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Amazon se la juega en un pulso con los trabajadores de un almacén en Alabama

Una protesta contra la construcción de un centro logístico de Amazon cerca de Nantes, en Francia, en noviembre de 2020

Carlos Hernández-Echevarría

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El hombre más rico del mundo contiene la respiración mientras espera noticias de una pequeña ciudad en el Sur profundo de Estados Unidos. Los 5.800 empleados del almacén de Amazon en Bessemer, Alabama, son menos del 0,5% de los trabajadores de la empresa de Jeff Bezos, pero tienen en sus manos una decisión clave para el futuro de la compañía: formar o no el primer sindicato de la historia de Amazon en EEUU. El lunes acabó el plazo para votar y ahora estamos esperando el resultado. La campaña ha sido durísima.

Amazon ha empapelado incluso los baños con eslóganes como “los sindicatos no pueden, nosotros sí” y ha enviado hasta cinco mensajes diarios a los teléfonos de sus trabajadores para pedirles que “no abandonen el equipo ganador”. También ha montado charlas de asistencia obligatoria para desacreditar a los sindicatos, mientras que estos se tenían que conformar con hacer campaña abordando a la gente en el aparcamiento. Acusan a Amazon de haber cambiado los semáforos del parking para quitarles tiempo.

La multinacional no trata de ocultarlo. Su postura oficial es que sus trabajadores no necesitan sindicatos, que cada uno de ellos puede negociar directamente con la compañía. Presumen de pagar la hora trabajada a más del doble del salario mínimo en EEUU y de ofrecer un buen seguro médico. Todo ello es cierto, pero también lo es que los trabajadores de almacenes que sí pertenecen a un sindicato suelen cobrar más o menos el doble y que un estudio gubernamental mostró que al menos 4.000 empleados de Amazon en ocho estados tenían que recurrir a la ayudas sociales para poder vivir. 

Algunos de los trabajadores del almacén de Alabama creen que ha llegado la hora de mejorar sus condiciones. Llevada por el boom de las ventas online del coronavirus, Amazon aumentó un 84% sus beneficios el año pasado y contrató a más de 400.000 nuevos empleados en todo el mundo. La compañía, que obliga a sus trabajadores a hacer horas extra en función de la demanda, los recompensó con un aumento de 1,7 euros la hora durante lo peor de la pandemia, pero ahora ha vuelto a quitarles este extra. Muchos de sus empleados en Bessemer cobran ahora menos que cuando entraron a trabajar en la planta, que abrió en marzo del año pasado.

Una batalla nacional sobre el futuro del empleo

Amazon es una empresa prácticamente única entre las grandes tecnológicas porque, por su negocio, el grueso de sus trabajadores no son ingenieros muy bien pagados como en Google o Facebook, sino empleados con baja cualificación que organizan pedidos en instalaciones como la de Alabama. Es un trabajo duro y de gran exigencia física: muchos de ellos caminan unos 20 kilómetros diarios llevando productos, y otros los empaquetan con gestos repetitivos que se han relacionado con enfermedades profesionales. A todos se les controla con herramientas de tecnología cada segundo para medir su productividad. 

Los sindicatos llevan décadas intentando entrar en Amazon. En sus inicios en los 90, la compañía explicaba en sus anuncios que buscaba empleados que hicieran el trabajo “en un tercio del tiempo que la mayor parte de las personas competentes creen que es posible” y se mandaban correos electrónicos titulados “YA DORMIRÁS CUANDO HAYAS MUERTO”. En 2011, un periódico de Pensilvania denunció que en uno de los almacenes de Amazon, la compañía prefería tener una ambulancia lista para atender a los empleados que se desmayaban por el calor a gastar en instalar aire acondicionado. 

Al mismo tiempo, la empresa ha recurrido durante años a la amenaza y hasta al despido para evitar que sus trabajadores tuvieran representación sindical. Aunque en otros países europeos como España o Alemania no les ha quedado más remedio que aceptarlo, hasta ahora habían conseguido evitar que sus empleados estadounidenses hicieran lo mismo. Nunca han estado tan cerca de una derrota como ahora y es toda una casualidad que haya sucedido en un estado profundamente conservador como Alabama.

En el almacén de Bessemer, el 85% de los trabajadores son afroamericanos y los sindicatos han hablado de su lucha como “una cuestión de derechos civiles” y se han alineado con las protestas antirracistas de Black Lives Matter. Sin embargo, la situación es más compleja. Hay divisiones, por ejemplo, entre los empleados más jóvenes que sólo han conocido empleos peor pagados que los de Amazon y aquellos más mayores que salen de otros sectores con mejores condiciones y donde los sindicatos eran tradicionalmente más fuertes.

Los que quieren formar el sindicato han recibido el apoyo del presidente Biden y también una visita del senador izquierdista Bernie Sanders, un viejo enemigo de Amazon. En 2018, ya presentó un proyecto de ley que tituló 'Ley de Parar a Bezos' para obligar a las grandes empresas a devolverle al gobierno todo lo que este gastara en dar ayudas a la pobreza a sus empleados. Entonces el empresario decidió subir los sueldos a sus empleados hasta algo menos de 13 euros la hora. 

Los sindicatos creen que, incluso si pierden la votación, Alabama será un antes y un después para Amazon y para el país. En 1964, un tercio de todos los estadounidenses que trabajaban fuera de la agricultura estaban afiliados a un sindicato, pero ahora esa cifra ha bajado hasta el 11%. Los sindicatos y sus aliados demócratas esperan que la tendencia se invierta y que el primer paso del cambio lo den 5.800 trabajadores de una pequeña ciudad del Sur. Conoceremos los resultados en los próximos días. 

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