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Los biólogos tratan de contrarrestar el auge de la idea de que las plantas tienen conciencia

Imagen de archivo. Un invernadero de un Jardín Botánico.

Ian Sample

Frustrados por más de una década de investigaciones encaminadas a demostrar supuesta inteligencia, sentimientos e incluso conciencia en las plantas, los botánicos que comparten una visión más tradicional de su trabajo se han hartado: aseguran enfáticamente que las plantas no tienen conciencia.

El último episodio de esta batalla por determinar si las plantas tienen o no conciencia lo han protagonizado biólogos estadounidenses, británicos y alemanes, que defienden que los profesionales que estudian la “neurobiología de las plantas” se han dejado arrastrar por las habilidades de las plantas para reaccionar a su entorno.

Muchas plantas enrollan sus hojas cuando las tocancrecen más rápido si perciben que tienen competencia cerca de ellas y apresan insectos que caen en ellas. Sin embargo, estos biólogos enfadados aseguran que no existe razón para creer que las plantas eligen sus acciones, que aprenden o que pueden sentirse heridas en el proceso, como alegan algunos neurobiólogos de estos seres vivos.

Molestos por la afirmación de que las plantas tienen “centros de comando parecidos a un cerebro” en el extremo de sus raíces y que cuentan con algo equivalente a un sistema nervioso animal, estos críticos responden que no hay pruebas de que los vegetales estén dotados de sentidos ni se han encontrado estructuras dentro de las plantas que puedan otorgarles lo que el neurocientífico Antonio Damasio ha denominado “un sentimiento de lo que sucede”.

En un artículo publicado en la revista académica Tendencias Científicas sobre las Plantas, donde se inició la corriente de neurobiología vegetal en 2006, Lincoln Taiz, un botánico de la Universidad de Santa Cruz, California, y otros siete investigadores han afirmado que “no existen pruebas de que las plantas requieran, y por lo tanto hayan desarrollado, facultades mentales con consumo energético, como lo son la conciencia, los sentimientos o la intención, para los propósitos de sobrevivir o reproducirse”. 

“Nuestra crítica hacia los neurobiólogos de plantas es que han fallado a la hora de tener en cuenta la importancia de la organización cerebral, la complejidad y la especialización del fenómeno de la conciencia”, afirma Taiz. 

El artículo ha tenido una respuesta contundente por parte de Monica Gagliano, de la Universidad de Sidney, que investiga las habilidades cognitivas de las plantas incluida la percepción, el aprendizaje, la memoria y la conciencia. Gagliano ha señalado que estas críticas no han tenido en cuenta toda la evidencia que existe y que los autores han empleado en trabajos que reforzaban su punto de vista.

“En mi opinión, el proceso de generar conocimiento a través del rigor científico implica comprender la evidencia detrás de cada afirmación”, ha dicho. “¿Dónde están sus datos empíricos? ¿O debemos aceptar sus afirmaciones de buenas a primeras?”, ha criticado. 

Taiz ha recordado los estudios de los investigadores estadounidenses Todd Feinberg y Jon Mallatt, que exploraron los orígenes de la conciencia al comparar cerebros simples y complejos en animales. Los científicos concluyeron que aunque los animales (desde insectos y cangrejos hasta gatos y monos) tienen conciencia, otros organismos no la tienen. Y estos organismos incluyen a las plantas, argumenta Taiz.

Esta polémica se está convirtiendo en la mayor discusión botánica desde el Romanticismo, cuando los biólogos discutieron durante más de un siglo a cerca de las relaciones sexuales de las plantas. Los puristas afirmaban que las plantas no eran capaces de nada obsceno, pero los extremistas del otro lado imaginaban a las plantas no solo teniendo relaciones sexuales, sino además con pasión y lujuria.

Taiz considera que el crecimiento de la neurobiología de las plantas está motivado por la crisis medioambiental, una amenaza cada vez mayor para el planeta. “Quieren generar más conciencia sobre las plantas como organismos vivos y las elevan a un plano emocional. Yo comprendo y simpatizo con las motivaciones, pero han perdido la objetividad. Deben aceptar el hecho de que las plantas no poseen conciencia”, explica. “Es malo para la ciencia. Les quita credibilidad a todos los proyectos científicos”, apunta. 

Gagliano no está de acuerdo. “Si creemos que ya sabemos cómo son las cosas y no cuestionamos nuestras conjeturas, sino que construimos nuestro conocimiento según un sistema de creencias al que estamos apegados, tenemos un problema porque perderemos la oportunidad de que ocurra un verdadero descubrimiento científico”, argumenta.

“Lamentablemente, este artículo parece otra oportunidad perdida. No contribuye a una mejor comprensión científica de qué es la conciencia”, apunta.

Traducido por Lucía Balducci

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