se activan para controlar a la justicia a golpe de talonario son los verdaderos protagonistas de la historia.

Resulta difícil no intentar ponerles nombres reales a los sujetos inventados o imaginar quién podría interpretarlos en la pantalla. De hecho, en 1991 -solo un año después de que el libro se publicase en Estados Unidos- la cadena televisiva ABC hizo una miniserie basada en la novela con Rebecca de Mornay, Chad Lowe, Peter Gallagher, Jason Robards y Elaine Stritch (nominada a un Emmy por su interpretación) en el reparto.

Plegarias atendidas

La primera parte de la vida de Dominck Dunne estuvo marcada por la necesidad de reconocimiento. No tanto por ego, sino por ganarse la aceptación de aquellos a los que admiraba. Primero de su padre, un eminente cirujano cardiovascular que sacaba balas de corazones y le llamaba sissy (marica), lo cual le hundía en la miseria. Nunca fue capaz de cambiar la percepción que su progenitor tenía de él. De hecho, cuando volvió de combatir en la Segunda Guerra Mundial con una condecoración, solo se asombró de que no fuese su hermano el que la hubiese conseguido.

Continuó la vida con esa carga a las espaldas y en 1954 se casó con Ellen Griffin Dunne -Lenny para todo el mundo- y vivieron en Nueva York. Él trabajaba en televisión, pero cuando conoció Los Angeles y el glamour del entorno de las grandes estrellas decidió que su sitio estaba allí. Tuvieron tres hijas (dos de ellas murieron en la primera semana de vida) y dos hijos. Dominique, la superviviente de las niñas, se convirtió en su ojito derecho ya que, según explica en el documental Dominick Dunne: After the Party, ella era como la representante de las tres. Un dato importante para el futuro.

La vida social de la pareja era trepidante. Fiestas en su casa con Jane Fonda, Steve McQueen, Natalie Wood y todas las celebridades que quisieran apuntarse. Eventos en la ciudad, reuniones nocturnas en las mansiones de los famosos. Hasta Truman Capote asistió a uno de sus bailes “Gran bailarín e invitado. Aunque luego no nos invitó a su fiesta de máscaras Black & White [considerada la mejor fiesta de la historia y ‘basada’ en la que dieron los Dunne]”, recuerda con tirria en la cinta.

En 1965 Lenny le pidió el divorcio, harta de aquel desenfreno del que él no quería salir. Al fin y al cabo, había conseguido ese reconocimiento que buscaba desde la infancia. Prominente ejecutivo televisivo -vicepresidente de Four Star Television-, a principios de los 70 se pasó al cine, donde produjo varias películas, entre ellas Los chicos de la banda (William Friedkin, 1970) y Pánico en Needle Park (Jerry Schatzberg, 1971). Esta última fue el primer paso hacia la fama de Al Pacino. Además el guión fue obra de su hermano John Gregory Dunne y su mujer, nada menos que Joan Didion.

Se sumergió de cabeza en el lado oscuro de Hollywood, bien surtido de drogas y alcohol hasta que en 1979 tocó fondo. Se subió en su coche y se encerró en una cabaña en Oregon durante seis meses. Salió de allí con su primera novela, The Winners y comenzó la nueva etapa de su vida como escritor.

La autoridad del talonario

Un año después de volver a Nueva York, en 1982, una llamada le despertó con una noticia que cambiaría su vida a todos los niveles: su hija Dominique, actriz de 22 años, había sido estrangulada por su exnovio esa noche. Todavía no estaba muerta cuando llegó la ambulancia pero cinco días después la desconectaron de la máquina que la mantenía con vida porque su cerebro no presentaba ninguna actividad.

Su asesino, John Sweeney, se encontraba en el lugar de los hechos gritando “La he matado, la he matado” cuando apareció la policía. La pareja había roto hacía cinco meses, después de una paliza que dejó a Dominique marcas por toda la cara y el cuello. Fue el día antes de grabar su escena en Canción triste de Hill Street, en la que precisamente interpretaba a una mujer maltratada. No necesitó maquillaje.

La joven había adquirido cierta relevancia después de encarnar a la hija mayor en la película Poltergeist. También había tenido papeles secundarios en series como Fama. Conoció a Sweeney en el restaurante en el que él trabajaba como chef y pronto se fueron a vivir juntos. Celoso y posesivo, no aceptó la ruptura y terminó en el banquillo.

Pero un caso que parecía tan claro, acabó siendo un fraude y la sentencia fue de homicidio involuntario. El asesino fue condenado a seis años y medio de cárcel, de los cuales solo tuvo que cumplir dos y medio. La familia siguió todo el proceso desde el banquillo -incluida Lenny, enferma de esclerosis múltiple- impotente ante los tejemanejes de un abogado que solo estaba interesado en ganar un caso mediático.

Tina Brown, editora jefe de Vanity Fair en aquel momento, invitó a Dunne a escribir sobre el caso en la revista. El artículo se publicó en 1984 con el título A father’s account of the trial of his daughter’s killer (El relato de un padre sobre el juicio del asesino de su hija). Escrito en primera persona -un ejercicio de periodismo gonzo- fue el primero de los muchos juicios de personajes famosos que cubriría para la revista.

Conocido por ponerse de parte de la víctima, fue testigo de los procesos de William Kennedy Smith (su libro Una temporada en el purgatorio [Libros del Asteroide, 2016] tiene bastante de ese suceso), Erik y Lyle Menendez, Phil Spector y O.J. Simpson, entre otros. Le obsesionaba que el dinero determinase de qué lado iba a ponerse la justicia, como en el caso del jugador de fútbol americano, en el que los abogados “se abrazaron contentos de haber dejado a un asesino en libertad”, afirma en el documental. En la cinta se puede ver su cara de asombro e indignación, sentado en la sala del juicio.

Llegó a tener un programa en la cadena por cable Tru Tv titulado Poder, privilegio y justicia y escribió once novelas. En el año 2000 le diagnosticaron cáncer de próstata. Después de someterse a diversos tratamientos, en 2006 decidió dejar el hospital en el que se encontraba al saber que no sobreviviría. “Causé mucha conmoción en el hospital. Pero estaba convencido de que iba a fallecer y la habitación no era el plató adecuado para mi escena. Me quedé en casa durante cinco días e hice todo lo que el médico me dijo que hiciera. Y una semana después volé a Europa”, declaró a The New York Times. Murió en el 2009 con 83 años, justo a tiempo para acabar su último libro Demasiado dinero.

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