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Disminuye la participación de las mujeres en las mesas que negocian el fin de las guerras

Imagen de archivo de mujeres liberianas durante una protesta pacífica contra la guerra en 2007.

Icíar Gutiérrez

En julio del año pasado, un grupo de activistas afganas por los derechos de las mujeres se reunió en Islamabad, la capital de Pakistán, con una delegación de mujeres pakistaníes. Todas llegaron a la misma conclusión: cualquier negociación que se inicie entre sus Gobiernos y los talibanes para poner punto y final al conflicto armado en Afganistán debe dejar de excluir a las mujeres.

“Hasta ahora, solo los hombres han estado involucrados en el proceso de paz y no han logrado los resultados deseados. Por tanto, es imprescindible que se incluya a las mujeres. Necesitamos urgentemente que los Gobiernos resuelvan esta diferencia”, dijo Gul Maki Sultanzada, abogada afgana.

Son la mitad de la población, sufren de forma diferenciada los efectos de la guerra, demandan su derecho a ser escuchadas y participar, pero cada vez menos mujeres se sientan en las mesas que negocian el fin de los conflictos en todo el mundo. En 2017, las mujeres siguieron sin contar con una presencia suficiente en los procesos de paz abiertos en distintos puntos del planeta, según el último anuario de Escola de cultura de Pau, de la Universidad Autónoma de Barcelona, que analiza la evolución y las tendencias de estas negociaciones a nivel mundial.

Sus autores han constatado que el pasado año se produjo un retroceso en la participación de mujeres en procesos de paz, pese a que continuaron reclamando una mayor presencia en los diálogos.

El análisis recoge, en este sentido, casos como el de Ucrania, Siria o Yemen. En este último país, donde las mujeres se han visto constantemente excluidas de las conversaciones, el Pacto de Mujeres Yemeníes por la Paz y la Seguridad (Tawafaq) ha seguido demandando su participación y que se retomen las negociaciones, estancadas.

Las activistas han continuado reuniéndose para defender el cese inmediato de las hostilidades y trasladar sus preocupaciones al enviado especial de la ONU. En Malí, por otra parte, las mujeres siguieron siendo marginadas del proceso de paz a pesar de diversas organizaciones locales feministas se habían movilizado para reclamarlo.

Menos mujeres en los puestos negociadores

Así, las mujeres siguen estando “insuficientemente representadas” en las delegaciones que acuden a negociar, también en los procesos dirigidos conjuntamente por Naciones Unidas, y como jefas de las negociaciones, según concluyó el último informe del secretario general sobre los avances en la agenda mundial sobre paz, mujeres y seguridad.

De acuerdo con sus datos, de los nueve procesos a los que se hizo seguimiento en 2016, había mujeres en puestos superiores en 11 delegaciones. En 2015 y 2014 este dato había sido mayor: en ocho procesos, las mujeres ocupaban cargos superiores en 12 y 17 delegaciones, respectivamente. Aun cuando están presentes, siguen siendo minoría. Es el caso de Myanmar: en la conferencia de paz de la Unión, celebrada en 2016, había 7 mujeres y 68 hombres entre los delegados.

María Villellas, investigadora de Escola de Cultura de Pau y una de las responsables del análisis, menciona varias causas que explican la menor presencia de mujeres en las mesas de paz, sobre todo, “la falta de compromiso” de las partes negociadoras con la igualdad de género y el derecho a la participación política de las mujeres.

“La cultura patriarcal, que la guerra profundiza y fortalece, dificulta que las mujeres vean reconocido su derecho a la participación. Los actores facilitadores tampoco ejercen la suficiente presión sobre los negociadores, o no son capaces de hacerles ver la importancia que esta participación tiene para lograr una paz sostenible, y por tanto la participación de las mujeres es vista como una cuestión secundaria”, explica en una conversación con eldiario.es.

En su camino para poder sentarse en la mesa de las negociaciones, las mujeres se encuentran “múltiples obstáculos”, sostiene la experta. Por un lado, el argumento “recurrente” de que no hay mujeres preparadas para estar presentes en estas conversaciones. “Los actores negociadores no promueven la participación de mujeres de sus propias filas”, apunta.

Por otro lado, la escasa participación en estas mesas bebe de una brecha mayor: la menor presencia de las mujeres en puestos de decisión. “El reducido número de mujeres diplomáticas o con cargos de responsabilidad dentro de los Gobiernos dificulta esta participación”, recalca la investigadora. En 2017, solo 17 países habían elegido a una mujer como jefa de Estado o de Gobierno, según la ONU. “Lo mismo sucede con los actores armados, donde las mujeres tampoco acceden a puestos de mando”, esgrime Villellas.

A todo ello se le suma las trabas que, en la práctica, se encuentran las organizaciones locales de mujeres enfrentan por “la falta de recursos económicos y las dificultades para la conciliación de la vida familiar con la participación política”. En su último balance, el secretario general de la ONU constató una disminución de la participación del conjunto de la sociedad civil. Según el análisis de la Escola de Cultura de Pau, los Gobiernos y los grupos armados de oposición fueron algunos de los principales protagonistas en negociaciones de paz en 2017.

Los efectos: negociaciones sin mirada de género

Los hombres siguen tomando, en su mayoría, las decisiones en los diálogos para resolver las tensiones y los conflictos a pesar de que existe un marco legal internacional que destaca la importancia de incorporar a las mujeres en las negociaciones de paz. Este octubre, se cumplen 18 años de la aprobación la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que supuso un logro histórico tras décadas de activismo feminista y reclamaba una mayor participación de las mujeres en las tareas para construir la paz, además de reconocer las formas específicas de violencia que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres.

“La premisa inicial debe ser que la participación de las mujeres en condiciones de igualdad es un derecho internacionalmente reconocido. Este es el punto de partida fundamental. Dicho esto, las mujeres tienen muchísimo que aportar a los procesos de paz, y de hecho, así lo han hecho cuando han tenido la oportunidad de participar”, destaca Villellas. La falta de negociadoras, en la práctica, provoca que las cuestiones que afectan a mujeres y niñas de forma diferenciada no se vean incluidas en los acuerdos.

“La experiencia demuestra que, cuando no hay mujeres, todo lo que tiene que ver con la igualdad de género no se aborda en la agenda de las negociaciones. Sin su participación, muchas consecuencias de la guerra quedan sin ser abordadas, como por ejemplo la violencia sexual y de género durante el conflicto. Las mujeres incluyen una agenda de igualdad y de derechos humanos, pero también incrementan la calidad de cualquiera de los temas que puedan incluirse en un acuerdo de paz: cuestiones territoriales, reparto de poder, reformas constitucionales, altos el fuego…”, señala la experta. En Myanmar, por ejemplo, las organizaciones de mujeres destacaron que el acuerdo de alto al fuego no incluía ninguna referencia a la dimensión de género, según ejemplifica la investigadora.

En un contexto de dificultades destaca el proceso de paz de Colombia, que se inició sin la participación de mujeres. La presión de las organizaciones de feministas logró que se estableciera en la mesa de negociación de La Habana una subcomisión de mujeres que pudo revisar con una mirada de género el acuerdo de paz, firmado en 2016. “Fue un proceso más que ejemplar que dio lugar a un acuerdo más avanzado en materia de igualdad de género y reconocimiento de los derechos de las mujeres y de la población LGTBI”, recuerda Villellas. El proceso de paz de Colombia marcó el camino a seguir, pero, según la experta, no ha vuelto a haber ningún otro caso que haya logrado una participación de mujeres tan alta.

“La paz sin mujeres no va”, gritaron las mujeres colombianas. Organizaciones como ONU Mujeres subrayan que, cuando las mujeres pueden asumir roles de liderazgo y participan en los procesos de paz, se logra una paz más duradera. “Existen estudios internacionales que demuestran que los procesos de paz más inclusivos son más sostenibles en el tiempo y que la participación de las mujeres y de la sociedad civil en general reduce las posibilidades de fracaso de un acuerdo de paz”, asegura la investigadora.

“Las consecuencias de la falta de participación son procesos de paz frágiles y excluyentes. Cualquier proceso de paz es una oportunidad de transformación, puede aprovecharse para avanzar también hacia la igualdad de género, pero la exclusión de las mujeres dificulta enormemente estos avances”, concluye.

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