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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

“A por ellos”

Veinticinco mossos heridos, uno grave, en los incidentes de anoche

Javier Arteta

Éste parece ser el grito que resume nuestra actualidad política. Hace dos años, y rojigualda en mano, se saludaba con un bélico “A por ellos” a las fuerzas policiales que el Gobierno del PP envió a Cataluña, en plan desembarco de marines. Dos años después, estelada en mano, los cachorros del independentismo catalán inauguraban los muy graves disturbios ocurridos tras la sentencia del Tribunal Supremo sobre el “procés”. El nacionalismo –catalán, vasco, español…- es eso: la eterna hosti(a)lidad entre los hunos de un lado (por emplear la expresión unamuniana) y los hunos del otro, con el objetivo común de que, bajo la presión de sus pezuñas, no vuelva a crecer la hierba.

Y, a falta de hierba, florezcan las banderas. Y hasta las sardanas bailadas al calor de los incendios, festivos para muchos, que surgían por las calles de Barcelona, mientras los vecinos de las zonas afectadas trataban de apagarlos con sus extintores caseros. Y, más allá de banderas y fuegos purificadores, hemos visto a los nacionalistas catalanes haciendo lo imposible para demostrar que sus carreteras no llevan a ninguna parte que no sea su república imaginaria. Aunque otros, con menos visión de futuro, piensen de manera prosaica que las vías de comunicación están hechas, no para ser colapsadas con marchas patrióticas, sino para que uno llegue a su pueblo, a un hospital, a un destino turístico, o al lugar donde sea posible depositar una determinada mercancía.

Son cosas que pasan en esta opereta de sesión continua que es el “procés” catalán en todas sus interminables etapas. Algo ya tan tediosamente español, que podría homologarse a las continuas reposiciones televisivas de “Verano azul”. Aunque hay diferencias notables entre lo ocurrido hace dos años y lo que ocurre ahora. En la España de Rajoy, había una oposición socialista con sentido de Estado, que hizo causa común con el Gobierno en la defensa del orden constitucional y de la integridad territorial del país. En la España de Sánchez, existe una oposición de derechas que compite con la extrema derecha para demostrar quién los tiene mejor puestos; y aprovecha la bronca nacionalista de Cataluña para agitar la bronca nacionalista española.

Y una oposición de izquierdas cuyo comportamiento en esta crisis evidencia que ha sido una suerte que Podemos no esté en el Gobierno de Pedro Sánchez; y no sólo por las posiciones que está manteniendo en un conflicto que afecta a toda España, sino por su negativa a respaldar a los Mossos y demás agentes policiales que atajaron los disturbios provocados por el nacionalismo radical.

De manera que, al final, le ha tocado al Gobierno de Pedro Sánchez afrontar en solitario los desafíos de quienes tratan de apropiarse violentamente de las calles. Y lo está haciendo bien, con firmeza y resolución. Y sin perder los papeles. Asumiendo, con dignidad y sentido de Estado, lo que le dejó en herencia el Gobierno de Rajoy: el que aseguró que no se celebraría un referéndum ilegal que acabó celebrándose: el que dejó aislados a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en su tarea de imponer el orden –aquel fatídico 1 de octubre de hace dos años-, mientras los Mossos se limitaban a estar de miranda.

Y, a diferencia de entonces, el Gobierno socialista se enfrenta hoy a los desórdenes del independentismo, en condiciones radicalmente distintas: a partir de una estrecha cooperación entre la Policía autonómica y las del conjunto del Estado. Porque ha quedado muy claro para quien quiera ver que ni el Gobierno de Sánchez es el de Rajoy, ni el ministro Grande Marlaska es ese prodigio de inutilidad que fue el ministro Zoido.

Algo que molesta mucho a esa derecha que compite con la extrema derecha sobre quién lleva el bidón de gasolina más grande para arremeter contra el Gobierno. Y hasta intenta desprestigiar a un buen ministro del Interior, con acusaciones que aspiran a sonar contundentes, dignas de una filtración del comisario Villarejo. A Grande Marlaska se le ha descubierto cenando. Sí, sí, cenando. Todo un ministro del Gobierno, ¡y cenando! No es un infundio. Hay fotografías que lo prueban. Una vergüenza, un escándalo. ¿A qué está esperando Pedro Sánchez para cesarle? Podemos imaginar el tiberio que montarían, estas derechas ultraderechizadas, si Puigdemont, en lugar de escapársele a Rajoy, se le hubiera escapado a Pedro Sánchez.

Ese es el componente ético y el nivel intelectual de las fuerzas que defienden la Unidad (Inmobiliaria) de España. Un nivel, intelectual y ético, bastante similar al que exhiben las diversas corrientes del independentismo catalán. Basta ver la fantasmagoría en que ha acabado convirtiéndose ese pintoresco “Govern” formado por un consejero de Interior, Miquel Buch, y todos los contrarios a Miquel Buch; que, a su vez, tampoco soportan a Quim Torra, un “president” pacifista (aunque sólo en la intimidad), que se ha puesto la legalidad democrática por montera, invitando a toda suerte de desobediencias, generosamente secundadas por su parroquia.

Pero todo se puede mejorar, porque los (des)gobernantes de Cataluña tienen montado con la CUP su trifachito nacional; y mantienen, juntos y revueltos, un “A por ellos” muy peculiar, dirigido, no contra quienes han destrozado Barcelona, sino contra los funcionarios policiales catalanes que los han combatido, al precio de buen número de heridos y de la posterior humillación por parte de quienes, aunque sólo fuera por razón de los cargos que ostentan, tienen la obligación de defenderlos. ¿A que dan ganas de llamar a la puerta de ese extraño Ejecutivo y preguntar: “¿Hay alguien ahí?”?

Por suerte, frente a quienes tratan de convertir este país en un manicomio de enfrentamientos a muerte entre nacionalismos de distinto signo, hay un actor político que no pierde los nervios y ha sabido estar en su sitio. Un Gobierno en funciones, pero que sigue funcionando. Un Gobierno de España que se toma España en serio; tan en serio como se toma la defensa de las instituciones de Cataluña, que el independentismo ha debilitado hasta el punto de dejarlas sin contenido y sin posibilidad alguna de ser agentes de bienestar y transformación social. Un Gobierno en definitiva, con todos los merecimientos para prolongar su andadura después del 10 de noviembre. La alternativa ya sabemos cuál es y produce escalofríos.

*Javier Arteta ha sido durante varias legislaturas asesor del grupo parlamentario socialista en la Cámara vasca

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