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La deuda global se desboca y roza los 300 billones de dólares, más de 3,5 veces el PIB mundial

La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

Ignacio J. Domingo

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El reloj de la deuda continúa su inexorable huida hacia adelante. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, según sus siglas en inglés), patronal de la industria bancaria, calcula que la deuda soberana y privada finalizó el pasado ejercicio en un récord histórico de 296 billones de dólares. Entre 2020 y 2021, la COVID-19 ha elevado en 36 billones de dólares la deuda público-privada conjunta, el equivalente a la suma de las economías de EEUU y China, las dos mayores del mundo, hasta rebasar en un 353% el PIB del planeta. Ya supone 3,5 veces la producción global anual, valorada en 84,5 billones por el FMI en 2020.

El incremento de los últimos años se explica, por un lado, por los necesarios y urgentes programas de estímulos fiscales de los gobiernos ante la pandemia: 10,4 billones de dólares, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), de los que casi 5 billones corresponden a las ayudas del Gobierno de Estados Unidos. Y por los arsenales monetarios desplegados: 9 billones adicionales, sólo entre la Reserva Federal, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Japón. Los tres bancos centrales que más dinero han inyectado al mercado han adquirido 14 billones de dólares de deuda y activos soberanos y corporativos.

Pero es hora de que las manijas del cronómetro empiecen la cuenta atrás porque, a ojos de los expertos, la mochila empieza a ser un lastre insostenible. Vitor Gaspar, director del Departamento Fiscal del FMI, cifra en una reciente entrada en el blog oficial de la institución multilateral en 19,5 billones de dólares, cantidad similar al PIB de EEUU, el mayor del planeta, la deuda acumulada por efecto de la Gran Pandemia en 2020. En ese ejercicio, el montante del endeudamiento global alcanzó los 226 billones de dólares. Y en 2021 ha seguido disparada. Según el IIF, en el ecuador del pasado ejercicio, la deuda global conjunta sobrepasó la barrera de los 300 billones de dólares y desde entonces está registrando un leve, casi mínimo recorte.

Entre enero y junio, el montante de deuda aumentó en 4,8 billones, medio billón por encima de la economía alemana. Cuantitativamente, la mayor losa de endeudamiento la soporta EEUU, con 29,2 billones de dólares, el 131% de su PIB, según el último dato de deuda soberana del Tesoro americano, de diciembre. Esa cifra no incluye el volumen total de las ayudas fiscales otorgadas desde el inicio de la Gran Pandemia, que han supuesto una inyección más de tres veces superior al esfuerzo presupuestario liberado para hacer frente al colapso de la Gran Recesión de 2008. Aunque, por porcentaje del PIB -un 234,1%- la más elevada es la de Japón, que superará al término de 2021 los 13,1 billones de dólares. Por delante de Grecia, cuya crisis de deuda tras el tsunami financiero por la quiebra de Lehman Brothers ha hecho saltar su deuda soberana hasta el 181,7% de su capacidad productiva anual.

En España, esta rúbrica creció en el tercer trimestre de 2021, último dato contabilizado, en 7.537 millones de euros y se sitúa en 1,432 billones, el 122,1% del PIB. Pese a ello, registró una corrección de siete décimas respecto al periodo abril-junio. El endeudamiento estatal implica un coste de 30.221 euros por habitante. La suma del endeudamiento de hogares, que han mostrado poder de ahorro durante la crisis sanitaria, y de las empresas, financieras o no, que añaden otros 1,654 billones de euros, eleva por encima de los 3 billones de euros, según el Banco de España, la deuda acumulada bruta desde el mes de marzo de 2021. Un 270% por encima del PIB.

Desde el FMI, Gaspar llama la atención a los gobiernos sobre la necesidad de empezar a poner en orden sus estados financieros tras las “necesarias facturas de la COVID-19 y de la fase de recesión global”. Porque las coyunturas nacionales del ciclo de negocios post-pandémico van a “tener que navegar sobre altos oleajes de deuda pública y privada, nuevas variantes del virus y una inflación rampante”. Y las necesidades de financiación de los países supondrán más de la mitad del incremento de la ratio de deuda pública global, que ya representaba el 99% del PIB al inicio de 2021.

Muy en particular -insiste el Fondo- en las naciones industrializadas. En ellas, su nivel de endeudamiento ha pasado de significar el 70% de su PIB conjunto en 2007 al 124% en 2020. Mientras, la denominada deuda privada repuntó de forma más moderada, del 164% al 178% del PIB, aunque cuantitativamente supere con creces a la pública que, por otro lado, ha engullido durante años los excesos de las empresas y los hogares, especialmente desde el tsunami financiero de 2008.

Las economías avanzadas y China han totalizado más del 90% del repunte de la deuda durante la Gran Pandemia. Esta expansión se ha logrado activar sin sobresaltos gracias a las políticas de tipos de interés próximos a cero y a los programas monetarios de los bancos centrales, entre los que destacan sus compras de activos corporativos y soberanos, explica el director del Área Fiscal del FMI. Sin embargo, “los países emergentes y en desarrollo están en el otro lado de la balanza, en el del acceso limitado a la financiación en los mercados internacionales y un coste prestamista a tipos de interés más elevados”.

Procesos de reestructuración  

Gaspar deja entrever la conveniencia de un proceso de reestructuración masiva y global. “El aumento de la deuda ha estado justificado” y sin estas acciones de los gobiernos “no se hubieran protegido vidas humanas, ni conservado empleo o evitado las bancarrotas empresariales y las consecuencias socioeconómicas hubieran sido devastadoras”, pero sus altos niveles actuales “amplifican las vulnerabilidades”; en especial, con el esperado encarecimiento de las condiciones financieras.

De ahí que alerte de “las habilidades” que deben poner en marcha las autoridades políticas en apoyo de la recuperación y de las empresas para “invertir a corto, medio y largo plazo” para no caer en un círculo vicioso y volver a la consolidación presupuestaria. Políticas fiscales para proteger a los más vulnerables con objetivos fiscales dirigidos a la moderación, con flexibilidad y sin urgencias temporales, llega a expresar Gaspar. Lo que implicará que algunos países, sobre todo emergentes, con elevadas necesidades de financiación bruta y expuestos a volatilidades en sus divisas, tendrán que realizar mayores ajustes para preservar la confianza de los mercados.

En este contexto, el director de Fiscalidad del Fondo reclama una “acción concertada internacional” para apoyar a los países en desarrollo en una fase de altos tipos de interés y elevada inflación global. El Banco Mundial, entidad hermana del FMI, a través de su presidente David Malpass, acaba de recordar que las naciones de rentas bajas aumentaron su deuda en 2020 hasta la cifra récord de los 860.000 millones de dólares, con un stock de deuda externa ya acumulado de 8,7 billones de dólares. Motivo por el que reclama abiertamente un diálogo en el seno del G-20 para negociar una reestructuración de la deuda. Porque -aduce- esta losa, elevada tras la crisis sanitaria, les impide crecer y acometer recetas para combatir las desigualdades.

En parecidos términos se manifiesta M. Ayhan Kose, de Brookings Institution, un think-tank con sede en Washington. En su opinión, la comunidad global debe prestar apoyo sustancial para el retorno a la estabilidad financiera y presupuestaria, manejando con cautela la retirada de las ayudas fiscales y reforzando el clima favorable a los negocios. Iniciativas que deben tener respaldo inmediato y paralelo del sector privado, con impulsos a sus ratios de productividad, inversiones estructuradas hacia la digitalización y la sostenibilidad. Y un esfuerzo conjunto y del orden mundial “para conseguir que los niveles de deuda retornen a posiciones manejables” en el que aboga por planes de renegociación de los vencimientos y del montante de la deuda. 

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