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Sobre este blog

Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.

'Matar al padre' en 1996: adiós a las viejas paternidades

Gonzalo de Castro es Jacobo en el póster de 'Matar al padre'

Belén Gómez

Que la historia de la televisión se haya prodigado siempre en familias disfuncionales no nos debe sorprender demasiado. En algunas de las series más mordaces del panorama actual, la familia es la institución a desmitificar. La diana sobre la que echar los dardos. Primer exponente del ser humano como animal social, pero también vehículo de relaciones afectivas complejas e impuestas, alivio de compartir miserias o repartir cargas.

Los Henstridge de la ficticia familia real británica de The Royals siguen con sus problemas de alta alcurnia, en una lucha de poder que ya va por su cuarta temporada. En sus antípodas sociales y económicas, los Gallagher llevan ocho años lidiando con el alcoholismo, la falta de oportunidades y los avatares de ser clase obrera en los Estados Unidos actuales de Shameless. Y entre unos y otros, los Cody lidian con los problemas de llevar una vida criminal en Animal Kingdom, sabiendo que dedicarse al crimen y formar una familia suele traer problemas (todas disponibles en Movistar +).

Así que, sí, familias disfuncionales hay muchas. Y, sin embargo, no las hay tantas como los Vidal. No al menos que hablen de manera franca al espectador español del siglo XXI. Que miren a los ojos a sus problemas, sus traumas y sus fantasmas. Mucho menos que lo hagan con la neurosis de Jacobo, interpretado por Gonzalo de Castro, protagonista de Matar al padre, y núcleo dramático de una serie que retrata las difíciles relaciones de una familia poco común en cuatro actos. Una serie que, tras recorrer festivales como el de Málaga, el D'A Film Festival y el festival Séries Mania de Lille, llegó le pasado 25 de mayo a Movistar + con un episodio piloto que nos sitúa en la Barcelona post-olímpica de 1996. Una ciudad y una familia en la que se encuentran voluntades y pensares de diferentes generaciones.

De padres, hijos y traumas generacionales

Cuando Jacobo tenía nueve años, su padre, Rafael, le voló la cabeza a su perro. Se llamaba Bólido, era un pastor alemán de pura raza al que el chaval se sentía muy unido. Jacobo creció con un padre sádico y cruel. Él se ha convertido en un padre controlador, neurótico y obsesionado con la seguridad. Y su hijo, Tomás, es un joven depresivo lleno de inseguridades.

En base a su relación, a un patrón paternofilial que atraviesa tres generaciones, el primer episodio de Matar al padre desgrana con habilidad y unos diálogos punteados de brillante sátira, un drama colectivo que nos habla de quiénes somos por quiénes nos educaron.

En el primer episodio de Matar al padre, Mar Coll sienta las bases de un drama familiar con ribetes de un debate de una actualidad sorprendente. Y consigue pintar un cuadro genial del macho ibérico, como también dejar al descubierto la irremediable transmisión de valores tóxicos ligados a la masculinidad de este –o de lo que ha entendido que significa 'ser un hombre con todas las letras'–.

Si una serie dividida en cuatro épocas distintas en las que vemos cómo evolucionan los lazos afectivos entre la familia Vidal ya desnuda emocionalmente a su protagonista como sucede en el primer episodio, significa que en los siguientes queda mucha tela que cortar. Mucho vestido que rasgar y muchas malas decisiones por tomar. Y si podemos aprender tanto como de las de Jacobo, bienvenidas sean.

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