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ANÁLISIS

¿Por qué cualquier llamada a la retirada de efectivo está condenada al fracaso?

Cola ante una entidad de CaixaBanc en el Eixample de Barcelona

Belén Carreño

La llamada ayer de los movimientos independentistas catalanes a sacar efectivo de los bancos para dar un aviso a navegantes de la “fuerza de la gente”, se saldó con esporádicas colas y anecdóticos cajeros fuera de servicio. La acción directa y “pacífica” pretendía visibilizar “la fuerza de la gente”. Aunque el objetivo de la acción estaba orientado a una protesta por la prisión preventiva de Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, detrás se escondía una aparente demostración de fuerza de la capacidad de movilización de los independentistas y su influencia sobre la economía.

La llamada a la acción solo implicaba a los cinco principales bancos (Santander, BBVA, laCaixa, Banco Sabadell y Bankia) y pedía la retirada en efectivo. La convocatoria se fue moldeando y parecía que solo era necesario sacar 155 euros y el diario Ara aseguraba que era suficiente con hacerlo entre las 8 y 9 de la mañana.

Aunque la afluencia de los bancos y las colas no permitían hablar de un éxito de la convocatoria, de haberlo habido tampoco habría supuesto el efecto en los bancos, y en el sistema financiero, que los convocantes pretendían realizar.

La capacidad de retirar dinero en metálico, sin previo aviso, de una sucursal es muy limitada. No viene tanto por un problema de desequilibrio en el sistema, como por una gestión de “existencias”, en este caso billetes, que muchos comerciantes o del gremio de la hostelería tienen que hacer a diario para llevar su negocio.

Si una sucursal tiene más dinero metálico del que le van a pedir sus clientes, los gastos de gestión de la oficina suben. Tener billetes durmiendo en la caja fuerte encarece el coste de los seguros porque sube la inseguridad de la oficina bancaria. Es como tener pescado pudriéndose en la despensa por haber comprado de más. Esto hace que las sucursales bancarias gestionen (en su mayoría con programas informáticos) las demandas de efectivo intentando combinar diversos parámetros y, al final, poniendo limitaciones.

Las limitaciones vienen del lado de cuánto dinero en efectivo se puede retirar en caja. La norma no escrita dice que si usted pide más de 3.000 euros en la oficina se los van a denegar. Lo cierto es que el servicio de reclamaciones del Banco de España sí dicta que usted tiene derecho a disponer de todos sus fondos en el momento que lo exija, pero las restricciones de efectivo de las oficinas hacen que por temas logísticos esto sea casi imposible.

Topes en los cajeros

En el caso del cajero, la mayoría de las tarjetas tienen como límite la extracción de 600 euros. Y algunas incluso tienen el tope situado en 300 euros.

Así las cosas, la capacidad de los clientes de retirar dinero en efectivo es muy baja. Sin embargo, tampoco a los directores de oficina les gusta quedarse cortos. Al banco le interesa que se hagan todas las operaciones posibles y cobrar las correspondientes comisiones. De hecho si se quedan “fuera de servicio”, a las oficinas les penaliza en los parámetros de control de calidad interna.

Con estos mimbres, los cálculos de cada oficina están ajustadísimos, y dependen del tamaño de la zona, del tipo de clientela (si la gente es mayor se carga más a la oficina los días posteriores al cobro de la pensión), a los festivos, y a otros acontecimientos puntuales que puedan influir en que haya una retirada de efectivo inusual.

Esta rigidez en la tenencia de billetes hace que, efectivamente, una acción puntual dirigida y concreta a una oficina pueda llevar a que esta se quede de forma más o menos rápida sin efectivo. Pero eso no supondría nada más que un fastidio para los clientes habituales de esa zona. Al día siguiente, las furgonetas de Loomis o Prosegur, que abastecen normalmente a la sucursales bancarias, llegarían de nuevo con las cajas llenas de dinero sin que el sistema se hubiera resentido de ninguna forma. El dinero físico no está conectado con el sistema y la capacidad de drenaje física es mínima.

Para hacerse de una idea de la proporción, en España hay depósitos (dinero en el balance de los bancos), por 1,86 billones de euros. Solo en Catalunya hay 190.000 millones de euros en depósitos. Y en cuentas a la vista, las que sí permiten retirar en efectivo sin plazos ni penalizaciones, en toda España hay 540.000 millones de euros que pertenecen a familias. Y aunque es difícil aventurar una cifra por la disparidad de situaciones de las sucursales bancarias, no es descabellado decir tras consultar con varias fuentes que pueden tener efectivo para una jornada del orden de 20.000 a 30.000 euros.

En el extremo más arriesgado en el que los dos millones de personas que votaron el 1 de octubre en Catalunya hubieran sacado cada uno 155 euros, nos encontraríamos con una retirada total de poco más de 300 millones de euros.

Cabe resaltar también que la pretensión de los convocantes no era la de sacar dinero fuera del sistema, ya que ellos mismos incitaban al consumo de forma que ese dinero terminaría retornando con brevedad a los bancos. Tampoco afecta al sistema cambiar el dinero de una cuenta en Manresa a otra en Guadalajara (aunque sí a las comisiones de los bancarios), y también son limitados los efectos de un boicot que suponga cerrar una cuenta en una entidad y abrirlo en otra, algo que sucede a diario ya que los bancos compiten ferozmente por robarse clientes.

Corralito es otra cosa

Como ya explicó eldiario.es, un corralito es una cosa muy diferente. El corralito original se produjo en Argentina en 2001 y consistió en el fin de la convertibilidad del peso argentino al dólar estadounidense así como la congelación de los depósitos y restricciones a las operaciones de cambio de moneda. Se restringió la retirada de depósitos, y también se denominó corralito a los controles de capitales impuestos en Chipre en 2013 y en Grecia en 2015, ya que en ambos casos fueron acompañados por restricciones en el acceso a los depósitos bancarios.

Entendido así, un corralito se produce cuando un banco central no puede garantizar la liquidez del conjunto de su sistema bancario. Esto sólo puede ocurrir si el sistema bancario necesita grandes cantidades de moneda extranjera. En el caso de Chipre y Grecia, la realidad es que el euro funcionaba como una moneda extranjera porque los bancos centrales nacionales no pueden crear euros a voluntad, y porque las limitaciones legales del BCE le impiden hacer nada que pueda parecer una transferencia neta entre estados.

Los bancos españoles están muy lejos de esta situación, con excesos de liquidez que les penalizan hasta llegar a extremos de tener que pagar dinero al BCE para que se quede con sus sobrantes. Aunque la subasta del 11 de octubre del BCE hubo una alta demanda atribuida a bancos españoles, la de esta semana ya marcó una tranquilidad total que los expertos han visto como el fin del miedo a la inseguridad jurídica (que se saldó con el cambio de domicilio) y el boicot a lo catalán.

Aunque las fotos de las colas o las pantallas fuera de servicio puedan suponer una motivación para los que convocan estas acciones, el resultado es imperceptible para la gran banca. El Banco Popular se vació de liquidez sin prácticamente una foto de una cola en el cajero.

Con todo, la imagen para la seguridad jurídica y el clima económico que podrían crear los independentistas tras una DUI sí queda muy tocada. Una llamada a realizar una fuga de depósitos implica querer infligir daño al sistema económico, una de las razones por las que Santi Vila, consejero de Empresa de la Generalitat, criticó con dureza la acción.

El daño real es casi inapreciable pero el cosmético, el de la imagen que dan los convocantes, sí puede ser más fuerte.

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