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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sueñan con regresar a Itaca

Isabel Camacho

Ya no viajan con la maleta y una caja de zapatos envuelta en cuerdas como único equipaje. Pero, antes que perderse en un laberinto de desesperación muchos jóvenes siguen saliendo a trabajar al extranjero.

La mitad de los menores de 30 años están sin trabajo. La crisis ha dejado fuera de combate a todos aquellos que se lanzaron a ganar un sueldo rápido en la construcción, hostelería y otros servicios. Eran tiempos de bonanza económica. De invertir en una vivienda y también de vivir la vida loca. Para eso está la juventud.

Pero, llegó el tornado de la recesión económica y arrasó con todo. Las políticas neoliberales de empleo dirigidas más al beneficio empresarial que a favorecer la creación de un trabajo digno terminaron la demolición. Los jóvenes perdieron sus trabajos y para los que perseguían el primero, se levantaron gruesos muros de contención. Ya conocemos la triste historia.

Hubo jóvenes que optaron por continuar formándose. Prosiguieron estudios universitarios, lograron sus primeras incursiones en el mundo académico europeo con las becas Erasmus y muchos aprovecharon para trabajar y aprender idiomas. Creo que son los mayores perdedores.

La falta de ofertas, los recortes en investigación, la explotación laboral con salarios indignos de su formación… han taladrado la confianza de muchos de ellos. Otros se han derrumbado sobre la lona como un púgil noqueado.

Sin embargo, los hay que, sabedores de que uno siempre está más cerca cuando no se queda quieto, han hecho camino al andar. Aunque transitar esa senda les haya conducido a un país extranjero.

Se habla y repite que los jóvenes se ven obligados a emigrar. ¿Por qué no hacerlo? Sinceramente, en términos generales, no me parece una decisión dramática. Es cierto que es casi una imposición ante las circunstancias. Pero, es una oportunidad de ampliar la formación, ganar experiencia, conocer otras gentes, otra cultura, otros paisajes. De vivir la vida.

Y para que nadie se eche las manos a la cabeza, no me refiero a que un físico tenga que trabajar de camarero en un garito o una ingeniera se sienta humillada haciendo camas de extraños. Pienso en empleos relacionados con sus profesiones. Y eso es lo que se está demandando.

Conozco dentistas, ingenieros, físicos, enfermeras y también algún periodista que apenas con el título recién enmarcado bajo el brazo volaron a Londres, Alemania o Latinoamérica para ocupar un puesto de trabajo. Ganan un sueldo que aquí constituiría una entelequia. Sin embargo, algunos se quejan por no trabajar en España. Otros viven la aventura con entusiasmo. Esos son los más sabios, sin duda.

Siempre hay personas que no quieren que la espera pueda desgastarles los sueños. Sus anhelos, necesidades y ansias de aventuras les animan a descubrir nuevas rutas. Otras solo quieren asentarse y vivir seguros, aunque sea en condiciones peores. Todo es legítimo, desde luego. Pero, yo siempre elijo a las primeras. Quizá porque me atraen los valientes.

Hubo un tiempo en que los jóvenes abandonaban España en busca de aire, de libertad. Dejaban atrás sus vidas para aprender idiomas, conocer otros mundos… Y para lograrlo, trabajaban en restaurantes, hoteles, hospitales o en familias cuidando a los niños o encargándose de la casa. Y, casi siempre a cambio de un salario bajo. En aquellos años, cruzar la frontera ya constituía una odisea. Todo eran dificultades.

Pero, ya no es así, los jóvenes españoles que salen a Europa y Latinoamérica fundamentalmente, viajan con una oferta de trabajo en la maleta. De fresador o de físico.

Que tienen nostalgia, que echan de menos a la familia, amigos, amores… Seguro. Pero, no hay duda de que son los mejores años para viajar y experimentar. Es importante abrirse camino en solitario. Ayuda a ser libre y acerca a la felicidad. Creo que lo que ahora pueda parecer un castigo, cuando pasen los años y con su bagaje de lo vivido lo recordarán como un tiempo apasionante que les brindó la vida.

Mucho más dramático me parece, y creo que de ellos se habla y escribe menos, el caso de esos hombres y mujeres de 45, 50 años o más, habituados a esa incierta seguridad de que tras un empleo siempre llegaba otro. Son las principales víctimas de la crisis y aquí no se libra nadie: profesionales cualificados que hasta la carta de despido eran los reyes de la montaña y obreros de la construcción o empleados medios fieles a la misma empresa.

Muchos arrastran arrugas de angustia trepando por su rostro y un pelo encanecido. Me recuerdan con congoja a uno de los personajes protagonistas de “Los lunes al sol”. Se teñía el cabello para poder competir en esas ofertas dirigidas a menores de 35 que a diario marcaba a bolígrafo en el periódico.

En una de las escenas, en la sala de espera, rodeado por jóvenes más seguros, se le deslizaba por el cuello un hilo del tinte oscuro justo en el momento que oía su nombre llamándole para la entrevista. ¿Puede haber algo más demoledor?

¿Qué pasa con esos profesionales de larga trayectoria que la maldita crisis ha obligado a cruzar fronteras y también océanos para sobrevivir al paro? Seguramente, son los menos. Pero, ellos poseen el valor más atractivo que existe: la valentía de los hombres sensatos. Sopesan los riesgos, incluso vacilan al principio pero después hacen acopio de coraje y se enfrentan a lo desconocido, al adiós a los hijos o a unos padres que temen no volver a ver. Parten pero no dejan de pensar en regresar a Itaca.

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