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Atrapados en un almacén a las puertas de Europa

El almacén donde viven más de 1.000 solicitantes de asilo en Bruzgi, Bielorrusia.

Lorenzo Tondo

Bruzgi, Bielorrusia —

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Un gigantesco almacén se eleva sobre el campo en territorio bielorruso, a menos de un kilómetro de la frontera con Polonia. En este espacio de 10.000 metros cuadrados patrullado por decenas de soldados armados, unas 1.000 personas en busca de asilo se amontonan entre innumerables estanterías industriales, atrapados en su camino hacia Europa en medio de un invierno gélido.

“Estamos atrapados”, dice Alima Skandar, de 40 años. “No queremos volver a Irak y no podemos cruzar la frontera. Por favor, ayudadnos”.

Lo que solía ser un centro aduanero en el pueblo de Bruzgi se ha convertido en un albergue para solicitantes de asilo. La UE ha acusado al presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, de provocar deliberadamente una nueva crisis de refugiados al organizar el traslado de personas desde Oriente Medio a Minsk y prometerles una entrada segura hacia Europa. Los críticos de Lukashenko dicen que la explotación de estas personas es una represalia cruel a las sanciones que Bruselas ha impuesto a su régimen.

El pasado otoño, Skandar, su marido y sus cuatro hijos llegaron a Bielorrusia en un vuelo procedente del Kurdistán iraquí y después acamparon durante semanas circundados por las alambradas que Polonia había erigido a lo largo de su frontera.

A principios de noviembre, las autoridades bielorrusas escoltaron a miles de solicitantes de asilo hasta la frontera polaca en medio del recrudecimiento de la crisis. Varios testigos relataron a The Guardian cómo las tropas bielorrusas reunieron a grupos de hasta 50 personas y cortaron el alambre de espino para que pudieran cruzar. Cientos de personas consiguieron eludir a la policía polaca escondiéndose en los bosques. Otros fueron atrapados y devueltos violentamente a Bielorrusia por los guardias fronterizos polacos.

El 6 de noviembre, durante un intento desgarrador por cruzar la frontera, Skandar fue separada de tres de sus hijos, cuyas edades oscilan entre los 13 y los 20 años.

“Cuando los soldados bielorrusos cortaron la alambrada, cientos de personas nos dirigimos hacia la frontera”, dice Skandar. “Tres de mis hijos iban delante y corrieron hacia los bosques del otro lado de la frontera. Mi marido, nuestro hijo menor y yo nos quedamos atrás. La policía polaca nos detuvo y nos envió de vuelta a Bielorrusia”.

“No he visto a mis hijos desde ese día”, añade, mientras empieza a llorar. “Espero que estén bien”.

La vida en el almacén

A medida que pasaban los días, la crisis se volvía más preocupante: la policía polaca utilizaba gases lacrimógenos y cañones de agua contra las personas que intentaban cruzar y la UE añadía nuevas sanciones contra Bielorrusia. Mientras las temperaturas caían en picado, las autoridades bielorrusas empezaron a trasladar a los solicitantes de asilo al almacén de Burzgi.

En el interior, la gente ha construido catres improvisados con tablones de madera y cajas de cartón en las estanterías que antes se utilizaban para mercancías. Hay decenas de niños y ancianos, muchos de ellos necesitados de ayuda médica.

Fuera, otras personas se sientan alrededor de una estructura de madera donde calientan agua y comida la comida. El agua es para las duchas, que se encuentran en el exterior, donde temperaturas pueden alcanzar los 12 grados bajo cero.

La mayoría de las personas del campamento provienen de la región autónoma kurda de Irak, donde el 3 de diciembre un ataque de militantes del Estado Islámico mató a tres civiles y diez soldados kurdos.

De vez en cuando, grupos de personas, en su mayoría veinteañeros, intentan cruzar la frontera en medio del frío. Algunos lo consiguen, otros no. Al menos 19 personas han muerto desde el comienzo del conflicto fronterizo. La mayoría de ellas murieron congeladas. Algunos de los cuerpos fueron enviados a sus países de origen desde Minsk junto a decenas de personas repatriadas a la fuerza por las autoridades bielorrusas o que habían decidido regresar voluntariamente.

Volver a casa no es una opción

Ebrahim Naman, de 20 años, mira cómo sus compañeros planean su próximo intento de cruzar. Tiene la esperanza de que aparezca una solución diferente, ya que desde hace dos años, tras un accidente en su país natal, Naman está en una silla de ruedas. Se ha sometido a varias operaciones en la espalda y los médicos le han dicho que las nuevas técnicas de rehabilitación en Europa podrían ayudarle a volver a caminar. Durante semanas, Naman ha acampado con su familia frente a la alambrada, con la esperanza de que le dejen entrar. Ya que no puede atravesar el bosque en su silla de ruedas, seis personas lo llevaron envuelto en una sábana.

“Mi hijo tiene que llegar a Alemania”, dice su padre. “Necesita medicinas a diario y aquí no las hay. Espero que Europa haga algo para ayudar a personas como él que necesitan atención médica urgente”.

Desde hace semanas circula el rumor de que Alemania los acogerá. No ha sido corroborado.

Una mujer de 32 años procedente de Siria dice que preferiría “morir en el acto por una bala o del frío” antes que volver. Llegó a Bielorrusia el 28 de octubre en un vuelo directo desde Damasco junto a su marido y su madre, que fue sometida a un trasplante de riñón y necesita asistencia médica.

“Era enfermera en un hospital estatal en Idlib donde, entre otras cosas, atendía a los heridos del ejército”, dice su hija. “Como resultado, la oposición empezó a calificarla de traidora y partidaria del régimen y nuestras propiedades fueron confiscadas”.

La mujer dice que su hermano, que vive en Alemania, está intentando sacarlos de aquí a través de una organización social y que ha reservado una cita en la embajada para presentar las solicitudes, pero las autoridades bielorrusas les dijeron que si abandonaban el campamento no se les permitiría regresar.

El 26 de noviembre, durante una visita a Bruzgi, Lukashenko prometió que Bielorrusia nunca jugaría a la política con la vida de los refugiados. “Quien quiera ir hacia el oeste, también está en su derecho”, dijo Lukashenko en un discurso que fue traducido al árabe. “No vamos a manteneros detrás de un alambre de espino ni a golpearos”.

Los ocupantes del almacén dicen que, en general, los soldados bielorrusos no les maltratan, excepto un hombre, un soldado alto con uniforme negro, que, según dicen, es uno de los jefes de las tropas del campamento. “Es el más malvado”, dice un hombre iraquí. “A menudo le vemos golpeando a los niños”.

El puesto de control fronterizo de Kuźnica está a unos 500 metros del almacén. Ahora hay poco que recuerde el paso de las personas que durante meses acamparon en la zona, solo un montón de trapos y botellas. Desde el lado polaco puede verse un símbolo de la UE, visible, pero inalcanzable.

Traducción de Julián Cnochaert.

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