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De la depresión a la demencia, la inflamación como “nueva frontera” de la medicina

Escáner mejorado digitalmente que muestra el cerebro y la médula espinal

Edward Bullmore

Departamento de Psiquiatría, Universidad de Cambridge —

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Aunque pueda parecer extraño, #inflamación se ha convertido en un hashtag. De pronto parece estar en todos lados, haciendo de las suyas. En lugar de simplemente estar de nuestro lado luchando contra las infecciones y curando heridas, resulta que también tiene un lado oscuro: es la causa de muchos de nuestros males.

Ahora no cabe duda de que la inflamación es parte del problema de muchas enfermedades del cuerpo –tal vez todas–. Y estudiar las causas inflamatorias o inmunes de las enfermedades ha resultado en una serie de descubrimientos: desde tratamientos nuevos para la artritis reumatoide y otras enfermedades autoinmunes en los años 90, hasta la llegada de la inmunoterapia para algunos tipos de cáncer a partir de 2010.

De forma más generalizada, cada vez más a menudo se considera que la inflamación de menor grado, que sólo se detecta mediante un análisis de sangre, forma parte de las razones por las que experiencias comunes de la vida como la pobreza, el estrés, la obesidad y el envejecimiento son malos para la salud pública.

Rápidamente, el cerebro se está presentando como una de las nuevas fronteras de la inflamación. A los médicos como yo, que estudiamos la carrera en el siglo XX, nos enseñaron que había una barrera impermeable entre el cerebro y el sistema inmunológico. Sin embargo, en el siglo XXI ha quedado claro que en realidad están muy interconectados y que les gusta conversar todo el tiempo.

Ahora, los médicos están abiertos a la idea de que la inflamación podría estar profunda y enormemente implicada en desórdenes cerebrales y mentales, igual que lo está en las enfermedades del cuerpo.

Los progresos en el tratamiento de la esclerosis múltiple han mostrado el camino. Muchos de los nuevos medicamentos para esta enfermedad han sido diseñados y probados para proteger el daño cerebral que provoca el propio sistema inmunológico.

La esperanza razonablemente bien fundamentada –y enfatizo esas palabras en este punto– es que si uno se enfoca en la inflamación cerebral, se pueden descubrir formas de prevención y tratamiento de la depresión, la demencia y la psicosis, así como el impacto comprobado de medicamentos de inmunoterapia para la artritis, el cáncer y la esclerosis múltiple. De hecho, una droga originalmente patentada para la esclerosis múltiple ya se está probando como un posible tratamiento de inmunoterapia contra la esquizofrenia.

¿Representa esto una esperanza realista para el tratamiento de la depresión? Es más que razonable dudar de que la inflamación y la depresión estén correlacionadas, o que posean comorbilidad [presencia de uno o más trastornos además de la enfermedad o trastorno primario], por utilizar otro término médico nada apreciado, pero igualmente importante. Las preguntas científicas clave son sobre causalidad, no sobre correlación.

¿La inflamación causa depresión? Y si es así, ¿cómo lo hace? Un experimento que los científicos han diseñado para intentar responder estas preguntas es realizar dos resonancias magnéticas del cerebro: una antes y otra después de provocar una respuesta inflamatoria a propósito mediante la inyección de la vacuna contra la fiebre tifoidea. Si hay alguna diferencia entre las dos resonancias, esto demuestra que una inflamación en el cuerpo puede generar cambios en la forma en que funciona el cerebro. Si no, sería un problema para la teoría de que la inflamación puede provocar depresión.

Un reciente análisis procesó datos de 14 versiones independientes de este experimento. En promedio, los datos demostraron un importante impacto de la inflamación en la actividad cerebral. Estos resultados confirman que la inflamación en el cuerpo puede generar cambios en la forma en que funciona el cerebro. De modo alentador, también localizaron el efecto que tiene la inflamación en partes específicas del cerebro que ya se sabía que están involucradas en el proceso de depresión y muchos otros problemas de salud mental.

Si la inflamación puede provocar depresión, entonces los medicamentos antinflamatorios deberían funcionar como antidepresivos. Varios estudios han analizado datos clínicos de miles de pacientes tratados con drogas antinflamatorias contra la artritis y otras enfermedades frecuentemente asociadas con los síntomas de la depresión.

En líneas generales, los pacientes tratados con drogas antinflamatorias, en lugar de un placebo, mejoraron significativamente sus índices de salud mental. Sin embargo, los datos vienen con una advertencia: los estudios más amplios y rigurosos del grupo analizado fueron diseñados para probar los efectos de los medicamentos en la salud física, y eso dificulta la interpretación de los resultados como evidencia de sus beneficios en la salud mental.

El siguiente paso es realizar estudios que desde su inicio estén diseñados para probar los medicamentos antinflamatorios como antidepresivos, o para probar antidepresivos ya existentes por sus efectos antinflamatorios. Al hacerlo, debemos evitar repetir uno de los errores más habituales en relación a la depresión, que es pensar que es todo una misma cosa, siempre con la misma causa. Por eso no deberíamos buscar el próximo “taquillazo” para poder recetarle automáticamente lo mismo a todo el mundo.

Deberíamos buscar formas de combinar el tratamiento elegido con la causa de los síntomas psiquiátricos de una forma más personalizada. Y utilizar análisis de sangre que midan la inflamación puede ayudarnos a tomar esas decisiones.

Por ejemplo, el consorcio fundado por el Wellcome Trust ha iniciado recientemente la prueba de un nuevo fármaco antinflamatorio para tratar la depresión. Es uno de los primeros estudios clínicos de un antidepresivo que utilizará análisis de sangre para detectar inflamación en potenciales participantes. Si los análisis de sangre no muestran rastros de inflamación, entonces la persona no será reclutada para el estudio porque si no tiene inflamación, no hay razón para pensar que obtendrían algún beneficio de un tratamiento antinflamatorio.

Un ejemplo alternativo podría ser la ketamina, que hace poco ha sido aceptada en el Reino Unido como tratamiento contra la depresión. La ketamina funciona bloqueando un receptor de glutamato en el cerebro, pero no funciona igual en todas las personas. Sabemos que la inflamación puede aumentar el nivel de glutamato en el cerebro, así que se podría predecir que pacientes con mayor inflamación serían más receptivos a los efectos bloqueantes de la ketamina.

En el futuro, podríamos utilizar análisis de sangre o biomarcadores de inflamación para predecir qué personas con depresión pueden responder mejor a los beneficios de la ketamina.

El alcance terapéutico de estas nuevas perspectivas potencialmente va más allá de la depresión o los medicamentos. La industria farmacéutica y de la biotecnología está invirtiendo en probar medicamentos antinflamatorios contra enfermadades como Alzheimer y el Parkinson.

También es interesante el papel que juegan la dieta, la obesidad, el estrés, las enfermedades de las encías, el microbioma digestivo y otros factores de riesgo en inflamaciones de menor grado que podrían controlarse sin medicamentos. Actualmente hay decenas de estudios que miden los efectos antinflamatorios de intervenciones psicológicas, como la meditación o los ejercicios de mindfulness, así como los cambios de estilo de vida, dietas y programas de ejercicios.

Mi favorito es un estudio estadounidense que pretende comprobar la idea de que la inflamación de menor grado puede acelerar disfunciones cognitivas asociadas al envejecimiento y que lavarnos los dientes con más cuidado puede controlar la inflamación leve de encías (periodontitis) y así protegernos en el futuro de la senilidad. Este estudio todavía no ha concluido, así que todavía no se conocen los resultados. ¿Quién hubiera pensado que una sonrisa más brillante y la memoria a corto plazo estaban relacionados tan directamente?

Todo esto nos aporta una nueva e interesante perspectiva sobre cómo se relacionan entre sí el cuerpo, el cerebro y la mente. Y esto puede ser importante a la hora de pensar cómo diseñar científicamente y ofrecer los sistemas de cuidados físicos y de salud mental más efectivos. Esto es esencial en un momento en que los problemas de salud mental y la demencia representan una proporción cada vez mayor de las causas de discapacidad y los costes sociales y de sanidad a nivel mundial.

Actualmente, los servicios de salud física y mental están marcadamente segregados y reflejan un prejuicio filosófico contra la noción de que el cuerpo y la mente están profundamente relacionados.

Los vínculos que muchos pacientes reconocen en su propia experiencia de la enfermedad tienden a ser menospreciados por la mayoría de los servicios públicos de salud mental y física en el Reino Unido.

En contraste, los nuevos estudios sobre la inflamación y el cerebro están claramente alineados con los argumentos que promueven derribar esas barreras de la práctica clínica. Y por encima de todo, tienen el potencial de modificar la forma en que pensamos las enfermedades. La barrera entre mente y cuerpo, que durante tanto tiempo ha sido una convicción dogmática, parece que se está derrumbando.

*El profesor Edward Bullmore dirige el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Cambridge. Es autor de La Mente Inflamada.

Traducido por Lucía Balducci

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