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Pedro Sánchez y su complicada relación con el mundo de la Cultura

Pedro Sánchez junto a Iván Redondo y detrás de ellos el actor Emilio Gutiérrez Caba

Paula Corroto

Cuando Pedro Sánchez era líder de la oposición se dejó querer por el mundo de la cultura. Acudió a los premios Goya de 2018 y también al premio literario Alfaguara, entre otros eventos culturales. Una labor vistosa que forma parte de los debes cuando se está en el otro lado del poder (también lo hicieron Pablo Iglesias y Albert Rivera). Sin embargo, desde que fue elegido presidente del Gobierno, tras la moción de censura de junio, su presencia en estos lares comenzó a escasear. Ni siquiera acudió a los Goya de este año. Había otras prioridades.

La relación de Sánchez con la cultura en estos ochos meses ha sido, en algunos momentos, complicada. De hecho, no comenzó demasiado bien con la elección de Màxim Huerta, como ministro del ramo, que llegó acompañado de críticas por su pasado como presentador televisivo y que dimitió a la semana por un fraude con Hacienda (aunque la deuda estaba solventada). Los fuegos, sin embargo, se apagaron pronto al ser nombrado el gestor cultural, José Guirao, que procedía de La Casa Encendida y que había sido director del Museo Reina Sofía en los años noventa. Guirao, además, tenía una excelente relación personal con Carmen Alborch y había trabajado en el Ministerio de Cultura también en esa década. Su llegada al ministerio como máximo responsable fue muy bien recibida desde el mundo cultural que rápidamente le dio el visto bueno.  

A las pocas semanas, desde Cultura se hizo frente a la polémica que existía entre el Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela, ya que el Partido Popular pretendía crear una fundación que uniera a ambos coliseos, algo a lo que se oponían los trabajadores de la Zarzuela. El Gobierno anuló el Real Decreto que contemplaba esa fusión y el teatro apaciguó sus ánimos. También le acompañó la suerte al Ejecutivo cuando aún en junio la Subcomisión de Cultura aprobó el Estatuto del Artista, que mejoraba las condiciones laborales de los trabajadores culturales, y que reflejó el consenso entre partidos en esta cuestión. Este Estatuto siguió sus trámites parlamentarios y finalmente fue aprobado en la cámara baja en enero, pese a que no dio tiempo su aprobación en Consejo de Ministros al convocarse las elecciones en febrero para el 28 de abril.

No obstante, con estos frentes más o menos encarrilados, las principales tareas a las que se ha enfrentado el Gobierno estos ocho meses en materia de cultura han sido la tramitación de la Reforma de la Ley de Propiedad Intelectual y el desaguisado en la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Con respecto a la primera, si bien el PP puso algunas barreras para evitar la regulación de la música en las televisiones en horario nocturno, el texto que señalaba un límite del 20% de los ingresos en esta franja horaria salió adelante en las cámaras, y esta reforma sí llegó a tiempo para su aprobación.

En relación con la SGAE, Guirao enseguida entendió que era uno de los focos más importantes. En septiembre envió un apercibimiento a la entidad para que modificara sus estatutos y sus sistemas de reparto, además de que pusiera en marcha el voto electrónico. La SGAE se envió entonces envuelta en una carrera casi a ninguna parte que culminó con unas elecciones boicoteadas por un grupo de socios de las que salió ganador del gaitero José Ángel Hevia. Después llegó una asamblea extraordinaria que no aprobó la modificación de los estatutos y que derivó en que finalmente Cultura solicitara la intervención judicial a la Audiencia Nacional. Aquello precipitó una moción de censura en la SGAE con la que fue sustituido Hevia y en su lugar llegó a la presidencia la soprano Pilar Jurado. Mientras, en el Ministerio se felicitaban por haber puesto en marcha el mecanismo de la intervención.

A contrarreloj desde esta cartera se han intentado poner en marcha otras iniciativas. Como una ley propia para el Instituto de las Artes Escénicas y Musicales (INAEM), ya que el mundo del teatro lleva años pidiendo una reforma de este enorme transatlántico administrativo. También se ha intentado negociar con Carmen Thyssen para que su colección se quede en España. Se consiguió una prórroga que termina este mes de marzo, pero la negociación se encuentra aún in albis. En otros asuntos apenas se hizo nada, como por ejemplo, con la tauromaquia –Guirao anunció que no iba a acometer el espinoso tema de las subvenciones- y tampoco se estableció ninguna solución para la conservación de los fondos fílmicos, que es una las cuestiones solicitadas desde el mundo del cine.

En medio de todas estas acciones llegaron los Presupuestos Generales del Estado. En este sentido, el Gobierno de Sánchez fue generoso ya que estableció una partida de 953 millones de euros, que aumentaba en un 9,7% con respecto a los últimos presupuestos del Partido Popular. Era el incremento más alto desde hacía nueve años. De nuevo, desde la cultura hubo felicitaciones, ya que había aumentos para partidas totalmente mermadas en años anteriores como la de las bibliotecas públicas. Sin embargo, ya es conocido cómo acabó la historia. Los PGE no consiguieron el apoyo mayoritario de la cámara y quedaron guardados en el cajón.

Compromiso con la cultura

Con este bagaje, Sánchez presentó esta semana su compromiso con la cultura. Fue en el acto celebrado en el Palacio de la Moncloa –un escenario poco habitual para este tipo de eventos- sobre la agenda 2030, una serie de compromisos adquiridos ante la ONU entre los que también se encuentran la lucha contra la pobreza infantil, la desigualdad y el cambio climático.  Era su presentación, pocas semanas antes de las elecciones generales, ante numerosos miembros del entorno cultural y artístico.

Fue acompañado por actores como Carlos Hipólito, Emilio Gutiérrez Caba, Antonio Resines y Pepe Viyuela, la escritora Rosa Montero, el director Gerardo Vera y las directoras Natalia Menéndez y Carme Portaceli, el músico Toni Zenet y la artista Alicia Martín, entre otros 50-60 artistas. También estuvieron presentes directores generales de las diversas áreas del Ministerio de Cultura. Y con Guirao sentado a la derecha del presidente.

A Sánchez se reclamó un mayor apoyo económico para la Real Academia Española (RAE), como hizo la escritora y presidenta de la entidad de gestión de derechos de autor CEDRO, Carme Riera que también solicitó que “la administración se involucre más en cerrar las páginas webs piratas” y que los artistas puedan seguir cobrando “sin merma de su pensión”, en referencia a que el Estatuto del Artista consiga salir adelante. El empresario teatral Jesús Cimarro, posiblemente uno de los hombres más poderosos en el universo artístico, le pidió “un pacto por la cultura” y un mayor apoyo desde los Presupuestos Generales del Estado (para la próxima ocasión).

Sánchez intentó atraerse a la escena cultural ante unas elecciones que están a la vuelta de la esquina. Y recogió el guante: “Me apunto al pacto por la cultura”, señaló, aunque esta frase que no sea la primera vez que se escucha en estos cuarenta años de democracia. Quiso destacar cómo tras su llegada al Gobierno trasladó la Agenda 2030 –que también incluye una apuesta por la lucha contra la pobreza infantil, la desigualdad y el cambio climático- desde el Ministerio de Exteriores “donde ocupaba la última ventanilla” a Presidencia. También que este Gobierno recuperara el Ministerio de Cultura –una apuesta habitual en los gobiernos socialistas- “y que nunca desaparezca con independencia de los partidos políticos” que ocupen la Moncloa. Y recordó, afirmando que tan importante le parece una bibliotecaria como una cirujana, que la cultura supone el 3,3% del PIB y que da empleo a 700.000 personas en España. “El genio, sin industria, quedaría apagado”, afirmó contundente. ¿Cómo consolidar las industrias culturales? De eso ya no hubo tanto, aunque sí destacó la importancia del “turismo cultural, que debe asentarse”.

Fue aplaudido por los asistentes, pero en aquella sala de La Moncloa escaseaba ambiente. No era difícil recordar cómo hacía más de diez años, en un acto celebrado en febrero de 2008 en el Círculo de Bellas Artes, artistas como Joaquín Sabina, Miguel Bosé, Soledad Jiménez, Victor Manuel, Ana Belén, Concha Velasco Pedro Almodóvar, Nuria Espert y Joan Manuel Serrat habían dado su apoyo efusivo a José Luis Rodriguez Zapatero poco antes que este ganara las elecciones. Aquel grupo fue denominado con mucho sarcasmo durante años como “los de la zeja”, en alusión al símbolo que hacían con el dedo índice sobre el ojo.

Pese a ser un acto institucional, Sánchez no se encontró con este apoyo esta semana. Se han intentado iniciativas, pero ha quedado mucho por hacer. El monumental lío de la SGAE, la falta de tiempo, quizá las buenas intenciones sin llegar a ningún puerto. Había ganas, pero faltó empuje.

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