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‘El Dorado Digital’ sale caro: los subsidios a la fabricación de chips alcanzan el medio billón de dólares

Axion, chip de Google para competir con chips similares de sus rivales Amazon y Microsoft.

Ignacio J. Domingo

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¡Hagan juego, señores! La subasta entre las grandes potencias mundiales por el dominio de los chips corre el riesgo de registrar cifras astronómicas en tiempos en los que los mensajes oficiales vuelven a reclamar ajustes fiscales y amortizaciones de deuda soberana, corporativa y familiar, todas ellas en cotas históricamente desconocidas.

Sin embargo, el fantasma del default no parece aterrorizar del todo a las autoridades políticas. De hecho, las agendas ejecutivas se han nutrido de asuntos geopolíticos y de estrategias dirigidas a controlar el orden mundial, que vira hacia postulados de la Guerra Fría. En ellas, la reconfiguración de las cadenas de valor y la repatriación de la industria han pasado a ser determinantes a la hora de confeccionar tácticas para alcanzar la hegemonía tecnológica y energética. La búsqueda de fórmulas que garanticen la producción y logística de las manufacturas de chips y el suministro de sus materias primas resultan factores ineludibles para colmar la creciente demanda de semiconductores de sus empresas.

El diseño de esta reconversión revela una nítida apuesta por políticas económicas que se alejan de la doctrina neoliberal que ha regido la globalización. La nota predominante de sus partituras es el intervencionismo, el despliegue de recursos estatales que, por otro lado, siempre han encendido las mechas de las revoluciones productivas, desde la industrial del siglo XIX. Por tanto, el pensamiento keynessiano sigue siendo la piedra filosofal capaz de amortiguar los saltos del orden mundial y ensamblar en el tablero de ajedrez geopolítico los ciclos de negocios y sus renovadas reglas de juego.

Sabedores de su potencial, las naciones industrializadas y los grandes mercados emergentes han intensificado en 2024 la carrera competitiva por dominar todos los procesos de las cadenas de valor; desde la extracción de materias primas, hasta la fabricación, transporte y logística de sus bienes y, por supuesto, su capacidad para abastecer de manufacturas a las firmas tecnológicas y energéticas. Todo ello, con el indisimulado objetivo de abanderar estos nacientes ecosistemas de negocio, influir en las trayectorias inversoras y las tendencias bursátiles y elevar los márgenes de ventas y beneficios de sus sectores privados.

Una lucha productiva sin cuartel

La conquista de El Dorado Digital se ha acelerado hasta generar episodios de fiebre productiva. EEUU y Europa han movilizado otros 81.000 millones de dólares en subsidios a sus fábricas de semiconductores. A este trono aspiran otros aliados de Occidente -Japón, Reino Unido, Corea del Sur y países de cultura anglosajona como Canadá o Australia- y mercados emergentes asiáticos -Taiwán, Vietnam o India-, latinoamericanos -México o Brasil-, africanos -Marruecos o Sudáfrica- y, por supuesto, China.

El gigante asiático está construyendo más plantas de chips que cualquier otra economía, a pesar de las sanciones a Pekín y los vetos a la exportación y a la transferencia tecnológica impuestos por la Casa Blanca a sus empresas -y a las firmas occidentales- desde el otoño de 2022 y que han hecho sonar las alarmas en Washington y Bruselas. El combate por la supremacía de los circuitos integrados y los minerales raros ha entrado en su apogeo, después los más de 380.000 millones de dólares de la primera oleada de ayudas públicas inyectadas en el bienio 2022-23 en todo el planeta.

A este temor responde también la reciente subida arancelaria de la Administración Biden a Pekín en la que la mira telescópica de la Casa Blanca ha apuntado a los semiconductores made in China. “No hay duda de que se ha atravesado el Rubicón en la rivalidad competitiva que mantienen las dos superpotencias por los chips”, reconoce Jimmy Goodrich, analista de RAND Corporation, para quien “ambas partes han situado las ayudas estatales a la reindustrialización de sus países en el asunto prioritario de sus desafíos geoestratégicos nacionales”.

El uso de subsidios y ventajas tributarias en EEUU dentro de los billonarios recursos de la Chips & Science Act, la IRA (medida contra la inflación) y el programa de infraestructuras -tres de los más claros signos de identidad del Bidenomics- han colmado los flujos de caja de emporios como Intel, entre otros. En Taiwán, su multinacional TSMC, se ha convertido en el mayor centro productor de microprocesadores del mundo. En Europa, la holandesa ASML se ha convertido en el mayor valor bursátil de la UE, siguiendo los pasos de la californiana Nvidia, que ha superado los 2 billones de capitalización en una guerra tecnológica en la que otros grupos estadounidenses como Qualcomm o Broadcom lideran el diseño de chips enfocado a la Inteligencia Artificial (IA), el maná del próximo decenio.

Los subsidios como armas industriales

China no ha permanecido al margen. Hubiera sido un error geoestratégico no forzado. De hecho, la inteligencia Artificial (IA) es crucial en su seguridad, en su lucha comercial con EEUU o en sus acciones contra Taiwán. De ahí que se haya convertido en la nación con mayor censo de plantas de semiconductores en construcción y proyectos tecnológicos con fondos estatales destinados a confeccionar chips para firmas de IA que puedan competir con Nvidia. Pekín ha dotado de 142.000 millones de dólares a este desafío, según la Asociación de la Industria de Semiconductores americana.

Además -informa Bloomberg- el régimen chino ha liberado otros 27.000 millones en un Big Fund para inversiones de empresas digitales en el exterior, con su joya del sector chip, SMIC, y Huawei como principales beneficiarios, pero con más de 200 empresas de semiconductores registradas para acceder al reparto de un pastel de más de 61.000 millones de dólares. Sin menoscabo de las facilidades crediticias oficiales ni de sus ventajas impositivas. “Hay un alineamiento entre el sector privado y el gobierno chino para alcanzar las metas estatales y minimizar los riesgos en el mercado doméstico”, precisa John Lee, director de East West Futures Consulting.

Occidente tampoco renuncia a esta carrera. La Chips and Science Act americana está dotada con 39.000 millones de dólares en avales preferenciales para las industrias manufactureras, además de otros 75.000 millones de garantías financieras adicionales y beneficios tributarios superiores al 25% de los beneficios corporativos declarados. “La tecnología está moviendo el PIB de EEUU”, admite Gina Raimondo, en una época de altos tipos de interés, antes de incidir en que el desafío de los subsidios es suturar la brecha competitiva de los chips que les separa de Taiwán y Corea del Sur -y sus decenios de ayudas-, y contrarrestar los recursos que ha puesto China a disposición de sus fábricas.

En Europa, la expansión de su tejido manufacturero dispone de 46.300 millones de dólares, pero Bruselas confía en que el capital público-privado rebase los 108.000 millones. Con dos proyectos majestuosos en Alemania -uno de Intel, en Magdeburgo por 36.000 millones y 11.000 de ayudas federales y una joint-venture con la taiwanesa TSMC que tendrá una factura comunitaria similar. A la meta de fabricar el 20% de los semiconductores del planeta en 2030 también contribuyen la salida a Francia de la holandesa ASML o los 13.000 millones que España destina a crear su ecosistema de chips.

India tiene a Tata Group (10.000 millones) a su principal benefactor de chips, al que abastece su segmento auxiliar del automóvil, mientras Arabia Saudí ha elevado el peso de su fondo soberano hasta un nivel “no especificado” para adquirir acciones de firmas de semiconductores, Japón ha empleado 25.300 millones desde junio de 2021 y baraja otros 64.200 para alcanzar una cifra de negocio de seis dígitos -en millones de dólares- en 2030 y Corea del Sur, pionera en subvencionar amplias áreas tecnológicas -desde la robótica al coche eléctrico o la IA- ha dotado con 246.000 millones a su industria desde la crisis de 2008.

Minerales raros y diplomacia tecnológica

En paralelo, la geopolítica también ha fagocitado otros ámbitos de la innovación, en medio de la amenaza a una fragmentación de mercados: “La globalización 1.0 del último medio siglo labró sus beneficios en los bajos costes de ultramar; la versión 2.0, sin embargo, se sustenta en una secuencia de valores económicos concatenados que precisan una alineación de factores que, de quebrarse, paralizan las cadenas productivas”, explica Kevin Book de ClearView Energy Partners. “Este es el gran cambio” en el que los circuitos integrados, que reclaman minerales raros, son indispensables tanto para la IA como para el vehículo eléctrico, dice Book al aclarar la cotización alcista de los chips.

La disponibilidad del acelerador H100 de Nvidia, con su extensa memoria en discos de silicio y su complejo software operativo, ha sido catalogado como “alto secreto de seguridad nacional” en EEUU por su rampante demanda desde sus las grandes tecnológicas para construir sus centros de datos y sus laboratorios de IA. De ahí que la Administración Biden haya creado un club de minerales raros junto a Australia, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y Corea del Sur para combatir el dominio chino de estos materiales que perfilarán las taxonomías verdes de los países.

El Banco Mundial avanza que, en 2050, la tecnología limpia requerirá miles de millones de toneladas de estas materias primas que incluye el cobalto que se precisa para motores aeronáuticos, turbinas eólicas o los sistemas teledirigidos de misiles.

China procesa, refina y controla más del 80% de ellos y fabrica el 77% de las baterías de vehículos eléctricos. De ahí que no sorprenda que haya inaugurado, junto a Taiwán y, más recientemente, EEUU, una auténtica diplomacia tecnológica en la que los minerales raros y los chips se añaden a los acuerdos políticos y comerciales, además de la formación de talento digital.

Esta comunión de intereses asusta al FMI que alerta de que estas políticas industriales no son “ninguna pócima mágica” para ganar la productividad que se asocia a la IA y a la transición energética, sino que “pueden acarrear, más bien, errores económicos” que eleven las deudas y los costes fiscales a escenarios de riesgo.

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