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La responsabilidad del fracaso de la investidura

Ignacio Escolar

El domingo, con mucho detalle, expliqué a los lectores y socios de eldiario.es qué pasó en la fallida negociación entre PSOE y Unidas Podemos para la investidura de Pedro Sánchez. Era una crónica con mucha más información que análisis, un aspecto que quise dejar para más tarde. Antes de exponer mi punto de vista, preferí centrarme en explicar lo ocurrido con el máximo detalle posible. Aclarados los hechos, esta es mi opinión sobre este histórico fracaso.

1. Decía Pedro Sánchez, hace solo tres años: “La responsabilidad de que el señor Rajoy pierda la investidura es exclusiva del señor Rajoy por ser incapaz de articular una mayoría”. Tenía razón entonces y hoy no la tiene cuando reprocha al resto de los partidos su derrota en la investidura. En nuestro sistema parlamentario, el máximo responsable de lograr los votos es el candidato que se presenta a la presidencia, no los demás partidos. El principal culpable de este fracaso es, por tanto, Pedro Sánchez. Él es quien más poder tenía para que el desenlace hubiera sido otro. También lo tiene ahora para corregir el rumbo a partir de este desastre. Porque el poder y la responsabilidad van siempre unidos.

2. Es evidente que el mecanismo constitucional para la elección del presidente no fue pensado para el actual sistema multipartidista; por eso desde 2015 no hemos tenido un solo Gobierno estable. Es legítimo plantear un cambio, que tendría pros y también contras. Pero mientras las leyes no se modifiquen, al presidente lo elige el Parlamento y con las reglas que hoy tenemos. Ser la lista más votada no basta, aunque tengas más escaños: cada uno de ellos vale lo mismo que los del resto.

3. La propuesta de partida que presentó Unidas Podemos en la negociación con el PSOE era excesiva. No tanto por el número de carteras –seis, un porcentaje similar al de los escaños que aportaría– sino porque reclamaba todos los frentes donde la izquierda hoy hace política. El Ministerio del Interior es muy atractivo si te llamas Santiago Abascal o Matteo Salvini. Pero, para un gobierno progresista, las joyas de la corona hoy son las competencias en feminismo, en trabajo, en tributos y en transición ecológica. Es ahí donde la izquierda puede hacer política. En los “ministerios de Estado” solo juega a la defensiva.

4. Que Podemos quisiera todas esas carteras era excesivo. Pedir alguna de ellas, como hizo después con el Ministerio de Trabajo, era completamente razonable, más aún después de la renuncia de Pablo Iglesias a entrar en el Gobierno, tras el veto de Pedro Sánchez.

5. La última propuesta que lanzó Unidas Podemos, el jueves, no era ni mucho menos abusiva. Al contrario: era un buen acuerdo para ambas partes. Aunque la forma de presentarla, desde la tribuna del Congreso, no era la idónea si lo que se pretendía era alcanzar un pacto. El momento era antes.

6. La negociación la rompe Pedro Sánchez, no Pablo Iglesias. Y lo hace cuando aún quedaba tiempo para seguir hablando. La hora y la forma en que el PSOE se levanta de la mesa –volando todos los puentes, al mandar a los medios un documento de Podemos con el nombre del archivo manipulado– demuestran que Sánchez entró en ella a regañadientes y que se salió cuando vio que Iglesias no aceptaba un acuerdo desigual. Más que una negociación sincera, más bien parece un intento de culpar a Podemos de la ruptura.

7. Pablo Iglesias leyó mal la situación de las últimas 24 horas previas a la investidura fallida. Tal y como le aconsejaron Alberto Garzón y Jaume Asens, debería haber aceptado la última oferta del PSOE, aun sin ser la más justa. Iglesias pensó que Sánchez no tenía más remedio que ceder y que bastaba con mantener el órdago hasta el último minuto para lograr un acuerdo mejor. Ignoró las enseñanzas de la historia reciente: la forma de romper del PSOE con Unidas Podemos es la misma que aplicó hace unos meses con ERC, cuando fallaron las negociaciones para los presupuestos. También en esa ocasión, el PSOE presentó una última oferta, avisó de que no habría más y no se movió de allí. También entonces se levantó de la mesa cuando aún quedaba tiempo para seguir hablando.

8. La última propuesta del PSOE antes de romper no era la más generosa ni la más justa, pero tampoco se la puede tachar de “humillante”. Es verdad que Sanidad tiene la mayor parte de las competencias transferidas, pero se puede hacer mucha política desde ahí con un problema en el que Unidas Podemos podía lucirse: el gasto farmacéutico, que en España es muchísimo mayor que en el resto de los países europeos. Es cierto que Vivienda es una dirección general venida a más, pero también tiene valor simbólico y margen para impulsar muchas cosas, como una ley contra los alquileres abusivos. Y el Ministerio de Igualdad y la Vicepresidencia de Asuntos Sociales hoy no son carteras “decorativas”, ni mucho menos.

9. Pedir una coalición y que tu líder esté en el Gobierno a cambio de 42 escaños no es “pedir la Luna”. Es el pago habitual que exigen y ofrecen todos los demás partidos, también el PSOE, en parecidas circunstancias. Es la moneda común de la política, no un capricho excéntrico de Pablo Iglesias.

10. Unidas Podemos tiene razón en su legítima petición de entrar en un Gobierno de coalición, pero se equivoca con los argumentos que utiliza para defender su postura. Decir que “el PSOE no es de fiar” y que por eso hay que vigilarlo desde el Consejo de Ministros es un pésimo punto de partida para lograr la confianza necesaria para un acuerdo. Además, es un argumento falaz: el mejor lugar para fiscalizar a un Gobierno sin mayoría es el Parlamento, no el Consejo de Ministros, que es un órgano colegiado donde el presidente tiene la última palabra. También es falaz reclamar la entrada en el Gobierno “para subir el salario mínimo” o “derogar la reforma laboral”. Eso se hace con un acuerdo programático, no planteando un gobierno dentro del gobierno. Ningún ministro tiene ese margen de autonomía. Ni siquiera la tiene el propio Gobierno, que tiene que validar decisiones así en el Parlamento.

11. Entrar en el Gobierno como socio minoritario no es, per se, una buena noticia para Unidas Podemos ni para sus votantes. Es más importante para la vida de la gente el programa que se acuerde o las leyes que en consecuencia se aprueben que las carteras que unos u otros consigan. Colocar antes el carro que los bueyes, las carteras, en vez de las políticas, no es coherente con lo defendido históricamente por Podemos. Solo se entiende que se haga así si el principal objetivo es entrar en el Consejo de Ministros, más que las políticas.

12. El líder del “no es no” a Mariano Rajoy carece de argumentos coherentes para pedir hoy al PP y a Ciudadanos que se aparten de su camino, que no “bloqueen” su investidura, que le regalen sus votos. O Pedro Sánchez se equivocaba en 2016 o se equivoca ahora. Pero los principios no pueden cambiar en función del interés o del momento.

13. La intención del PSOE de buscar la abstención de la derecha para lograr una investidura barata, sin pagar un peaje a Podemos, es incoherente con todo lo prometido en campaña. Además, es errónea y a la larga al PSOE le saldría cara; porque es dudoso que ocurra y porque, incluso si se logra, no permitiría después aprobar esas leyes sociales que Sánchez desgranó en su discurso de investidura. Es entendible la táctica del Gobierno en funciones si el objetivo es martillear en ese clavo, que tanto desgasta a Ciudadanos entre sus votantes, sus cuadros y las élites económicas que impulsaron a este partido. No lo es si en el PSOE creen realmente que es la mejor vía para un “gobierno de izquierdas” que, además de la investidura, necesita sacar adelante una legislatura de cuatro años.

14. Las opciones realistas siguen siendo dos y nada más que dos. Las mismas que hace dos meses: un gobierno a la portuguesa con un ambicioso acuerdo programático o un gobierno de coalición, que ya estaba casi cerrado. Y en cualquiera de los dos, el PSOE necesita a Unidas Podemos. Y viceversa.

15. Los españoles, especialmente los votantes de la izquierda, no se merecían este desenlace. Toca abandonar el tacticismo, aparcar el orgullo y priorizar el interés general a los intereses personales o partidistas. Forzar una repetición de las elecciones cuando el acuerdo estuvo tan cerca sería una enorme decepción, un fracaso histórico, una estafa democrática.

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