Trabajo cerca de Gran Vía y, desde 2011, no es infrecuente ver grupos de personas movilizadas en ella por distintas causas. Así que casi no presté atención esta semana al grupo que se plantaba frente a un portal con pancartas y silbatos. A punto estaba de pasar de largo cuando un montón de pegatinas que empapelaban el portal frente al que se manifestaban los trabajadores llamó mi atención. Invocaban a un tal Gruschka. Buen nombre para un villano. Me recordó a Gru. “Grushcka mata Unipapel”, rezaban alguna de las pegatinas. Me paré. Pregunté a una de las manifestantes quién era el tal Gruschka.
Y me contó. Gruschka es el fundador de una empresa suiza de capital riesgo, Springwater (¡lindo nombre!), que en 2014 se hizo, con la pericia de croupier experto en economía de casino, con Unipapel (entre otras empresas), hasta entonces propiedad de Adveo, líder europeo de suministros de oficinas. “El plan era inyectar capital en la empresa, pero lo que está haciendo es dejarla morir”, me explica Milagros, trabajadora de la empresa desde hace veintisiete años y que, a día de hoy, lleva sin cobrar su nómina desde abril y se expone a ser despedida sin siquiera indemnización (la empresa quiere declararse en suspensión de pagos a este respecto).
“Martín Gruschka está dejando morir la producción”. Me habla también del montón de encargos que tienen en cola y que no pueden llevarse a cabo por falta de suministros, ya que la deuda contraída en este año y medio por Gruschka impide pagar a los proveedores. El PP y el PSOE, entre otros, son clientes de esta empresa desde hace años y era a Unipapel a quien habían encargado, hasta este año, toda la papelería necesaria para hacer el buzoneo electoral.
Unipapel. Es una marca que forma parte de nuestro imaginario, un signo habitual de nuestras vidas, de nuestras infancias y épocas de estudios y trabajo. Años conviviendo con sus cuadernos y con la zancada del galgo en nuestros sobres. En lo infraordinario, que diría Georges Pèrec, también se producen traumas. Tu diario de cabecera cambia la tipografía o desaparece un helado al que eras adicto y te sorprendes en un ataque de nostalgia. Pero más allá de la pérdida simbólica o sentimental, están las vidas (que no el capital) en riesgo de los trabajadores de la central de Unipapel en Tres Cantos y de las fábricas de Logroño y Aduna (Guipúzcoa), a quienes la reforma laboral sirve en bandeja de plata su futuro a un villano sin escrúpulos experto en piratería financiera.
“Si es una empresa de toda la vida...”, le digo con pena a Milagros, tratando de resumir la congoja que me provoca la historia. Les deseo suerte y ánimo y me alejo, pasando por delante de todos los H&Ms de Gran Vía superpuestos sobre antiguos cines. Me voy pensando que pronto viviremos en un mundo sin empresas ni comercios “de toda la vida”. Y pienso sobre todo en la ironía de que haya otros sobres del PP y de que sean también tristemente célebres. No puedo evitar ver conexión entre las dos maneras fallidas de sacar adelante una campaña del PP. Y no sé qué tipo de justicia poética podría arreglar esto. ¿Que todo el dinero suizo de Bárcenas y otros se destinara a adquirir los suministros que Gruscka dice no poder comprar en la fábrica de Unipapel? Vamos, sí, sería bonito un gesto de apoyo mutuo entre realidades suizas vulnerables.
Las palabras de Milagros aún resuenan en mi cabeza: “Nosotros las elecciones ya las hemos perdido”. Aún así, van a seguir luchando. Tiembla, Gruschka.