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El misterioso caso del primer ministro libanés secuestrado en Arabia Saudí

Saad Hariri.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Saad Hariri nunca ha sido un político de mucho carácter. Es posible que nunca habría llegado a entrar en política si su padre, Rafiq Hariri, no hubiera sido asesinado en 2005 en un atentado en Beirut, cuya autoría nunca ha quedado demostrada, pero que se sospecha que fue concebido en Damasco. Asumió el control de las empresas de la familia y el liderazgo del bloque político suní en Líbano. Ha sido primer ministro en dos ocasiones y en teoría sigue siéndolo, o al menos lo era hasta que el viernes 3 de noviembre recibió una llamada de Riad para que viajara rápidamente y se reuniera con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán.

Desde ese día, Hariri no ha regresado a su país. El sábado 4, fue convocado a las ocho de la mañana, estuvo esperando varias horas y finalmente se reunió con el príncipe MbS, como se conoce a Bin Salmán. A las dos de la tarde grabó un mensaje para una televisión saudí, leído no con mucha soltura, en el que anunciaba su dimisión, afirmaba que temía sufrir un atentado y acusaba al Gobierno iraní y al movimiento chií libanés de Hizbolá de causar “el caos” en la región.

Ese fin de semana, Hariri no pudo regresar a su lujosa casa de Riad. La empresa familiar, con intereses en construcción y telecomunicaciones, cuenta con importantes contratos en Arabia Saudí. Hariri, que nació en Riad hace 47 años, tiene también la nacionalidad saudí. Según algunos medios, pasó el sábado y domingo en una villa dentro del complejo del hotel Ritz-Carlton, donde precisamente estaban encerrados en una jaula de lujo los príncipes, exministros y empresarios detenidos desde ese mismo sábado en la purga masiva de la élite del país ordenada por el futuro rey. Una coincidencia muy llamativa.

Hariri pudo regresar a su mansión de Riad el lunes. Ese mismo día debía reunirse en Beirut con representantes del FMI y el Banco Mundial para negociar la financiación de proyectos de mejora de la red de suministro de agua. Obviamente, no asistió. El ministro saudí de Exteriores desmintió los rumores que decían que Hariri estaba detenido e insistió en que era libre de abandonar el país.

Aparentemente, el aún primer ministro no tenía prisa en regresar a Beirut para comunicar su dimisión al presidente del país y explicar sus razones al partido que dirige ni a sus socios del Gobierno de coalición. El martes, los saudíes lo enviaron a los Emiratos para que se reuniera con el príncipe heredero Mohamed bin Zayed, amigo y socio de su homólogo saudí. Tras la breve visita, el avión le devolvió a Riad.

Para entonces, los rumores en Beirut habían alcanzado el nivel de declaraciones públicas. Hizbolá, que forma parte del Gobierno de coalición, denunció que el primer ministro estaba en Arabia Saudí contra su voluntad y que lo seguía considerando el jefe de Gobierno.

El presidente, Michel Aoun –aliado de Hizbolá– dejó claro que no daría la dimisión por aceptada hasta que Hariri volviera a Líbano. No era suficiente con la llamada telefónica que le hizo Hariri para comunicarle su decisión.

El periódico Al-Akhbar había puesto en su portada del lunes una foto del primer ministro y un sucinto titular: “El rehén”.

Futuro, el partido de Hariri, había intentado vender al principio la ausencia de Hariri como parte de una gira por la región. Por eso, su máximo órgano anunció que, tras los Emiratos, se trasladaría a Bahréin. No hubo tal viaje. El exprimer ministro Fouad Siniora afirmó que pronto estaría de regreso en Beirut. Después de saber que estaba de vuelta en Riad y sin planes de volver, el partido Futuro se quedó sin respuestas. La portada de Al-Akhbar ya no era una ocurrencia periodística.

Las prioridades del príncipe saudí

Cada vez estaba más claro que Arabia Saudí, y en especial el príncipe MbS, pretendía reclutar por la fuerza a Líbano para su cruzada contra los iraníes y sus aliados chiíes, de los que ninguno es más importante que Hizbolá. La cohabitación entre Hizbolá y las fuerzas maronitas dirigidas por Hariri en el Gobierno libanés es un pésimo ejemplo para los intereses saudíes. Pero el siempre frágil equilibrio de fuerzas de la política libanesa entre cristianos maronitas y musulmanes, y entre suníes y chiíes, podía saltar por los aires y provocar una guerra civil, algo desgraciadamente habitual en la historia del país de las últimas décadas. El problema para los libaneses es que eso no es un obstáculo para MbS.

Por eso, el veterano líder de la minoría drusa, Walid Jumblatt, aliado de Hariri y rival de Hizbolá, es muy pesimista sobre el papel que Riad pretende asignar al país: “No nos podemos permitir luchar contra los iraníes desde Líbano”.

Al final de la semana, los partidarios de Hariri ya no podían ocultar la realidad y comenzaron a colocar carteles con la imagen de su líder en las calles de Beirut en una sutil forma de reclamar su liberación. En un avance del peligro al que se enfrenta Líbano, en la ciudad de Trípoli, en el norte del país, los carteles en las vías públicas muestran la imagen de Mohamed bin Salmán. Durante años, los saudíes han financiado a grupos y milicias salafistas en la zona de Trípoli, enemigos jurados de Hizbolá.

El ministro libanés de Interior, Nohad Machnouk, dirigente del partido de Hariri, había dicho unos días antes que las imágenes de la reunión de su líder con el rey Salmán –no hubo fotos de su cita con MbS– demostraban que los rumores del secuestro eran falsos.

Al final de la semana, ya no parecía tan tranquilo. De hecho, Machnouk estaba furioso: “Los libaneses no son un rebaño de ovejas o un trozo de propiedad que puede transferirse de una persona a otra. La política en Líbano se rige por las elecciones, no por un bayaat (juramento de lealtad), y el que piense lo contrario es un ignorante sobre Líbano y su sistema democrático”.

Quizá los elogios a la democracia libanesa sean excesivos. No se han celebrado elecciones legislativas desde 2009, ya que la incapacidad de elegir a un presidente hizo que en 2014 se decidiera ampliar la legislatura hasta 2018. Lo que ya estaba más claro eran las razones de la protesta del ministro contra el juramento de lealtad que ahora exigen los saudíes. El partido Futuro descubrió que Riad ya había elegido al sustituto de Hariri.

A final de la semana, el dato que inicialmente quedaba circunscrito al capítulo de los rumores pasó a figurar en múltiples artículos, primero en Líbano y luego fuera. MbS pretendía que Hariri fuera relevado al frente del Gobierno por su hermano mayor, Bahaa Hariri, según fuentes libanesas citadas por The Washington Post. Bahaa no cuenta con cargos políticos en Líbano, reside buena parte del año en Suiza y se desligó de los negocios familiares en 2008 para montar su propia empresa de inversiones.

¿Dónde está en estos momentos Bahaa Hariri? En Arabia Saudí.

Cierta preocupación en Israel

Un enemigo tradicional de Irán –Israel– vio la oportunidad de utilizar la situación en su favor. El primer ministro, Binyamín Netanyahu, recordó que esta crisis demuestra el peligro que supone el Gobierno iraní. Pero en la prensa empezaron a aparecer artículos en los que algunos expertos se preguntaban si los saudíes estaban intentando forzar una nueva guerra entre Hizbolá e Israel. En otras palabras, si pretendían que los israelíes les hicieran el trabajo sucio.

En Israel, siempre se da por hecho que la próxima guerra con Hizbolá es cuestión de cuándo, no de si se producirá. Pero nueve años después de la última y sabiendo que el coste será ahora mucho mayor, creen que sería absurdo que fuera al servicio de un país con el que ni siquiera tienen relaciones diplomáticas. Lo que no ha impedido que Netanyahu haya ordenado a sus diplomáticos en el exterior que defiendan la posición saudí en relación a Yemen y Líbano en la típica comunicación por escrito a todas las embajadas de la que se sabe que es muy probable que termine siendo filtrada a los medios.

“Sobre las condiciones en que lo mantienen”

Representantes europeos y de EEUU se han reunido con Hariri esta semana. No sirvió para que se conocieran en público las condiciones reales de su estancia en el país. En la rueda de prensa del jueves, preguntaron a la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, sobre la situación de Líbano y de Hariri, en particular. Según la transcripción oficial, la respuesta fue intrigante:

–Quiero mencionar que nuestro encargado de negocios en Arabia Saudí, su nombre es Chris Menzel, se reunió con el primer ministro Hariri ayer (por el miércoles), y tuvo la oportunidad de hablar con él. No puedo entregarles el resumen de la conversación ni de ningún asunto específico sobre ella, pero le hemos visto. Sobre las condiciones en que lo mantienen o las conversaciones entre Arabia Saudí y el primer ministro Hariri, les remito al Gobierno de Arabia Saudí y también a la oficina del señor Hariri.

–Perdón. Ha dicho las condiciones en que lo mantienen. ¿Está detenido?

–Bueno, no voy a usar esa palabra. No voy a relacionar esa palabra con esto. Pero el lugar en el que está...

–¿Dónde está? ¿Tiene una bonita habitación en el Ritz-Carlton? (risas de los periodistas).

–No puedo... personalmente, no sé dónde está.

Por tanto, un diplomático norteamericano se había reunido con Hariri, pero la portavoz de Estado ni siquiera podía decir dónde estaba ni en qué condiciones al tratarse de un asunto “muy sensible” que se estaba intentando arreglar “por vías diplomáticas”.

En un comunicado, su jefe –el secretario de Estado, Rex Tillerson– advirtió a cualquier protagonista de esta crisis, “dentro o fuera del país”, que no debe utilizar a Líbano como territorio de una batalla por delegación que pueda “contribuir a la inestabilidad del país”. Es una forma aproximada de describir los planes saudíes.

“Algo iba mal”

Si Washington no estaba en condiciones de dar la cara por los saudíes, el partido de Hariri, mucho menos. Fuentes de Futuro fueron este sábado mucho más explícitas que unos días atrás en conversaciones con Reuters: “Cuando el avión de Hariri aterrizó en Riad, descubrió muy pronto que algo iba mal. No había nadie esperándole”. Nadie para hacerle un recibimiento oficial. Según otras fuentes, la recepción fue incluso más diferente a lo normal: le confiscaron el teléfono móvil.

En un encuentro también en Arabia Saudí sólo unos días antes del viaje que acabó con él en la situación actual, Hariri había contado a sus interlocutores saudíes que no podía llegar muy lejos en la confrontación con Hizbolá. “Lo que ocurrió en esas reuniones, creo, es que él explicó su posición sobre la forma de tratar con Hizbolá en Líbano, que la confrontación desestabilizaría el país. Creo que no les gustó lo que oyeron”, dijo a Reuters un político libanés que fue informado del resultado de esos encuentros.

No les gustó nada. Mohamed bin Salmán no se tomó muy bien que Hariri no respondiera a la llamada a las armas contra Irán e Hizbolá. Unos días después, el primer ministro libanés regresó a Riad con los resultados conocidos por todos. Aún le están esperando en Beirut.

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