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“Aprende a pronunciar si quieres trabajar aquí”: así es la discriminación por acento

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Noemí López Trujillo

“La única otra persona no británica que conozco en mi trabajo es el portero, que es peruano. Siempre nos saludamos en español cuando nos vemos”. Lo dice Lara, de 26 años, redactora de contenidos (en régimen de freelance) de una importante radio británica. Emigró a Inglaterra hace ya dos años, y comenzó a colaborar con esta cadena hace uno. Forma parte de la sección que da cobertura informativa internacional: su cometido es elaborar contenidos sobre los acontecimientos sociopolíticos más relevantes de España.

Lara estudió en una universidad del norte de Inglaterra y cursó un máster en la London School of Economics, pero sabe que aunque es prácticamente bilingüe, su inglés nunca estará al nivel del de un nativo. “En mi trabajo, si eres extranjero, vas a formar parte del equipo de tu país, cubriendo información de allí. Quienes hacen información del Reino Unido han nacido aquí. Yo tengo muy buena pronunciación, pero para ellos siempre tendré acento extranjero, y creo que eso, en cierto modo, me impide ascender o hacer méritos”, apunta.

Esta penalización por el acento o forma de hablar se conoce como accentism en inglés y se traduce como ‘hablismo’. Supone una forma de discriminación, como el rechazo por género o raza, aunque aún no esté tan visibilizada como estas: “¿Cómo sabemos si se juzga a una persona por su aspecto, por lo que hace, por lo que dice o por cómo lo dice?”, se pregunta Erin Carrie, de la Manchester Metropolitan University.

Esta investigadora trabaja junto a Rob Drummond tratando de descifrar cómo el ‘hablismo’ perjudica a ciertos hablantes, y apunta lo siguiente: “Nuestros acentos y, en general, las formas en que utilizamos el lenguaje proporcionan información sobre nosotros a los demás. A menudo, juzgar el acento de una persona se convierte en un juicio de valor sobre -entre otras cosas- su lugar de origen, clase social, y origen étnico, en vez de su manera de hablar en sí”.

“Se juzga a las personas por lo que dicen, además de cómo lo dicen, y se les critica por no usar el lenguaje que se considere apropiado en un contexto determinado. El tipo de comentario realizado nos puede dar alguna pista en cuanto a qué tipo de discriminación se está practicando”, explica.

Esto es precisamente lo que señala Virginia, de 42 años, una enfermera española residente en Manchester: “He tenido pacientes que se han quejado o me han ridiculizado por mi forma de pronunciar cuando les estaba haciendo el triaje en enfermería. Y también algunos compañeros recurren a menudo a mi acento para hacer burla. Muchos lo hacen de broma pero cuando esto pasa me jode bastante porque te ponen en evidencia en un entorno laboral y te recuerda constantemente que eres de otro país”.

También Fernando, profesor en una universidad del norte de Inglaterra, apunta que algunos alumnos han destacado su acento de forma negativa en las evaluaciones a los docentes: “Alguna vez han aparecido comentarios del tipo ‘aprendo peor al ser un profesor extranjero’. Te aseguro que me hago entender cuando doy clase, así que leer algo así no es agradable”.

Carlos Romero forma parte del Departamento de Psicología de la Edge Hill University (Inglaterra), donde, además de impartir clases como docente, lleva cabo una investigación sobre el acento extranjero y su percepción: “Empecé a investigar sobre esto por el interés que me genera cómo las personas nativas perciben a los inmigrantes que van llegando a sus países. Hay muchos estudios sobre raza pero aún hay poca literatura científica sobre discriminación por acento”.

Este doctor en Psicología presentó su línea de investigación en el XII Congreso de la Sociedad Española de Psicología Experimental (SEPEX), celebrado el pasado julio en Madrid. Allí explicó que las personas que ejercen de jurado en un juicio aplican condenas mucho más severas a los acusados que hablan con un acento extranjero en comparación con los acusados que tienen un acento nativo.

“A todos los participantes se les enseñó un caso de un atraco a mano armada en el que toda la evidencia apuntaba a un único acusado. Más tarde, a los participantes se les separó en dos grupos: uno de los grupos escuchaba al acusado, hablante nativo de inglés, defendiéndose de la acusación; el otro grupo escuchaba al acusado diciendo exactamente lo mismo, pero en este caso siendo un hablante extranjero de inglés (español hablando inglés). Los participantes que escucharon al acusado nativo de inglés le condenaron a cuatro años de prisión de media, mientras que los participantes que escucharon al acusado que tenía acento extranjero le condenaron a 13 años de prisión de media”, explica Romero. 

La investigadora Bernadette Watson apuntaba en un estudio realizado junto a Howard Giles que los hablantes extranjeros suelen ser percibidos de forma más negativa en diferentes rasgos (menos inteligentes, menos simpáticos o menos creíbles), y esto incrementa cuanto más fuerte es el acento extranjero del hablante.

“Existen un par de hipótesis sobre por qué ocurre esto: la primera, defendida por investigadores como Galen Bodenhausen (Northwestern University, Illinois), sugiere que los extranjeros con acentos más fuertes son percibidos como más representativos de su grupo social y, por tanto, es más probable que se les atribuyan los estereotipos negativos asociados a ese grupo”, cuenta Carlos Romero, que añade que, “la otra hipótesis defendida por investigadores como Marko Dragojevic (Universidad de Kentucky) sostiene que los hablantes extranjeros son evaluados negativamente no tanto por la activación de estereotipos sociales, sino por la propia dificultad de procesamiento que implica entender a un hablante extranjero. Por tanto, cuanto más fuerte es el acento de una persona, más trabajo cuesta entenderla, y más negativa será la reacción del oyente hacia esa persona”.

Si un hablante extranjero tiene menos credibilidad en un proceso judicial, esto también sucede en el ámbito laboral, como apuntaban Lara y Virginia. Es también el caso de David, un arquitecto español que emigró a Liverpool hace cuatro años. “Cuando llegué sabía que tendría que empezar por trabajos menos cualificados, pero cuando llevaba un año y había perfeccionado el idioma, que ya era bueno de por sí porque me fui con un B2, decidí ir a una entrevista de lo mío. El jefe de proyecto para el puesto al que yo optaba me dijo: ‘Apúntate a una academia para aprender a pronunciar si quieres trabajar aquí’. Creo que ni siquiera lo dijo como algo ofensivo, sino como un consejo”.

Aunque David matiza que en otras entrevistas laborales nunca han destacado su acento, la investigación lingüística llevada a cabo por Erin Carrie y Rob Drummond demuestra que el sesgo hacia los acentos extranjeros tiene consecuencias en la vida real. “En el lugar de trabajo, por ejemplo, se considera que los trabajadores con acento extranjero son mucho menos adecuados para el trato directo con clientes e incluso para trabajos telefónicos tipo call centre”, detallan, aunque “en ciertos sectores, como la enseñanza del inglés, los profesores de minorías étnicas ‘visibles’ son objeto de discriminación tanto por su acento, como por su raza y nacionalidad, a pesar de que muchos son hablantes nativos del inglés”.

Carrie y Drummond señalan que hablar de manera distinta a la norma establecida no es algo negativo de por sí, pero se percibe de forma peyorativa: “La gente suele preferir acentos similares a los suyos. Esto es lo que los lingüistas llamamos 'lealtad al acento'. A los llamados acentos ‘estándares’ se les confiere un estatus alto y son recibidos de manera positiva en contextos formales en detrimento de los ‘regionales’ o ‘no estándares’”.

Los testimonios de este reportaje han sido anonimizados a petición de las fuentes. Todas y todos (residentes en otro país) denuncian discriminación en el entorno laboral por su acento o forma de hablar. Por precaución, han preferido que sus nombres reales no aparezcan para evitar represalias, excepto en el caso de los investigadores citados.

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