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RUIDO Y SILENCIO

Cuando la sociedad del espectáculo golpea sin concesiones

La cantante islandesa Björk, durante su actuación en el festival de música alternativa Lollapalooza de Santiago de Chile en 2012.
11 de agosto de 2023 22:41 h

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Como si se tratase de un oscuro ritual, Ricardo López –uruguayo nacionalizado estadounidense– se afeitó la cabeza y pintó de colores su cara antes de ajustarse el cañón del revólver a la boca. Entiendo que lo hizo para dejar constancia de la locura que sufría. Días después, el mal olor junto con la sangre que se filtraba al apartamento de abajo, pusieron en alerta a uno de los trabajadores del vecindario.

Además del salpicón de sangre y los despojos cerebrales, la policía encontró el día a día de Ricardo López. El propio Ricardo López lo había registrado todo con la misma cámara ante la cual se suicidó. En sus monólogos, López confesaba miedos, frustraciones, deseos y, sobre todo, obsesiones. La mayor de todas, la mayor de dichas obsesiones, era Björk, artista islandesa a la que Ricardo López había enviado un libro bomba poco antes de suicidarse. El artefacto lo había cargado con ácido sulfúrico suficiente como para desfigurarle el rostro de muñequita esquimal. Por suerte, el dispositivo fue interceptado por la policía. 

Con todo, Björk cayó en una depresión, una reacción bioquímica causada por un suceso en el que ella se sintió involucrada. Para practicar el exorcismo con sus demonios y sacarse las espinas, Björk se bajó al sur de España y llamó a Raimundo Amador. El gitano invocó el duende de las seis cuerdas y el resultado fue un desgarro que se tituló So Broken

La historia tiene todos los componentes de un cuento de hadas donde el monstruo no consigue llevar a cabo su plan. Sin embargo, lejos de ser un cuento de hadas, lo sucedido fue una realidad proyectada por la sombra enferma de la sociedad del espectáculo; una realidad que tendrá que contar el activista cultural Fran G. Matute cuando llegue el momento de dar a la imprenta el volumen dedicado a los años noventa de su colosal trabajo por entregas titulado Esta vez venimos a golpear (Silex), donde se recoge el movimiento artístico contracultural sevillano. En su primer volumen, Matute construye el relato que va desde 1965 a 1968, y donde se deja ver el bueno de Gonzalo García-Pelayo en el número 32 de la calle Virgen del Valle, inaugurando el mítico club Dom Gonzalo que muy pronto se pondría de moda entre la juventud yeyé de la época. 

Y cómo no, en el libro de Matute también se deja escuchar el flamenco; el soniquete llega desde las galerías de ese modesto laberinto que se vino a llamar La Cuadra y donde se reunía el compromiso político de los tiempos al compás de algún discípulo guiri de Diego del Gastor. En esta entrega, Matute da cuenta de la calidad de la semilla que vino a dar en terreno abonado; origen de lo que vendría una década después con un grupo formado por un catalán que imitaba a Bob Dylan y unos gitanicos que emulaban a Hendrix con guitarras de palo. 

Con el pasar de los años, uno de aquellos gitanicos se convertiría en el exorcista que ayudó a Björk a sacarse los demonios oscuros que preñan la sociedad del espectáculo. Y lo hizo metiendo su guitarra en una canción que ha dado la vuelta al mundo varias veces, y cuya letra cabe en la misma mano del suicida que quiso parar el mundo agarrando un revólver cargado de espinas.

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