Baltar: la victoria final de los birretes
Todo en orden. En Ourense sigue todo en orden. La renuncia de Baltar a la presidencia de la Diputación, como todo parece indicar, está pactada con el Partido Popular, así que el curso natural de los acontecimientos seguirá su camino. Veremos qué pasa con Jácome, el atrabiliario y narcisista alcalde de Ourense, pero parece probable que el puzzle encuentre su solución. Cosa inédita, el PP local propone una Gran Coalición PP-PSdeG-BNG (con su líder Manuel Cabezas de alcalde) para regir el ayuntamiento. ¡Noticia bomba! ¡Grosse Koalition en Ourense!: veremos que nos depara el futuro en ese lugar arcano en que parece haberse convertido la ciudad.
¿Es el signo de los tiempos la dimisión de Baltar hijo? ¿Significa que el viejo clientelismo, ese que no podía convivir en la misma habitación con la justicia, es asunto del pasado en Galicia? Cabe que asi sea, desde luego. Se dice que en su tiempo el alcalde popular de Ames dio por inevitable la pérdida de su alcaldía al crecer el ayuntamiento y cambiar, por tanto, la sociología de sus habitantes. Puede que el viejo clientelismo solo haya podido mantenerse en las condiciones de una provincia rural, con muchos pequeños ayuntamientos y unos vínculos comunitarios estrechos, en el mal sentido de la palabra: la dictadura de la aldea, que decía Stendhal.
Esos “vínculos comunitarios” incluían aquel cálculo que hablaba de 400 concejales del PP que trabajaban o tenían familiares en la Diputación ourensana o los 33 porteros contratados para un centro cultural con dos puertas (quiero creer que se trata de un subconjunto de la primera cifra). La lista de escándalos, o de historias chuscas, ligadas a los Baltar es interminable. El amor por la vida veloz, que conculca la ley de tráfico, no es la que más destaca en un currículum lleno de hits. Cerrarse en un piso cinco diputados para presionar a Fraga fue hilarante y digno del camarote de los hermanos Marx . Entregar manojos de billetes a la salida de los mítines sonaba aun más tercermundista. Pero tenían el poder. Los votos. O el control de los votos. Que parece lo mismo, pero no es la misma cosa.
¿Es la renuncia de Baltar la victoria definitiva de Romay Beccaría, su particular conquista de Granada, con Baltar en el papel de Boabdil? Desde luego, el PPdeG de hoy es otra cosa. Todos y cada uno de los líderes territoriales de antaño –los Cacharro, Cuíña, etcétera- fueron arrinconados sin ser sustituidos por ser similares. Desde luego, esa diferencia no es menor. Nadie conoce hoy los nombres de los conselleiros, ni tienen una base social personal: su perfil es insípido. Que es, probablemente, lo que se buscaba.
Ese nuevo PPdeG no nació de la nada. Todos y cada uno de los principales líderes del moderno PPdeG nacieron al calor de Romay, tan ligado al franquismo como el propio Fraga –fue secretario general de sanidad del 63 al 66 y después director del Instituto de Estudios de la Administración Local, organismo ligado en la altura al Opus Dei- pero de un origen personal de más alta alcurnia. Feijóo y Rueda desde luego. No se sabe que los así llamados birretes habían destacado por sus virtudes académicas pero es claro que colgarles la etiqueta de boinas a sus enemigos internos era prácticamente apodarlos de paletos. Fue un frame, un marco mental, letal.
El paisanismo estaba condenado a desaparecer en un país en el que ese tipo humano es cada vez más un resto a desaparecer y en el que la mayoría de la población está ocupada en ese extraordinario cajón de sastre que es el sector servicios. La cultura urbana, signifique esto lo que signifique es, por supuesto, ampliamente mayoritaria, aunque tal vez su vector más característico es lo que alcanza al enorme peso de las nuevas periferias urbanas. Fue Romay el que tuvo sensibilidad a esa transformación y decidió dar la batalla a sus contrincantes internos, apoyado, por supuesto, en el poder del PP central y de sus recursos mediáticos.
Ahora bien, ¿y si esa victoria puede, a medio plazo, resultar pírrica? ¿Y si resulta que los efectos colaterales se revelan irónicamente contraproducentes? ¿Puede el PP sustituir el estrechamiento de su base social, el adelgazamiento derivado de la desaparición del rural tradicional por una más amplia influencia en las clases medias urbanas? Las elecciones municipales demuestran que el PPdeG tiene una enorme dificultad para lograr mayorías absolutas en villas y ciudades que combatan el duopolio PSdeG/BNG. ¿Podrá seguir manteniendo a medio plazo, en un escenario así, su bien más preciado, el poder de la Xunta?
La cuestión no es fácil de responder. La pregunta, en realidad, trata acerca de si el cambio en la estructura social, el grado de urbanización, la globalización y la influencia de las redes sociales, la pérdida de peso de la identidad gallega tradicional, etcétera, consagrarán mayorías adheridas a ese nuevo PP, que antes amalgamaba clases medias altas y paisanos en el mismo partido.
Pero la interrogación afecta también, dado que forman parte de la ecuación, a BNG y PSdeG. ¿Sabrán los dos partidos hoy en la oposición hacer una lectura apropiada de los cambios en curso? ¿Estarán a la altura de lo que espera de ellos una ciudadanía que tiene nuevas demandas y que tampoco está cautiva de las culturas políticas de los dos grupos ni muchas veces se siente interpelada por sus propuestas, ni se siente cómoda en las identidades que le proponen?
Galicia cambió un mundo. Mucho. Está en un período de transición. Muchos aspectos que en el pasado parecían conferirle idiosincrasia desaparecieron, pero no resultan evidentes, ya, los nuevos trazos que definirán su rostro.
0