Educar, reciclar, integrar
Cuando uno busca ejemplos de emprendimientos que aúnen empresa y valor social, tiende a enfocar su interés en lo que diferencia y hace destacar a un proyecto del resto. Sin embargo, en muchas ocasiones, al hablar con las personas que sustentan este tipo de proyectos, con los protagonistas, ellos especifican que existen “efectos multiplicadores”. Es decir, que su actividad primordial –desde la producción artesanal a la distribución de energía limpia– se entrevera con otras líneas de actuación. Todas ellas, siempre enfocadas a posibles mejoras dentro del ámbito de la comunidad.
Una cooperativa de trabajo asociado de Córdoba, Ecoqueremos, ya parte de inicio de una fórmula mixta. Un mestizaje de emprendimiento: Educación+reciclaje+integración. Un triángulo equilátero, cabría decir, cuyas bases se distribuyen de la siguiente manera. Una: la educación, que constituye la estrategia básica para generar un estado de concienciación. En este caso, la reutilización y conversión de un producto contaminante como el residuo del aceite vegetal. Dos: la actividad propiamente dicha. Transformar el líquido quemado en biodiésel. El reciclaje de un aceite que además es el santo y seña cordobés. Tres: la cooperativa. En Ecoqueremos está compuesta al 70% por personas con alguna diversidad intelectual. “Son gente con deseo, capacidad y ganas de trabajar”, explica el socio director Francisco Molina.
La educación, en sus palabras, “es un eje fundamental para crear conciencia sobre la importancia del reciclaje”. Y, según explican en la cooperativa, con incidencia en todos los niveles: las clases formales de los centros educativos –adonde acuden con sus presentaciones–; las denominadas no formales, como los centros cívicos o academias; y las informales, que, como las asociaciones de vecinos, conforman el tejido social. “En Córdoba se utilizan 3,2 millones de litros de aceite al año. Casi 9.000 diarios, de los que no se recogen más de 6.000”, según consta en los estudios que utiliza Ecoqueremos, en los que se destaca que un litro de ese aceite ya dañino puede afectar a 1.000 litros de agua buena.
Con el material conseguido, Ecoqueremos fabrica biodiésel. Convertir el aceite vegetal usado en combustible redunda en un menor coste de la depuración de aguas residuales –con las que se riegan los jardines públicos, por ejemplo– y hasta puede conseguir una bajada “en el consumo de diésel fósil”, tan contaminante. En su planta, entran deshechos y salen latas de energía. Todo esto fundamentado en el trabajo de un colectivo que ansía ser uno más de la sociedad, como es el de la diversidad intelectual. Molina suele comenzar sus exposiciones diciendo: “Preferimos no decir discapacidad, sino centrarnos en la capacidad”. Para valorar y clasificar los residuos. Para transformar y enviar el nuevo producto a la industria como materia prima.
Es un proceso global que toca todas las teclas de lo que este proyecto denomina “economía del bien común”, centrado en “la dignidad humana, la solidaridad, la cooperación, la responsabilidad ecológica y la empatía. Una nueva palanca de cambio social, económico o político”.