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Cartas al diario

Desde mi ventana

Un joven que en Tomelloso (Ciudad Real) hace la compra a personas mayores

José Antonio Pajuelo Casado, abogado

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En estos días de confinamiento en los que las ventanas de nuestras casas se han convertido en atalayas abiertas al mundo, haciendo que se cumpla el presagio que tuvo Bill Gates al dar a su creación la traducción inglesa de ese mismo nombre, son pocos los aspectos de la cotidianidad del mundo exterior que logran pasar desapercibidos a nuestros ávidos ojos.

Desde la mía, al margen de caras con la belleza y sonrisa ocultas; de los regates talentosos que nos ha impuesto aprender a hacer el respeto debido a las distancias mínimas; de los que hacen de la necesidad ajena ingenio mientras que se las ingenian para que la propia no les devore ni les oprima; de calles sin políticos y de políticos sin calle que no son capaces de ver más allá del horizonte de sus siglas; y de números fríos, aplausos cálidos, sirenas, murales, coches dormitando y la ausencia de la prisa; la veo cada día aparecer en la distancia, con la mirada sollozante y el corazón en estampida.

Sé de su participación y su existencia, al menos de título, en la brega diaria por defender la diferencia cuyo respeto necesita España para seguir estando unida.

Conozco de su necesidad en Bruselas para coser con suficiencia los andrajos que provoca en el vestido de Europa la diversidad de las culturas y fronteras.

Y me tranquiliza su presencia en momentos tan difíciles, consciente de su inmunidad absoluta frente a los ataques de ésta o de cualquier otra pandemia.

Porque sólo ella nos da la fortaleza, el arrojo, las ganas y el empuje que necesitamos para doblegar las estadísticas.

Solo ella hará aparecer mañana paisajes donde hoy sólo vemos muros y acortará los tiempos que nos separan de los abrazos que ahora sólo podemos escribir y con los que a diario soñamos volver a regalar algún día.

Con ella, nadie nunca sentirá sobre su cuello la pisada involuntaria de quien tan solo intenta zafarse del pie de la indigencia que a él le intimida.

Con ella, el fantasma de las dos Españas jamás traspasará las paredes de una dimensión y un tiempo que sólo por verdad, justicia, reparación y no repetición debemos conservar en nuestra memoria.

Hacerla venir es fácil, porque depende de uno mismo, y en uno mismo empieza.

Tan sólo hay que aprender que en éstas, el respeto y la consideración debida al vecino vale tanto como los que a él le demandamos en pos nuestra.

Porque sólo si hacemos que la solidaridad reine tendremos alguna posibilidad de salir de aquí triunfantes y podremos reanudar por la misma página el libro que dejamos abierto de nuestras vidas.

Salgamos todos y todas al balcón, pues, a las ocho de la tarde a celebrar que hemos superado otro día y que nuestro ejército va poco a poco avanzando para poner al enemigo en retirada, pero hagámoslo con la responsabilidad de saber que tenemos que hacer aparecer la solidaridad en nuestro horizonte, porque ella, de momento, es nuestra mejor vacuna y medicina.

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