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Angélica Liddell, Premio Nacional de Teatro 2025

La artista, directora y actriz Angélica Liddell

Pablo Caruana Húder

24 de septiembre de 2025 15:34 h

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Angélica Liddell ha ganado el Premio Nacional de Teatro 2025. El jurado ha destacado especialmente la repercusión de su obra Dämon. El funeral de Bergman (2024), con la que se convirtió en la primera artista española en inaugurar el prestigioso Festival de Avignon, señalando que “sintetiza una forma de trabajar crítica, que no hace concesiones e invita a la reflexión y el debate”. El fallo del premio pone en valor, además, que “la artista ha mostrado además otras creaciones como Vudú (3318) Blixen y Terebrante, con las que ha consolidado una carrera como dramaturga, directora e intérprete”. Se trata de un reconocimiento que concede el Ministerio de Cultura dotado en 30.000 euros.

El comité ha añadido que su trayectoria ha sido definida “por un lenguaje de enorme riesgo y calidad, que la ha confirmado como un referente dentro y fuera de España para la creación escénica contemporánea”. Dentro de poco Angélica Liddell cumplirá 60 años, de los cuales 35 los ha dedicado, incansablemente, al teatro. Desde El jardín de las mandrágoras en 1991 han pasado muchas cosas. Los primeros años fueron de prédica en el desierto madrileño, con obras fundamentales como El matrimonio Palavrakis (2001) o Once Upon a Time in West Asphixia (2002). De aquella época hay muchas leyendas, penetraciones en directo, orgías en escena, laceraciones, cuchillas que cortaban la carne de la artista. Son todas ciertas.

Todo comenzó a cambiar en el 2009 cuando Liddell estrenó en Barcelona Venecia dentro del Festival Nits Salvatges organizado por La Porta. Un solo monumental en que Liddell abordaba la guerra (sic) entre Israel y Palestina. Allí pasó algo, su teatro dio un vuelco, tan confesional, político como terrorífico y, además, su público aumentó. Ya no solo eran una escasa minoría madrileña que peregrinaba a salas independientes como Pradillo, La Panadería o La Cuarta Pared, quienes sabían el torbellino centrípeto que contenía el pecho y el teatro de la Liddell.

La actriz Angélica Liddell

Pero su punto de inflexión fue sin duda La Casa de la Fuerza, que ese mismo año, 2009, se estrenó el Teatro de la Laboral de Gijón que dirigía Mateo Feijóo. Es quizá la gran obra, hasta que hace dos años estrenara Vudú (3318) Blixen, de esta inclasificable artista que ha revolucionado la escena nacional e internacional tanto por su escritura y su manera de entender la actuación como por su posición política y ética frente a la sociedad y la industria del espectáculo.

Con La Casa de la Fuerza se le abrió el mundo, llegó al Festival de Avignon y los franceses no podían creer la fuerza de su teatro, la adoraron. Angélica pasó de actuar ante treinta personas en la Casa Encendida en una performance apabullante como Lesiones incompatibles con la vida (en la que se laceraba la vagina a golpes de piedra) a que Marina Abramovic la visitase en el camerino y los teatros nacionales de Europa se la rifasen.

Ahí comienza la segunda vida de Angelica Liddell, en la que, por fin, puede producir a gran escala sus obras, con cada vez más grandes presupuestos y con largas giras. Los comienzos de trabajar en esa nueva dimensión no son fáciles, y no es hasta 2016 que llega otra gran puesta en escena ¿Qué haré yo con esta espada?.

Antes de esta gran obra, Liddell había abjurado de este país y dicho que no volvería hasta que se la tratase dignamente. Aunque es cierto que Liddell si recibió premios en este país (Casa de América en el 2004, el Premio Valle Inclán en 2007 o el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2014) también lo es que tanto los teatros públicos como privados nunca arriesgaron por ella ni su teatro. Incluso hoy en día el espectador tan solo puede acercarse a su teatro en los pocos días que los grandes festivales acogen una o dos funciones de sus obras. Su última obra, Vudú, posiblemente la obra más determinante del siglo XXI de nuestro teatro, tan solo pudo verse dos días en Madrid.

'Liebestod' de Angélica Liddell

Se trata de algo inexplicable cuando todo el sector, ya sea críticos, público o festivales internacionales, ya la reconocen como la gran creadora teatral de este país. Una creadora que además no es solo influyente por su teatro, sino también por su escritura. La editorial La Uña Rota lleva años publicando toda su obra, incluido ensayo y libros de poesía. La influencia de Angélica Liddell hoy va mucho más allá de la escena. Su influencia es patente en el cine, la poesía o el feminismo.

Su gran enfado con este país no era tan insospechado o gratuito y duró cuatro largos años. La pieza antes nombrada, ¿Qué haré yo con esta espada?, no pudo verse en España hasta 2018, cuando volvió a Madrid con esta obra y dos más, Esta breve tragedia de la carne (hermosa pieza en que Liddell se encerraba con miles de abejas en un cubículo de cristal) y Génesis 6, 6-7. Aquella Trilogía del infinito, pues así se llamó el ciclo, volvió a unir los lazos de Liddell con la ciudad que la vio nacer teatralmente.

Luego llegarían las piezas motivadas por las muertes de sus progenitores, Una costilla sobre la mesa: madre (2019) y Una costilla sobre la mesa: padre (2019), desgarradores trabajos que ahondaron en la concepción escénica de la creadora y en los que Liddell trabajó aun más sobre el duelo y la soledad.

Finalmente, en este resumen muy incompleto, es imposible no recordar el estreno hace dos años el estreno de Vudú en el Festival Temporada Alta de Girona, seis horas del mejor teatro destilado de Liddell que se antoja difícil de superar. Pero esto no ha acabado. Justo este sábado, dentro de la Bienal BOCA, bienal de arte lisboeta que este año tiene a España como país invitado, Liddell volverá a aparecer en Madrid, en el Museo del Prado. Lo hará la sala de las musas. Liddell volverá a aparecer entre Calíope, Clío, Euterpe y Urania. Nadie sabe qué hará, eso sí, lo hará siendo flamante Premio Nacional de Teatro. Algo quizá insignificante, pero bien merecido.

Además, es algo reseñable que desde que se creara este premio en el año 2000, es la primera vez que se otorga a una creadora del llamado teatro “posdramático”, una etiqueta que no contiene a la artista, pero que sí señala un teatro sin el que nuestra escena actual es incomprensible. Un movimiento que desde los años 90 sacudió el teatro de autor y de la dirección de escena tradicional proponiendo una estética y ética diferente, donde las disciplinas se mezclan, donde entra en juego el cuerpo como ente poético y político y donde la trama, la estructura narrativa y el sempiterno conflicto teatral no son el padre nuestro limitador de un arte, el teatral, mucho más poderoso y amplio. Otros nombres como Rodrigo García, La Ribot, Carlos Marquerie, Sergi Faustino, Roger Bernat, Cuqui Jérez, Oskar Gómez Mata o Juan Dominguez, por decir unos cuantos, han sido también premiados, en cierto modo, con este galardón.

En el año 2001, con motivo del estreno de El matrimonio de Palavrakis, escribía en una crónica para la revista Primer Acto: “Lo único que creo poder afirmar es que parece que esta artista, si no fuésemos tan paletos en este país, debería de contar con una infraestructura que desde que formó compañía no ha tenido”. Todavía está por ver cuándo veremos en algún teatro de una de las grandes ciudades de ese país una obra de esta artista en cartel durante más de un mes. Este premio lo es tan bien a la santa cabezonería de una artista que no claudicó, que puso el arte incluso antes que su propia vida. Un teatro desmedido, frontal. Un teatro de la profanación y el sacrificio. Profanación de los valores, de la moral y de lo sagrado donde no queda en pie ni la artista, ni mucho menos el público. Un teatro, en definitiva, que se resiste con toda su alma a la mediocridad, a la falta de trascendencia de esta época y que incluso batalla, sabiendo de antemano de su fracaso, contra la muerte.

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