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THE GUARDIAN

El perdedor: Trump tiene que vivir ahora con lo que más temía

Donald Trump sale de una rueda de prensa en la Casa Blanca el 5 de noviembre de 2020.

Ed Pilkington

Nueva York —

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En el mundo maniqueo de Donald Trump, hay un epíteto más patético que cualquier otro: perdedor. Ha utilizado esa palabra para referirse a sus colegas republicanos Mitt Romney y John McCain, a personajes que le criticaban como Cher, a su amigo Roger Stone e incluso a los héroes americanos que murieron luchando por su país en Francia en 1918. Ahora se ha convertido en un perdedor. A partir de ahora, le perseguirá, como un yugo colgado del cuello, ser presidente de un solo mandato, una marca que en los últimos 40 años sólo han llevado otros dos hombres: George H.W .Bush y Jimmy Carter.

Por añadir con su humillación, Trump perdió las elecciones frente a alguien a quien declaró como “el peor candidato en la historia de las elecciones presidenciales”. Pero al final, Joe Biden demostró ser un contrincante más fuerte de lo que Trump creía, aunque por un margen algo menor que el que preveían las encuestas.

En 2016 Trump pareció una curiosidad: la persona que desde fuera, prometía tomar Washington al asalto, el magnate inmobiliario que dijo que drenaría el pantano, el autoproclamado multimillonario que no revelaría sus declaraciones de impuestos pero sería el campeón de los “americanos olvidados”.

Cuatro años más tarde, esa mezcla poco convencional de características se había desmoronado. Ya no podía reclamar el título de “outsider” porque ostentaba el cargo más poderoso de la Tierra; el pantano parecía más tóxico que nunca; y esos estadounidenses olvidados a los que supuestamente él defendía estaban sufriendo como nunca lo habían hecho antes mientras él pagaba unos míseros 750 dólares al año en impuestos federales sobre la renta.

Luego llegó el coronavirus. Desde el comienzo de la pandemia, Trump se propuso mantener una postura negacionista. En lugar de prestar atención a las advertencias de sus propios asesores científicos, se jactó falsamente de que la enfermedad “desaparecería” milagrosamente, a pesar de que más tarde Bob Woodward expuso que Trump sabía desde el principio que el virus era “algo mortal”.

Quedarse quieto

En lugar de poner en marcha toda la maquinaria del gobierno más poderoso del planeta en una respuesta federal integral a la pandemia, Trump se sentó y dejó que los estados compitieran entre sí por recursos escasos. Luego politizó la crisis, convirtiendo las mascarillas en símbolo partidario del amor y el odio y azuzando las protestas de la extrema derecha contra los relativos confinamientos que proponían algunos demócratas.

La gobernanza característica de Trump ha pasado siempre por provocaciones. Su manejo de la otra gran crisis que ha golpeado Estados Unidos en 2020 ha sido similar: La ola de protestas de Black Lives Matter contra la brutalidad policial desencadenadas por el brutal asesinato de George Floyd. Un acontecimiento que requería palabras curativas y actos tendentes a la unidad por parte del presidente se encontró con una respuesta por parte de Trump que consistía en virulentos ataques contra el movimiento “antifa” y la anarquía supuestamente desatada por los gobernadores demócratas, a los que acusaba de amantes del crimen.

La estrategia de “ley y orden” de Trump, que tantas veces se ha convertido en centro de su campaña, afirmaba que existía una [supuesta] “carnicería americana” a la que ya había invocado en su toma de posesión.

A los politólogos les llevará tiempo digerir cómo las estrategias tan radicalmente contraintuitivas de Trump fueron recibidas por millones de estadounidenses. Se ha percibido que su negativa a comprometer al gobierno federal en ningún intento serio de contener el coronavirus sólo podía perjudicarlo. Pero entre sus bases de apoyos, especialmente entre los votantes blancos sin educación universitaria, parece haber incrementado su adoración por él.

Cuando llegó la jornada electoral, más de 230.000 estadounidenses habían perdido la vida por culpa de la COVID-19. Sin embargo, cuando a los que votaron por Trump se les preguntó en las encuestas a pie de urna si pensaban que el virus era un motivo de preocupación, la respuesta fue sorprendente: Sólo el 5% dijo que lo estaba: se habían bebido su alucinógeno.

Del mismo modo, el hecho de que Trump no se hundiera en las elecciones sugiere que muchos estadounidenses no creyeron su agresiva -y algunos dirán racista- actitud, no era un factor tan importante. Mientras tanto, para otros millones, esa “carnicería americana” ha tenido lugar durante su mandato, y ha sido provocada en gran parte por un liderazgo que ha azuzado las divisiones.

En medio de una agitación que nunca dejó de aumentar, Trump trató de proyectarse como un hombre fuerte, el equivalente americano de Jair Bolsonaro de Brasil o Rodrigo Duterte de Filipinas, líderes a quienes ha calificado como amigos. Pero el patrón se repitió: buscar fotografías como aquella en la que sostenía una Biblia frente a la iglesia de St John, que requería que una multitud pacífica fuera de la Casa Blanca fuera dispersada usando gases lacrimógenos, lanzaba carnaza a las bases de Trump pero también alienaba a los votantes cuyo apoyo necesitaba cortejar.

El apoyo se desmorona

A medida que los estrategas políticos analizan los resultados de las elecciones, es probable que se centren en grupos demográficos como los afroamericanos y las minorías. En 2016, Hillary Clinton no logró concitar el apoyo de las comunidades negra y latina, incluso en estados clave como Wisconsin, y eso le costó caro.

En 2020, Trump aseguró que esos grupos del electorado participasen de manera masiva a favor de Biden. Para eso sirvieron sus salidas de tono racistas y su cortejo a la extrema derecha. Pero también en lo que se refiere a estos aspectos, la imagen que nos devuelve la noche de las elecciones es compleja.

Mientras que, en general, los votantes de las minorías salieron en gran medida a favor del candidato demócrata, Trump logró avanzar entre los cubanoamericanos en Miami-Dade - el condado clave para su victoria en Florida, aunque lo ganara Biden por siete puntos en lugar de los 20 de Clinton-. Su promesa de un “plan platino” para impulsar los negocios de los negros también pareció conseguir apoyos de celebridades negras como Ice Cube y Lil Wayne. Quizás influyó en algunos votantes afroamericanos que, en algunos estados lo apoyaron en mayor número que en 2016, aunque en general el 87% de los afroamericanos votaron por Biden, según la encuesta a pie de urna de CNN.

Estas estrategias ayudaron a impulsar la candidatura de Trump para la reelección a un nivel que por segunda vez asombró a muchos analistas y encuestadores experimentados. Se equivocaron en algo: fue que se distrajeron de la única política pública donde sus resultados eran prometedores: la economía.

Durante gran parte de su presidencia, Trump había conseguido que subiera la bolsa y no dejó de lanzar comentarios engañosos sobre la creación de empleo - junto con el nombramiento de jueces conservadores - al frente y en el centro de sus supuestos logros. Incluso en mayo, tenía una ventaja importante sobre Biden en lo económico.

Pero Trump demostró ser incapaz de mantener el mensaje económico en el centro del debate. El juicio político a principios de año absorbió gran parte de la energía del despacho oval, y entonces llegó la pandemia, con su demoledor impacto económico.

Cuando llegó la hora de votar, la ventaja sobre Biden en materia económica, ya no era más que de un par de puntos.

Amenazas

Mientras Biden es proclamado presidente, Trump ya ha comenzado a tratar de interrumpir la transición pacífica de poder que ha sido un sello distintivo de la democracia americana desde su fundación. No es de extrañar, ya que incluso cuando ganó las elecciones de 2016, estaba tan molesto por haber perdido el voto popular a favor de Hillary Clinton mientras se imponía en el colegio electoral. Entonces inventó toda una teoría de la conspiración para explicar esa contradicción.

Esta vez su resistencia a reconocer los resultados electorales es aún más maliciosa. La noche de las elecciones afirmó en falso que había ganado la elección en un discurso televisado desde el Salón Este de la Casa Blanca, insistiendo y mintiendo al afirmar que le estaban robando las elecciones. Al día siguiente, Trump y sus compinches insistieron en que había ganado en Pensilvania, a pesar de los millones de votos que aún estaban por contar.

“Perder no es fácil”

Es poco probable que aún chillando tan fuerte como pueda sea capaz de evitar lo inevitable: la llegada del camión de mudanzas al 1600 de la Avenida Pensilvania el próximo 20 de enero. Sería difícil exagerar la amarga emoción de las imágenes que serán transmitidas por todo el mundo ese día. Mostrarán a un hombre que ha dedicado su vida a crear el mito de su propia invencibilidad siendo expuesto finalmente y de forma definitiva como un perdedor.

¿Y luego? Algo es seguro: Trump no disfrutará de la ignominia de perder. “Perder nunca es fácil. No para mí, no lo es”, dijo a su personal de campaña el día de las elecciones en un raro momento de vulnerabilidad.

Trump ha mostrado al mundo en los últimos cuatro años que lo suyo es el caos y el desorden. Y puede esperar mucho más de ambos cuando regrese a la vida normal (la normalidad de su vida en su hotel de Mar-a-Lago, en Florida). Le perseguirán muchos problemas, incluyendo las entidades que le prestaron 421 millones de dólares con su aval personal y que ahora quieren que se les devuelva el dinero.

También le persiguen los problemas legales. Hay varias investigaciones criminales y demandas civiles en su contra. El fiscal del distrito de Manhattan, Cyrus Vance, está llevando a cabo múltiples investigaciones sobre la organización Trump en relación con un posible fraude financiero y en relación con el dinero que pagó en 2016 a Stormy Daniels, una actriz de películas porno que dijo haber tenido una aventura con Trump.

También hay varias demandas civiles en curso, incluido el caso de difamación presentado por la periodista Jean Carroll que afirma que fue violada por Trump en unos grandes almacenes de Nueva York en la década de los 90.

Tampoco sufrirá mucho Trump pese a sus problemas de deudas y sus problemas con la ley. Tiene casi asegurado un contrato multimillonario para un libro, y es de esperar que explote al máximo la imagen del mártir de la derecha junto al interminable potencial de ganancias que trae consigo el estatus de expresidente.

No es probable que sea la última vez que oigamos hablar de él. Su capacidad para confundir a los encuestadores por segunda vez, la ardiente veneración que inculcó a millones de americanos, el sello indeleble y ominoso que ha impreso en la política del país: todo indica que este no es el final de Donald Trump y su amarga revolución.

Traducido por Alberto Arce

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