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Brigadas contra los eucaliptos: voluntarios eliminan especies invasoras en Galicia ante la pasividad de la Xunta

Una brigada deseucaliptizadora trabaja en parcelas de Froxán, en Lousame (A Coruña), en 2023.

Beatriz Muñoz

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En Galicia se han consagrado al eucalipto, una especie foránea, miles de hectáreas. Tantas que para cuando, hace dos años, la Xunta anunció una prohibición temporal de plantarlo en nuevos terrenos, ya estaba creciendo en el doble de superficie de la prevista para 2032. Se encuentra en más de 400.000 hectáreas. Después de ver el monte arder en zonas en las que brotaba este árbol, que es pirófito (es decir, está mejor adaptado al fuego y lo resiste y renace con mayor facilidad), y de considerar insatisfactorias las políticas del Gobierno gallego al respecto, asociaciones como la ecologista Verdegaia tomaron la iniciativa de organizar grupos de voluntarios, a los que llaman brigadas deseucaliptizadoras, para intentar erradicarlo de todas las parcelas a las que pudiesen llegar.

Las brigadas las componen entre 30 y 50 personas, con o sin vínculo con el mundo forestal, que se juntan un sábado o domingo y empiezan a retirar brotes de eucalipto en parcelas que sus propietarios ofrecen. Los terrenos pueden ser privados, montes comunales o incluso de empresas. Los voluntarios no cobran por su tarea, aunque sí reciben comida y bebida del anfitrión a cambio de su trabajo para luchar contra esta y otras especies invasoras y ayudar a recuperar terrenos de frondosas.

La iniciativa de Verdegaia tomó forma meses después de la ola de incendios de 2017, que prendió ya entrado el otoño en el monte gallego. En solo dos días de octubre ardieron el 80% de las hectáreas calcinadas aquel año en la comunidad. En la primavera siguiente la asociación empezó los trabajos de organización para retirar una especie extendida en suelo gallego al cobijo de la demanda de empresas como Ence. El fuego se propaga con más facilidad donde hay eucaliptos. Joám Evans, uno de los impulsores de las brigadas, explica que la idea empezó después de ver “fuego tras fuego” en el monte de Froxán, en el municipio coruñés de Lousame. Añade que estos árboles colonizan nuevos terrenos cuando estos han ardido.

El paisaje en Froxán transcurridos cinco años, dice, ha cambiado mucho. Ahí se han hecho más de 60 intervenciones. El planteamiento en cada terreno es a largo plazo porque no es sencillo erradicar estas especies ni se logra con una sola ronda. La semilla de la acacia negra, otro de los vegetales que ocupa a estos brigadistas, tiene una latencia de 60 años, dice Evans, lo que hace que pensar en una erradicación completa sea poco realista. En lugar de eso, intentan establecer un control. Pero no en todos los terrenos es posible hacer revisiones con frecuencia y en algunas parcelas solo es posible acudir una vez al año.

En la actualidad están anotados 1.300 voluntarios en estas brigadas. Cuando empezaron, eran una treintena. Joám Evans prevé que la participación siga creciendo. “Esto hace comunidad”, expone. Y también convence a escépticos. Su Alvor, que es propietaria de terreno y también brigadista, señala que en su aldea en Cenlle (Ourense), hay vecinos que eran reacios cuando los vieron a ella y a otros voluntarios iniciar las intervenciones, en este caso, de desacaciación, porque la invasora que les causa problemas es la acacia negra. Ahora, relata, “se van animando”. Y también aquí ha habido un cambio en el paisaje que asegura que notan especialmente quienes pasan temporadas sin acercarse a Lentille. “Hay más luz porque vamos retirando los árboles de la aldea”, asegura.

Rogas, albaroques y comunidad

Los avances en sus terrenos, cuenta Su Alvor, eran lentos hasta que se crearon las brigadas. Cuando ella y su pareja son los anfitriones, preparan comida y reciben por la mañana a los voluntarios, les explican qué van a hacer y las medidas de seguridad y los dividen en grupos. En cada uno suele haber alguna persona que ya tiene experiencia en las intervenciones para guiar al resto si es necesario. Estas brigadas recuperan conceptos tradicionales de los trabajos en el campo: la roga -la hacendera, tareas en las que participan todos los vecinos para ayudarse unos a otros- y el albaroque -la comida conjunta al acabar la labor-.

Joám Evans indica que ahora trabajan en estas actividades en torno a una veintena de entidades y calcula que actúan o han actuado en unas 2.000 hectáreas. Los acuerdos con los propietarios suelen ser de viva voz. Entre quienes abren sus parcelas a esta iniciativa hay intenciones diversas, pero el factor común suele ser la preocupación ambiental. Fernando Martínez está implicado en la gestión del monte comunal do Chá, en Ferrol, en donde se ha intervenido con varias actividades de voluntariado. Destaca también el impacto desde el punto de vista de la comunidad: “Se consigue que se le dé una solución colectiva a lo que se podía ver como un problema privado”. Y quienes acuden como voluntarios a una parcela acaban en muchas ocasiones trasladando la idea a sus propios terrenos, añade.

Martínez expone que hay propietarios que prefieren tener eucalipto porque negocian con empresas que se encargan de cortarlo y llevárselo, aunque sostiene que el rendimiento económico puede ser mayor con otras especies. Algunos que han plantado este árbol y querrían cambiar a frondosas, añade, se pueden encontrar con que no pueden hacer frente a los costes que ello supone y la existencia de las brigadas de voluntarios contribuye a dar una respuesta.

Ester Troncoso expone otro caso en el que trabajan estas brigadas. En Mondariz-Balneario, un pequeño municipio de la provincia de Pontevedra, una empresa, Augas de Mondariz, ha incluido terrenos de su propiedad en la iniciativa. En las tierras de la empresa la eliminación de eucaliptos va avanzando para evitar que las raíces provoquen daños en los conductos centenarios del agua. Troncoso indica que en esta zona hay muchos montes sin reclamar y muchos propietarios desvinculados de las parcelas que no las localizan y que ni siquiera venden los eucaliptos que crecen en ellas.

Iniciativa de muy bajo coste

El coste de la iniciativa es muy reducido, dice Joám Evans. Los gastos se cubren con poco más de 1.000 euros al año. Lo principal es pagar el seguro de responsabilidad civil. El resto de los fondos son para la compra de equipos de protección. “Y no hay mucho más: son voluntarios y las comidas las paga cada anfitrión. Es un proyecto de muy bajo coste”, resume.

La asociación tiene un fondo, abierto a aportaciones, con el que cubre gastos como la compra de material para arrancar unos árboles y plantar otros y también para proporcionar comida y bebida para los voluntarios que se desplazan a las parcelas. El dinero llega por la vía de las donaciones y de aportaciones de la Diputación de A Coruña a través de un plan de apoyo a ONG para actividades medioambientales.

El ecologista critica también la postura de la Xunta con respecto a esta especie invasora. “A mí me daría vergüenza tener espacios protegidos llenos de eucaliptos”, señala. Es el caso de alguno de los terrenos en los que han trabajado las brigadas deseucaliptizadoras, pero también de zonas emblemáticas de gran extensión como las Fragas do Eume. El Gobierno gallego tiene en vigor una moratoria que impide plantar nuevas parcelas con este árbol hasta 2026. El inventario forestal más reciente publicado por el Estado -las competencias corresponden en la actualidad al Ministerio para la Transición Ecológica- dice que son 288.000 hectáreas de plantaciones, a las que se suman otras 146.000 en las que el eucalipto crece mezclado con pino y roble. En total, son más de 430.000.

La Xunta tiene iniciativas para promover que se planten especies frondosas y para retirar eucaliptos de algunos terrenos. El objetivo público es reducir un 5% el terreno en el que está presente la especie para 2040, pero el Gobierno gallego no ha respondido a las preguntas de esta redacción sobre los lugares en los que está actuando.

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