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Armas, ahora sí, bajo control

Votos sobre el tratado internacional de armas

Ricardo Magán, @rmagan

Hace la friolera de casi 7 años escribí una carta. Una de esas cartas tristes que me ha acompañado en mi quehacer diario. Aquel texto, que terminó siendo compartido con mucha gente a modo de crónica, comenzaba: “He asistido a la Conferencia Sobre Armas Ligeras en Nueva York [...] y he sido testigo de su decepcionante resultado final. [...] No hemos podido alcanzar ningún acuerdo. Unos cuantos países lo han impedido.”

Perseguíamos aprobar un tratado que pusiera fin a ese comercio internacional no regulado que ponía armas y munición en las manos equivocadas, manos que avivan los conflictos armados, que violan los derechos humanos, y que matan. Perseguíamos un tratado que salvara vidas.

Hace escasos días esta carta me vino como un déjà-vu. En una nueva cita en Naciones Unidas para hablar del tratado, Siria, Irán y Corea del Norte (el país que estos días abre portadas, ya se hacen Uds. una idea) impidieron una vez más el consenso, en contra del clamor popular y del sentido común. Ese consenso, cara amable pero estéril de muchos procesos en Naciones Unidas.

La historia se repetía.

Pero esta vez, y en pocas horas, algo cambió. Quizá el hartazgo histórico, quizá el arrojo de algunos países, quizá que EE. UU. ahora sí quería, quizá la vergüenza de 7 años de conversaciones estériles, o casi 20 de campañas y denuncia social, quizá el apoyo de los medios y de las redes sociales, o una combinación de todo ello, puso de nuevo el texto sobre la mesa de negociación con la propuesta de que bastara para su aprobación solo una mayoría simple. Lo hizo Kenia junto a otros 11 países, grupo al que se fueron adhiriendo otros gobiernos, también el español, en un día frenético de trabajo en los pasillos de Naciones Unidas.

Al día siguiente, ayer martes a las 10 de la mañana, se votó: 154 países dijeron sí al Tratado, 3 (los mismos 3) dijeron que no, y 23 se abstuvieron. Ya está; es realidad. Y es verdad que es solo el principio hacia su ratificación y entrada en vigor, pero es un excelente principio.

No me quedo con qué países se negaron. Los malos suelen ser siempre los mismos, y por razones similares.

No me quedo con qué países se abstuvieron y por qué. Las razones políticas, domésticas, las que aluden a un redactado ambiguo, y las de “necesito más tiempo para pensar”, no cuentan cuando nos jugamos una vida cada minuto.

Me quedo con la constancia de una sociedad, y hablo de millones de personas, que se han mantenido firmes durante años, inasequibles al desaliento, apoyadas por organizaciones como Amnistía Internacional, Oxfam e IANSA.

Me quedo con que #ArmsTreaty haya sido TT en 12 grandes ciudades del mundo (muchas manos detrás de ese número). Y me quedo también con las manos de la personas voluntarias que se patearon Manhattan, embajada por embajada, apuntando síes en la libreta y repartiendo pegatinas “Vote YES”. Un puñado de personas símbolo del poder anónimo de una ciudadanía activa.

Y me quedo con los rostros: los de aquellas personas que conocí víctimas de la violencia armada, pero sobre todo, con los rostros de los miles de personas que ya no sufrirán el impacto en sus vidas de un comercio irresponsable de armas.

Mientras respondía a la invitación de escribir este post, en el micro cosmos (o macro cosmos, no sé) de mi timeline de Twitter, varias noticias han ido apareciendo como orquestadas, casi simultáneamente: un sumario de violaciones atroces a punta de pistola en Guatemala, una política mexicana que dimite por mala imagen, forzada tras posar con armas pesadas, la foto de satélite de Nueva York, sede de la ONU, iluminando el globo terráqueo quizá como un faro de esperanza, y un español, antiguo secretario general de la OTAN, celebrando la aprobación del tratado de armas. No sé si todo está relacionado, pero quiero pensar que hoy el mundo, el mundo real detrás de ese micro cosmos, es un lugar más seguro.

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