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La pionera de las PDA que Apple debería haber comprado en los 70 (por su bien)

Concepto de la guía de teléfonos electrónica de bolsillo de 1977

Cristina Sánchez

Aunque los gigantes tecnológicos hayan llegado alto gracias a las acertadas decisiones de sus mandamases, de vez en cuando los magnates también meten la pata. Suponemos que Tim Cook está reflexionando en estos momentos sobre los errores cometidos después de conocer que sus ingresos trimestrales han descendido por vez primera vez en los últimos trece años y que las ventas del iPhone han caído, algo que tampoco había sucedido desde su lanzamiento en 2007.

Hace casi 40 años, el ya legendario predecesor de Cook también tomó una decisión que nunca sabremos si consideró un desatino, pero que, de haber obrado de otra forma, podría haberle evitado algún que otro conflicto con el tiempo. Steve Jobs rechazó la idea de tener una primitiva PDA quince años antes de que su fallida Apple Newton disgustara a sus compradores con su pésimo sistema de reconocimiento de escritura (que hasta tuvo parodia propia en Los Simpson).

LA 'GUÍA TELEFÓNICA ELECTRÓNICA' QUE IGNORARON APPLE Y HP

Corría el año 1976. Mientras la firma de la manzana mordida presentaba el Apple I con el satánico precio de 666,66 dólares por decisión de Steve Wozniak, un joven reflexionaba mirando una calculadora. El pensativo Judah Klausner había estudiado Música en la Universidad de Nueva York, así que no tenía la intención de resolver un logaritmo neperiano con ella.

“Estaba mirando esas pequeñas calculadoras que eran muy pequeñas y tenían esos botones de memoria, y no sabía qué significaba eso”, explicaría Klausner después. Un amigo le explicó lo bien que venía que aquel aparato fuera capaz de memorizar hasta las cifras más largas, y a él le pareció que sus virtudes eran claramente insuficientes. “Pensé, esto es estúpido, si estas cosas tienen sistemas de memoria, ¿por qué son tan limitadas?”

Consultó a varios ingenieros si era posible que la memoria de una calculadora llegara a guardar información más útil que números enteros o decimales, pero la mayoría le contestó que era imposible con la tecnología del momento. Más optimista fue Robert Hotto, un físico neoyorquino ansioso por trabajar con los novedosos microchips.

Al año siguiente, ambos registraban la patente de su guía telefónica electrónica de bolsillo. En el documento, detallaban las deficiencias de las calculadoras de bolsillo, revolucionarias en los 70. Aunque eran capaces de “almacenar bajo códigos numéricos varios ítems”, todavía no habían mostrado sus dotes para “reemplazar a las muy útiles guías telefónicas o a las libretas”.

El texto detallaba que los ordenadores de la época eran “capaces de almacenar y recuperar vastas cantidades de información” —Apple anunciaba como una auténtica novedad que su computadora tuviera 4 'kilobytes' de memoria RAM—, pero ni eran de bolsillo ni eran fáciles de usar.

El invento de estos visionarios sería la simbiosis perfecta entre esos aparatos. Similar a una calculadora, su ambiciosa guía electrónica sería capaz de almacenar y recuperar números de teléfonos, direcciones o fecha y lugar de las reuniones. Lógicamente, contaría para ello con un teclado alfanumérico adecuado para la ocasión.

Sin saberlo, habían ideado la primera PDA (asistente digital personal, por sus siglas en inglés), el término que en 1992 utilizó John Sculley, CEO de Apple por aquel entonces, para anunciar en la 'keynote' del CES de Las Vegas que la compañía planeaba vender estos dispositivos.

Quince años antes de que Sculley presentara el prototipo del malogrado Apple Newton, Steve Jobs rechazó fabricar la PDA de Klausner y Hotto, según recoge el periodista Evan Koblentz en su fascinante libro 'Del ábaco al 'smartphone': la evolución de los ordenadores móviles y portátiles'.

HP y General Dynamics ya los habían ignorado por aquel entonces, así que decidieron probar suerte con la firma de la manzana mordida. Según Hotto, un “enérgico” Jobs solo quería hablar del Apple II y no parecía dispuesto a escuchar ideas de nuevos productos. Centrado en su primer ordenador de producción masiva, que se convertiría en el gran éxito comercial de la empresa y marcaría el comienzo del 'boom' de los ordenadores personales, el cofundador de Apple rehusó fabricar aquel invento.

Tras unas cuantas negativas, Klausner y Hotto consiguieron colocarle aquella patente a Toshiba, ya que la compañía nipona quería renovar su línea de electrónica en ese momento. LC-836 Memo Note 30 fue el pomposo nombre final del sueño de un músico y un físico. Además de realizar cálculos, el dispositivo almacenaba números de teléfonos y notas, por lo que llamó la atención de los expertos de seguridad del momento.

“Esta pequeña máquina versátil tiene un impresionante número de aplicaciones secundarias para la criptografía moderna”, imaginaba por entonces un consultor de seguridad en la revista Cryptologia.

Aunque Casio y Psion dominaron el mercado de las agendas digitales en los 80, también fue una empresa japonesa la que lanzó una de las primeras PDAprimeras PDA, considerando como tales las que disponían de pantalla táctil y ofrecían la posibilidad de instalar programas. Un ingeniero de Sony pensó que necesitaba un “cerebro auxiliar” cuando viajaba en avión, y el resultado fue la olvidada Sony PTC-300 Palmtop de 1991. Pocas unidades llegaron al mercado occidental.

Dos años después llegó Apple Newton MessagePad, una agenda digital personal para tomar notas, guardar contactos o enviar faxes. Pese a que se vendieron 50.000 unidades durante los tres primeros meses, los sucesivos modelos de Newton nunca llegaron a despegar. Steve Jobs, que llevaba años sin cruzar palabra con John Sculley, siempre odió aquel invento. “Dios nos dio diez lápices ópticos”, afirmó. “No inventemos otro”.

No sabemos si a los de Cupertino les hubiera salido mejor la jugada si hubiera apostado mucho antes por un aparato que pudiéramos sostener en la mano para organizarnos la vida. Y sin necesidad de lápiz óptico, por cierto.

KLAUSNER VS. JOBS: LA PELEA POR EL BUZÓN DE VOZ VISUAL

Como el pasado siempre vuelve, los inventos de Klausner, Hotto y Jobs se reencontrarían treinta años más tarde, demanda mediante. Los dos creadores de la guía telefónica electrónica de bolsillo habían registrado dos patentes en 1994 y 1996 sobre un “contestador telefónico vinculado a un dispositivo que muestra los datos con el mensaje de audio grabado”.

Se habían percatado de que los usuarios querían algo más que una luz roja parpadeante como contestador. Por eso, concibieron una pantalla que mostrara los nombres de las personas que habían llamado y el número de teléfono, de forma que los mensajes pudieran escucharse en cualquier orden y contestarse fácilmente.

La empresa de Klausner, Visual Access Technologies, comenzó a vender aquel sencillo concepto en los 90. En 2007, demandó a varias empresas, entre ellas AT&T, Skype y Applevarias empresas, por violación de patente.

La firma de la manzana mordida había incluido en su recién estrenado iPhone su buzón de voz visualbuzón de voz visual, una opción muy similar a la propuesta por Klausner Technologies. La compañía estimaba por entonces que el pago de los daños y futuras regalías costaría a Apple 360 millones de dólares (unos 350 millones de euros, teniendo en cuenta la inflación).

Sin embargo, casi cuatro décadas después del primer acercamiento, los de Cupertino sí decidieron pactar con Klausner, si bien los detalles del acuerdo no se hicieron públicos. Al año siguiente, el inventor también pactó con Google para permitirle utilizar su particular buzón de voz visual. En 2011, repitió la estrategia con una nueva ronda de demandas contra Toshiba, NEC, Samsung o Siemens.

Como bien apunta Koblentz en su libro, Apple podía haberse ahorrado la batalla legal con aquellos inventores si se hubiera decantado por llevarse bien con ellos en los 70, sin contar con que podría haber desarrollado una primitiva PDA que quizá hubiera cambiado el curso de su historia (o no). Lo que está claro es que Klausner y Hotto supieron sacar rédito a sus patentes, aunque al principio nadie les prestara la más mínima atención.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de htomari (2), Seth Morabito (3), Fabio Bini (4) y thierry ehrmann (5)

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