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ENTREVISTA Alto Representante para la Política Exterior de la UE

Josep Borrell: “No creo que los británicos vayan a ser muy felices si se van sin un acuerdo con la UE”

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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Josep Borrell (Pobla de Segur, 1947) lleva un año siendo la voz exterior de la Unión Europea. Alto Representante para la Política Exterior y vicepresidente de la Comisión Europea, el político español desempeña el que es, según sus propias palabras, “el trabajo más complicado” que ha asumido en sus cuatro décadas dedicadas a la política. 

Un trabajo que, además, se ve afectado por la pandemia del coronavirus que lleva golpeando a todo el mundo desde principios de año y que ha causado cientos de miles de fallecidos en la UE, además de una crisis económica sin precedentes. Para abordar esta crisis económica, la UE está intentando poner en marcha unos fondos de recuperación bloqueados por Hungría y Polonia en un momento en el que la incertidumbre se incrementa por la falta de acuerdo con Reino Unido por el Brexit. “Estamos viviendo peligrosamente. Siempre hay una escenificación casi teatral, y hasta que no se llega al borde del precipicio no hay acuerdo”, reflexiona Borrell sobre las negociaciones urgentes que siguen abiertas. 

¿Cómo se puede sortear el veto de Hungría y Polonia al mecanismo del Estado de Derecho que mantiene bloqueados los presupuestos de la UE –marco financiero plurianual 2021-2027– y el fondo de recuperación?

Como es inimaginable que no haya un acuerdo sobre el Next Generation EU [fondo de recuperación] y sobre las perspectivas financieras [el presupuesto de la UE para 2021-2027], pues se llegará a un entendimiento. No sé cómo, pero estoy seguro que la presidencia alemana va a hacer alguna propuesta que sea aceptable para todos.

¿Sin que sea necesario buscar una fórmula diferente, como un acuerdo intergubernamental entre 25?

El tratado da mucho de sí, hay soluciones alternativas a las que estamos viendo ahora desde el punto de vista legal. Recientemente, uno de mis antiguos colaboradores que ahora es eurodiputado, Domènec Ruiz Devesa, publicó un artículo diciendo cómo se puede evitar el veto legalmente. Pero aunque el papel lo aguanta todo, el calendario no, y el tiempo que se necesita para aplicarlo es incompatible con la urgencia de la llegada de los fondos.

Este bloqueo tiene mucho que ver con algo que usted vive en su trabajo diario: la capacidad de veto de los países, que también existe en el ámbito de la política exterior.

En muchos ámbitos, sólo con las perspectivas financieras y la armonización fiscal vamos servidos.

¿Usted cómo vive eso? Su trabajo es conciliar una política común en aquello que los Estados tienen autonomía, pero al mismo tiempo en una Comisión Europea que ambiciona asumir un carácter geopolítico.

Éste es probablemente el trabajo más complicado que me ha tocado desempeñar nunca, porque hay que hacer muchos equilibrios en un contexto institucional muy complejo. La política exterior y de defensa sigue siendo competencia exclusiva de los Estados miembros. Lo dice el tratado con letras así de gordas.

Pero algunos de los instrumentos de la política exterior están comunitarizados total o parcialmente. El caso más claro es trade (comercio). Trade es algo que tiene una dimensión de política exterior. Pero hay otros, como la ayuda al desarrollo y la unión aduanera. Entonces, los Estados miembros son competentes en política exterior y de defensa, pero algunas de las maneras de llevar a la práctica esas competencias están en otro sitio, en la Comisión Europea.

Hay una dialéctica por la cual la Comisión, que tiene relaciones exteriores pero no política exterior, tiene una tendencia inevitable a entrar en la geopolítica. Está en la lógica de las cosas. A fin de cuentas, es la eterna dialéctica de la construcción europea: el pilar intergubernamental y el pilar comunitario. Y a mí me toca estar en medio de los dos tratando de que sean coherentes.

Uno de esos temas que se arrastra desde hace meses por la falta de unanimidad es el de Turquía. Al final se pospuso a diciembre decidir qué hacer por los conflictos con Grecia, Chipre y otros que han ido surgiendo.

Hay tres escenarios posibles. Uno es el de continuar con una relación de je t'aime mais non plus, con altibajos continuos, que es lo que hemos hecho hasta ahora. Luego está el escenario de confrontación abierta, que es lo que algunos países europeos quieren y otros rechazan. Y, por último, está el escenario de buscar un acuerdo omnicomprensivo sobre todas las cuestiones sobre las que tenemos diferencias. Y el Consejo Europeo [de los días 10 y 11 de diciembre] tendrá que decidir por dónde va.

Nos dimos un par de meses para ver si en ese tiempo se podían reconducir las cosas, pero francamente no hemos avanzado mucho, más bien hemos ido hacia atrás.

Incluido el bloqueo a los productos franceses.

Bueno, no ha habido tal bloqueo. Hubo anuncio de bloqueo, pero luego se ha quedado todo en palabras.

Otro asunto clave es la reconstrucción de los lazos transatlánticos, que han quedado muy dañados con Donald Trump. ¿Qué perspectivas hay?

Bueno, como dice Leonard Cohen y ya que me he inventado la doctrina Sinatra [en referencia al My way, a mi manera, aplicado a la política exterior europea], nos vamos a inventar la doctrina Leonard Cohen: “First we take Manhattan, then we take Berlin”. Es decir, vamos a intentar una relación mucho más positiva en las formas, pero también con una mejor comprensión de los intereses comunes.

En materia de cambio climático la nueva administración entiende mejor el problema, o lo entiende más como lo entendemos nosotros. En el pacto nuclear con Irán también es de esperar que así sea también, y con China la aproximación de fondo será igual a la anterior administración, pero las formas serán distintas. Y las formas cuentan mucho.

Sin pensar que de repente todo se va a resolver, entramos en una dinámica de cooperación más fluida, aunque sólo sea por lo que los catalanes llamamos tarannà, la forma de ser.

Boris Johnson también pierde un aliado para el Brexit.

En Europa varios pierden un aliado. Los movimientos populistas de derechas en Europa pierden una referencia.

¿Se llegará a un acuerdo para el Brexit a tiempo?

Yo ya creo que estamos fuera de tiempo, porque cuando pienso lo que significa que el Parlamento Europeo tenga que debatir un acuerdo que, si se llega a conseguir, tendrá varios centenares de páginas... Yo creo creo que estamos ya en el límite desde el punto de vista logístico.

Pero siempre digo lo mismo, llevo 40 años trabajando en los temas europeos y los acuerdos siempre llegan en el último minuto. Siempre hay una escenificación casi teatral, y hasta que no se llega al borde del precipicio no hay acuerdo. Luego, milagrosamente, aparece el acuerdo.

Parece que la UE está en el alambre con el Brexit, con el fondo de recuperación, en un momento en el que todavía no han llegado las vacunas, aunque hay un horizonte positivo. Estamos viviendo...

...peligrosamente... Pero esto es así, para mí no hay nada nuevo. No recuerdo un acuerdo que se tomara con holgura y con tiempo suficiente. Todos los acuerdos, grandes o pequeños, se cierran cuando ya no queda más tiempo, porque todo el mundo estira para conseguir al máximo lo que desea. Pero como al final, si no hay acuerdo, todos salen perdiendo, se impone el bien común. Yo no creo que los británicos sean muy felices si se van sin un acuerdo, francamente.

Otro acuerdo que se retrasa, que tiene que ver con comercio es el de la UE con Mercosur. Allí sigue Jair Bolsonaro en Brasil y en Argentina hay nuevo presidente. ¿El acuerdo se podrá reactivar? Lleva dos décadas negociándose y en verano de 2019 se anunció un principio de acuerdo.

Es un tema que me tiene muy ocupado, muy preocupado. No solo de Mercosur, también la modernización de los acuerdos con México y con Chile, que también están en el alero.

Tal como está, seguramente, no sólo por la parte latinoamericana como has señalado, también por la parte europea, es difícil que pueda pasar por la ratificaciones de todos los parlamentos nacionales y regionales. Y seguramente habrá que volver a mirar las cuestiones de tipo ambiental, que son las que se utilizan como argumento por parte de algunos para dificultar la ratificación. 

Sin tener que reabrir el acuerdo, se debiera poder complementar de forma que todo el mundo vea que ese acuerdo no es malo para el medio ambiente. La protección del medio ambiente estaría peor sin acuerdo.

También es cierto que las preocupaciones van cambiando con el paso del tiempo. Se lleva 20 años negociando.

Cuando yo era presidente del Parlamento Europeo, allá por el año 2006, y viajaba por América Latina, me decían que estaba a punto de conseguirse. Quince años después, está a punto de conseguirse. Pero si esta vez fracasa, ya nos podemos olvidar de volver a renegociar un acuerdo de estas características.

Por eso es muy importante que consigamos completarlo, complementarlo... Yo comprendo el temor de pasar por ratificaciones de parlamentos nacionales y regionales, por más de 30 parlamentos, con lo que la probabilidad de que uno falle es grande.

Pero hay que dar argumentos, y seguramente hay que reforzar las consideraciones de tipo ambiental que algunos utilizan como argumento para rechazarlo. No sé si es la verdadera razón. O hay otras. Pero si ese es el problema, debemos ser capaces de encontrar alguna solución que redunde en beneficio de la protección ambiental y de la lucha contra el cambio climático y la deforestación. Todas esas son preocupaciones muy legítimas, pero hay que saber si se sirven mejor sin acuerdo o con un acuerdo mejorado.

Hablando de América Latina. Ahora está Leopoldo López en España, ha habido elecciones en Bolivia. ¿Puede haber una recomposición del enfoque con Venezuela, en el sentido de que ahora les pueda parecer más interesante la figura de López que la de Juan Guaidó, quien después de casi dos años de haberlo reconocido como presidente encargado no ha tenido mucho éxito?

No se puede pedir a Guaidó que haga milagros. Nadie en su lugar habría podido hacer lo que se le encargaba que hiciera, que era convocar elecciones presidenciales si no se tiene el control ni del territorio ni de la administración. El problema no es Guaidó, sino que Maduro ha demostrado una capacidad de resistencia mayor a la que se suponía.

Y después de que la nueva administración americana haya tomado posesión y se hayan celebrado esas elecciones a la Asamblea Nacional en unas condiciones que nos han impedido participar como observadores, habrá que replantearse de qué manera se aborda la situación en Venezuela, claro.

Es previsible que gane el partido de Maduro en estas elecciones...

Sobre todo si no se presenta nadie más.

En tanto que no esperan sorpresas, tendrán pensados los siguientes pasos. 

Todo el mundo está esperando a que tengamos un interlocutor nuevo en Washington. Primero tengo que saber qué pasa con este proceso electoral, quedan dos semanas, estamos hablando del 6 de diciembre. Una vez que veamos qué ocurre, aunque lo podemos anticipar, habrá que convocar otra vez al grupo de contracto y poner sobre la mesa una estrategia más realista que no redunde en aumentar el sufrimiento del pueblo venezolano.

De una nueva estrategia sobre Venezuela ha hablado alguna vez en acalorados debates en el Parlamento Europeo.

Sí, porque decir invocaciones piadosas del estilo “Maduro se tiene que ir y Lukashenko también”, pues está muy bien. El problema es que ni el uno el otro se quieren ir. Si la política se resolviera con declaraciones sería todo mucho más fácil. Hay que ver las cosas como son, la fuerza relativa de cada uno. 

Yo he comparado a Maduro con Lukashenko y a Lukashenko con Maduro: están los dos en la misma situación, dos presidentes que son el resultado de unas elecciones cuya legitimidad no reconocemos, pero eso no impide que tengan la fuerza que tienen. Porque, les reconozcamos o no, tienen el control del país.

Con esos toros hay que lidiar, con esos bueyes hay que arar, y no se resuelve saliendo al balcón y soltando una soflama ni aumentando las sanciones que tienen consecuencias muy duras para la población.

¿Este trabajo le ha hecho cambiar la forma de gestionar los problemas? Cuando uno es ministro de un país, mal que bien maneja la posición en su país, pero cuando tiene que serlo de 27...

La frustración de que estos señores no se vayan la tendría igual si hubiera seguido siendo ministro de Exteriores de España. En general los ministros de Asuntos Exteriores se tienen que reinventar, porque hoy la frontera entre Interior y Exterior se ha difuminado.

Y todos los ministros de alguna manera hacen, en su ámbito de competencias, política exterior. A mí me pasa con mis colegas comisarios lo que me pasaba, cuando era ministro, con mis colegas ministros. Cada uno tenía una dimensión de su política exterior y te tocaba intentarlas coordinar.

El problema ahora es doble, porque ahora no sólo tienes que coordinarte con tus colegas comisarios en el marco de la acción comunitaria, sino que además tienes que conseguir una posición común a nivel de Estados y que esa posición común se compatibilice con la aproximación comunitaria. Lleva bastante más tiempo, pero es inevitable.

Europa es lo que es y, como decía [Jacques] Delors [ex presidente de la Comisión Europea], es un sujeto político no identificado. Todavía no tenemos unos procedimientos de decisión homologables con los que hay en los Estados, porque no lo somos.

Otro tema fronterizo entre el exterior y el interior es el pacto migratorio. Este miércoles, España, Italia, Malta y Grecia han publicado en un documento en el que son críticos con la propuesta de la Comisión Europea.

Yo comprendo esa posición. Estos países están en condiciones de plantear un problema que les afecta a ellos en primera línea. Y seguramente en la política migratoria es donde se va a poner más a prueba la capacidad de la Unión Europea de construir una política asumida por todos.

Y más que una política, es una narrativa, una aproximación intelectual al problema. Porque ahí las diferencias son existenciales entre países que defienden una voluntad de no mezclarse, y otros que ya están mezclados y saben que tienen que seguir mezclándose, porque, si no, su problema demográfico no tiene solución y tienen la presión encima.

Habrá que invertir mucho capital político en conseguir un entendimiento común de un problema que nos afecta de manera muy diferente en la práctica y que choca con actitudes mentales muy diferentes también que son producto de la historia.

Entre Hungría y España la aproximación intelectual a la emigración no puede ser la misma. En España tenemos unos vínculos familiares con toda América Latina, que hacen que para nosotros haya un vínculo, algo que no nos resulta tan ajeno ni tan extraño. Un 10% de la población europea viene de la emigración, y tenemos la dinámica demográfica que tenemos. Pero, naturalmente, no podemos acoger a todos los seres humanos que desearían venir a instalarse a Europa.

Y si no los podemos acoger a todos, hay necesariamente que buscar políticas que permitan regularizar y organizar los flujos migratorios.

La migración no puede ser un fenómeno desorganizado, desregulado, que genera miedos y que es propicio a despertar fantasmas y a ser utilizado demagógicamente en el debate político. Tenemos que regular el proceso migratorio porque necesitamos migrantes, pero no podemos dejar que los flujos migratorios se desarrollen como se desarrollan ahora, de manera desorganizada, donde la gente se juega la vida y donde se ha convertido en un negocio floreciente para los que participan en ese tráfico de personas.

Y con episodios muy dramáticos como Lesbos, como se está viendo en Canarias, como las muertes en el Mediterráneo.

Tenemos las Islas Canarias más cerca que Lesbos. Estamos asistiendo en este momento a la propagación de los efectos del virus. Buena parte del flujo de emigrantes que está llegando a Canarias es consecuencia de que los pescadores senegaleses y mauritanos no tienen quien les compre su pesca.

¿Quién se come los pulpos que se pescan en los bancos de Mauritania y Senegal? Pues básicamente los millones de turistas que vienen a España. Y como no hay turistas en España, los pescadores de la fachada atlántica de África se han quedado sin trabajo. Y como se han quedado sin trabajo, utilizan sus cayucos para emigrar o para transportar emigrantes.

Esta es la reacción en cadena que ha producido el virus. Y es solo un ejemplo de los muchos que esta pandemia ha creado como factor distorsionante de la economía y de la sociedad mundial.

Este miércoles la Comisión Europea hablaba de autonomía estratégica relacionada con los medicamentos. ¿La globalización es una de las perdedoras de la pandemia?

Habrá que que reorganizar la globalización. No la vamos a suprimir, pero como todo en la vida habrá que corregir sus excesos. No tiene mucho sentido que Europa tenga que comprar todos sus productos farmacéuticos de primera necesidad, todos, que no produzca un solo gramo de paracetamol, que se produzca todo en la India. A lo mejor hay que relocalizar en nuestra vecindad inmediata.

Una parte de esta industria puede instalarse perfectamente en el norte de África. ¿Por qué no? Y hay que crear los incentivos para ello. La globalización ha tenido sus excesos y las crisis sirven para poner de manifiesto los excesos y hay que corregirlos, pero no vamos a tirar al bebé con el agua del baño.

Cuando decimos autonomía estratégica, no queremos decir autarquía estratégica. Estamos hablando de una autonomía abierta, no hay que leerlo en clave proteccionista, pero sí en clave de protección. Nos tenemos que proteger de circunstancias extremas como ésta, en las que el mercado global no resuelve el problema.

Otro problema de hace décadas y que asalta estos días es el del Sahara Occidental. ¿La Comisión y del Alto Representante siguen apoyando el referéndum, como se aprobó en resoluciones de Naciones Unidas, o es algo que está en revisión?

Esto es política exterior pura, y por lo tanto la Comisión no tiene competencias. Quienes tienen competencias son los Estados, que se expresan a través de sus ministros y en el Consejo de Asuntos Exteriores se sigue diciendo que nuestra posición es la posición definida en las resoluciones de Naciones Unidas.

Es lo mismo que decimos, por cierto, sobre los dos Estados en Palestina o sobre un Estado federal en Chipre. Seguimos manteniendo nuestro apoyo a las posiciones de las Naciones Unidas. Si esas posiciones tienen que cambiar, tendrá que ser en el marco de las Naciones Unidas. La mayoría de los Estados sigue defendiendo esas posiciones forjadas en el ámbito de las Naciones Unidas y que tendrán que reconsiderarse en ese mismo ámbito. Pero, de momento, tal cosa no se plantea.

Tú puedes discutir la viabilidad de los dos estados en Oriente Medio, de una solución federal en Chipre, de un referéndum en el Sáhara... Pero de momento esto es lo que hay.

O incluso la viabilidad para hacer cumplir las resoluciones de las Naciones Unidas.

Eso forma parte de la paciencia estratégica, que es más fácil tener cuando no estás directamente afectado. Porque, claro, podemos decir que seguimos manteniendo unas soluciones a los problemas, pero detrás de unas soluciones que no se aplican hay vidas truncadas de centenares de miles de personas.

En estos días se ha conocido una respuesta suya al grupo de Memoria Democrática del Parlamento Europeo acerca de su apoyo a Rodolfo Martín Villa, en relación con la querella argentina. ¿Cree que no tendrían que haberse incluido sus cartas al embajador español en Argentina y al embajador argentino en España en la documentación que envió Martín Villa a la jueza María Servini?

A la vista de lo que decía en esas cartas, no me puede producir ninguna incomodidad que se hagan públicas. No decía nada que no hubiera podido decir directa y abiertamente. Yo no las mandé a la juez, porque me pareció completamente inapropiado que el Poder Ejecutivo de un país se dirigiera al Poder Judicial de otro país.

Se las mandé al interesado y a la autoridad consular o diplomática que tiene que velar por su protección y su seguridad. Pero lo que decían esas cartas, por mí lo habría podido publicar el señor Martín Villa en el periódico. No decía nada de que fuera reprobable.

Gustará o no, pero el señor Martín Villa ha jugado un papel en la vida política española que no se puede menospreciar, y si quiere ir a declarar voluntariamente, lo menos que podemos hacer es decirles a los servicios consulares españoles que tengan en cuenta que tal presencia se va a producir. Pero yo, francamente, no veo qué problema hay en ello. Y si Martín Villa creyó oportuno ponerlo en la documentación a la jueza, pues tampoco se lo puedo reprochar.

¿Cree que se está siendo injusto con la Transición?

Debemos tener mucho cuidado en no menospreciar lo que hicimos, que como toda obra humana tiene sus carencias, y creer que hay soluciones mágicas aportadas por gente cuya experiencia al respecto no es precisamente superlativa.

Estuve en Sarajevo el otro día y utilicé la experiencia española para dirigirme a los bosnios, a los croatas y a los serbios. Creo que nuestra transición fue un ejemplo extraordinario de cómo se pueden aparcar viejas rencillas y se puede entrar en una dinámica de reconciliación.

No se me ocurre que se hubiera podido encontrar una solución mejor. Las cosas, para ser mejores, tienen que ser factibles. Y, francamente, yo creo que minusvalorar la Transición y escupir sobre ella y creer, como se dice en algunos sitios que todo estuvo dictado por un grupo de generales que estaban sentados en la mesa de al lado de la Comisión Constitucional, es un puro desvarío.

Y cuando uno va a Sarajevo y vuelve, pues piensa que nosotros tuvimos la suerte de encontrar en un momento histórico y unos responsables políticos que fueron capaces de encauzar un proceso que hubiera podido ser muy diferente.

Naturalmente que tenemos problemas que resolver, pero yo sigo pensando que los mejores años de la historia moderna de España son los años de la Constitución, que no ha habido otro período entre la Constitución y ahora, no ha habido otros 40 años mejores en nuestra historia moderna desde la batalla de Trafalgar.

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