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Por qué el reconocimiento de los Altos del Golán hace al mundo más peligroso

El presidente estadounidense, Donald Trump, junto al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.

Blas Moreno

El Orden Mundial —

La relación entre Estados Unidos e Israel siempre ha sido especial. Pero nunca antes como durante el mandato de Trump había favorecido la Casa Blanca tan claramente al lado israelí. El reconocimiento oficial el pasado lunes de los Altos del Golán como territorio israelí se une a otras decisiones previas, como trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén, la salida del acuerdo nuclear con Irán o la retirada de los fondos para la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, que demuestran que Trump está totalmente alineado con los intereses del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Pero, a la larga, esta última medida traerá consecuencias negativas para Estados Unidos y puede que incluso también para el propio Israel.

Los Altos del Golán son una estrecha meseta de unos 1.800 kilómetros cuadrados –poco menos que la provincia de Guipúzcoa– perteneciente a Siria y situada al noreste de Israel, en la frontera con este país y Líbano. Israel ocupa dos tercios de este territorio desde la guerra de los Seis Días de 1967 y, a efectos de legalidad internacional, el Golán se considera “terreno ocupado” conforme a la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada ese mismo año con el voto favorable de Estados Unidos. La tensión entre Israel y Siria –oficialmente en guerra desde 1948– obliga a la ONU a mantener desde 1974 una misión de cascos azules para vigilar el alto el fuego en la zona, una de las operaciones más largas todavía en activo.

Sin embargo, Israel hizo caso omiso de la resolución –que reclamaba la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados, también en Palestina– y en 1981 se anexionó el Golán, considerándolo desde entonces parte integrante de su territorio. Una política activa de colonización ha conseguido que hoy la mitad de sus alrededor de 50.000 habitantes sean colonos israelíes, que conviven con los árabes sirios que no huyeron tras la ocupación.

A pesar de ser un territorio pequeño y poco poblado, los Altos del Golán sigue siendo una zona de gran importancia para Israel por al menos tres razones. Por un lado, le permite controlar el curso del río Jordán y el mar de Galilea en una región donde el agua es un bien escaso –se calcula que un tercio del agua que necesita Israel proviene de allí–. Por otro lado, desde el punto de vista militar, la relativa altura del Golán ofrece la oportunidad de vigilar el sur del Líbano y las planicies de Siria desde una posición privilegiada, fácil de defender y muy difícil de atacar. Además, el Golán sigue siendo la única frontera que Israel comparte con su vecino más hostil, Siria, y la meseta solo está a 60 km de Damasco. El Golán también da a Tel Aviv una baza negociadora en unos hipotéticos diálogos de paz con Siria en el futuro.

Durante los últimos años, con la guerra de Siria, el Golán se ha convertido en un punto aún más caliente debido a la cercanía de los combates entre las fuerzas del régimen sirio y sus aliados iraníes, por un lado, y las fuerzas rebeldes y los grupos yihadistas, por el otro. Cada avance de Irán se ha percibido como una amenaza por parte de Israel, y las fuerzas israelíes bombardean frecuentemente posiciones iraníes y sirias. Pero, incluso así, la creciente presencia de Irán en Siria nunca ha puesto en verdadero riesgo la posición de Israel en el Golán, y el reconocimiento por parte de Estados Unidos no cambia la situación en el terreno.

¿Cuál es entonces la razón por la que Trump se ha decidido a dar este paso ahora? El motivo parece ser la incertidumbre que se anticipa para las próximas elecciones legislativas del 9 de abril en Israel, en las que Netanyahu espera conseguir un cuarto mandato consecutivo que lo convertiría además en el primer ministro que más tiempo ha pasado en el cargo en la historia del país. Sin embargo, los escándalos de corrupción en los que presuntamente está implicado y la aparición de un contrincante con posibilidades en la figura del exjefe del Ejército Benny Gantz hacen temer que pueda perder el puesto de primer ministro. Conseguir esta concesión de Trump permite a Netanyahu venderse como el líder que mejor puede cuidar la vital relación con la Casa Blanca, lo que lo ayudará a atraer votos de la derecha.

Trump también tiene motivos en casa para querer tomar esta decisión. No solo porque cada gesto favorecedor a Israel es aplaudido por el cada vez más influyente electorado evangélico, sino porque puede utilizarlo como arma arrojadiza contra los demócratas –que no han apoyado la medida– acusándolos de no ser verdaderos defensores de Israel después de la polémica por las supuestas actitudes antisemitas de la congresista demócrata Ilhan Omar.

El problema para Estados Unidos es que la decisión de Trump parece poco meditada: los efectos positivos son pocos y muy a corto plazo, mientras que los costes serán mucho mayores y duraderos. El impacto negativo más inmediato se va a sentir en la posición estadounidense en Oriente Próximo. Por primera vez en muchos años, toda la región –incluidas potencias regionales rivales como Arabia Saudí, Irán o Turquía– se ha puesto de acuerdo en algo, y ha sido para condenar la decisión de Trump, gesto al que también se ha sumado Europa. Eso complica aún más la relación de Washington con aliados como la Unión Europea o Turquía y hace más difícil la normalización de las relaciones entre otros aliados de Washington, como Israel y las monarquías del Golfo, que priorizan ya la unión para contrarrestar al enemigo común iraní sobre la rivalidad por el conflicto en Palestina.

Perjudicando a Estados Unidos también se favorece a sus enemigos en la región: el reconocimiento da más argumentos a Irán y Hezbolá para su discurso antiisraelí y antiestadounidense y contribuye a que Al Asad vuelva a ser aceptado como uno más en el seno de las naciones árabes, del que se le apartó durante la guerra de Siria. Asimismo, minando la posición de Estados Unidos como actor influyente en la región, Rusia tiene más oportunidades de ocupar su lugar.

Aunque el peor parado será el proceso de paz palestino-israelí, que ya parece condenado desde hace unos años. Si la anexión del Golán ha sido reconocida por Estados Unidos, el Gobierno israelí podría preguntarse por qué no anexionar también Cisjordania. Cuando, dentro de unas semanas, el yerno de Trump, Jared Kushner, presente su llamado Acuerdo del Siglo para solucionar el conflicto, a Estados Unidos le será mucho más difícil todavía recabar apoyos entre los países de la región y no ser percibido como juez y parte a favor del bando poderoso.

Pero Trump no solo ha puesto en una situación complicada a la diplomacia estadounidense en Oriente Próximo. Si Estados Unidos no tiene problemas en reconocer la anexión ilegal del Golán por parte de Israel, ¿con qué legitimidad va a imponer sanciones a Rusia por la anexión de Crimea o cómo va a criticar la presión china sobre el mar de la China Meridional o Taiwán? Rompiendo el consenso de la Resolución 242 –que condenaba la anexión como forma de adquisición de territorio–, Estados Unidos abre una puerta al pasado, cuando eran más frecuentes las invasiones y las conquistas, y consigue que, por ejemplo, un enfrentamiento abierto entre India y Pakistán por Cachemira no sea tan extraño o dificultar la labor mediadora de la ONU en el conflicto del Sáhara. La primera potencia mundial, que hasta ahora se había erigido como protectora del orden internacional, ha empezado a demolerlo.

Blas Moreno es codirector y analista en El Orden Mundial.

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