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The Guardian en español

La legalización del cannabis puede ser la clave para transformar la economía de Líbano

Marcha para conmemorar en 2015 el 72º aniversario de la independencia de Líbano.

Richard Hall

Brital (Líbano) —

La localidad de Brital, situada en el valle de Bekaa en Líbano, ofrece un contraste chocante de pobreza y riqueza ostentosa. Las viejas camionetas destrozadas circulan por carreteras llenas de baches junto a los relucientes Bentleys y Range Rovers sin matrícula y con las ventanas con cristales oscuros. La mayoría de los habitantes no tiene trabajo y sin embargo el paisaje muestra grandes mansiones protegidas por una valla.

Aquí viven algunas de las familias más poderosas de Líbano que se dedican al cultivo del cannabis. Lo cultivan en los campos cercanos y poseen un vasto arsenal de armas que les permite vivir al margen de la ley. Con los años, el valle se ha ganado la reputación de ser una zona prohibida. Ahora, sin embargo, si los economistas y los consultores consiguen salirse con la suya, Brital y toda esta zona se transformarán y darán paso a una industria del cannabis que movería miles de millones de dólares.

En breve, el Gobierno libanés estudiará una propuesta para legalizar el cultivo de cannabis con fines medicinales. El plan es parte de un paquete de reformas propuestas por McKinsey, una consultora internacional contratada para elaborar un plan de cinco años que tiene como objetivo sanar la enferma economía de la zona.

La decisión de contratar a asesores externos se tomó a raíz de que las predicciones sobre la situación económica del país son cada vez más pesimistas. Líbano es el tercer país más endeudado del mundo, con una ratio deuda/PIB del 153%. La guerra civil en la vecina Siria no ha hecho más que empeorar la situación. Con anterioridad al conflicto, la economía crecía a un ritmo del 9% mientras que ahora es del 2%.

En un informe de 1.000 páginas que ha sido entregado este mes al presidente libanés, el equipo de consultores de McKinsey recomienda dar un impulso al turismo, crear un centro bancario e invertir en la producción de aguacate. La recomendación del informe que más llama la atención es la propuesta de legalizar el cultivo de cannabis. Esta ha idea ha ganado peso desde que Raed Khoury, ministro de Economía, ha respaldado el plan.

“La calidad del cannabis de nuestro país es una de las mejores del mundo”, ha indicado Khoury a Bloomberg. Ha puntualizado que la industria estaría valorada en unos mil millones de dólares.

La mayor parte de la producción de cannabis del Líbano está controlada por una serie de clanes poderosos del valle de Bekaa. La riqueza que han acumulado a lo largo de los años los ha convertido en un poder de facto, están armados hasta los dientes y no dudarían en desafiar a la policía y al ejército si su modo de vida se viera amenazado.

No resulta sorprendente el hecho de que se muestren a favor de los planes de legalización.

“Están completamente de acuerdo. Representa un gran paso para reformar la economía del país”, indica Qassem Tlaiss, un habitante del valle que actúa como representante de los poderosos clanes locales que cultivan cannabis.

Tlaiss, que no se dedica a la producción de cannabis, señala que el Gobierno ha descuidado esta región durante décadas y los habitantes no han tenido otra opción que buscar trabajo en el negocio del narcotráfico.

Cree que las tensiones entre los agricultores y las autoridades han contribuido a empobrecer todavía más la región. Periódicamente, el Gobierno intenta destruir la cosecha, lo que a veces termina en tiroteos.

En el distrito de Baalbek-Hermel hay unas 42.000 órdenes de detención pendientes, la mayoría por delitos relacionados con el tráfico de drogas. Tlaiss es el responsable de una comisión creada por los clanes del valle de Bekaa que tiene por objetivo conseguir una amnistía para los habitantes de la región.

“Este es uno de los motivos por los que la región es pobre. Nadie puede trabajar porque la mayoría de los habitantes tiene órdenes de detención pendientes. Y en esos casos no te dan trabajo”, explica.

El cannabis se ha cultivado en el valle de Bekaa al menos desde la época otomana. Este negocio alcanzó su punto álgido durante el caos de la guerra civil de 1975-1990. Se estima que durante esos años salían desde los puertos ilegales de la costa unas 2.000 toneladas al año.

La guerra en Siria, que estalló en 2011 justo al otro lado de la frontera, supone otro momento de bonanza para los cultivadores. Afirman que su negocio ha crecido un 50% desde 2012, ya que las autoridades libanesas han centrado su atención en la seguridad fronteriza.

En la actualidad se calcula que con sus exportaciones al Golfo, Europa, África y Norteamérica consiguen entre 175 y 200 millones de dólares anuales. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Líbano es el tercer mayor exportador de resina de cannabis del mundo.

No está claro si el plan de McKinsey prevé que el Gobierno trabaje con los cultivadores de cannabis del valle o propone que levante una industria del cannabis paralela. En propuestas anteriores que las autoridades libaneses hicieron a Tlaiss, el plan era conceder permisos a los clanes que ya están cultivando cannabis.

Aunque ya tienen experiencia y saben cómo hacerlo, el valle de Bekaa es desde hace mucho tiempo un complejo entramado de intereses contrapuestos, y lo cierto es que el Estado libanés ocupa un lugar poco importante en el orden jerárquico.

Tlaiss señala que Hizbolá, el movimiento político chií cuya fuerza militar es comparable a la del Ejército libanés, no estará de acuerdo con el plan. Para Hizbolá, el valle es una base de operaciones y una fuente de apoyo.

“Hizbolá está en contra. Quieren que esta región siga siendo pobre para poder reclutar a los jóvenes”, explica. “Controlan la política del país y se hace su voluntad”.

Por primera vez en nueve años, Líbano celebró elecciones en mayo pero todavía no se ha formado un gobierno. El proceso de toma de decisiones, en especial cuando se trata de reformas importantes, requiere consenso entre las comunidades rivales del país. No suele alcanzarse.

“Si analizas todos los intentos de reforma en Líbano a lo largo de su historia, siempre se han hecho desde una perspectiva puramente política”, indica Nassib Ghobril, el economista jefe del Banco Biblos de Líbano. “Si se lleva a cabo una reforma y una de las partes se atribuye el mérito, sus rivales considerarán que ellos han perdido. Es un juego de suma cero”.

Cuando sí hay un acuerdo, lo cierto es que la corrupción generalizada suele evitar que esa reforma funcione. Líbano ocupa el puesto 143º del índice de corrupción elaborado por Transparency Internacional.

Walid Jumblatt, el dirigente druso que es el defensor más enérgico de la legalización del cannabis en el Parlamento libanés, cuestiona la necesidad de que la consultora McKinsey tenga voz en este asunto. “No voy a leer este informe de mierda. Yo propuse esta idea hace mucho tiempo. No necesitamos pagar un millón y medio de dólares para llegar a la conclusión de que podemos legalizar el cannabis”.

A pesar de que tiene reservas, apoya la propuesta del informe. “Teóricamente, se podría llevar a cabo. Podría ser un factor que propiciara la mejora y el desarrollo de las zonas abandonadas de Baalbek y Hermel”.

La consultora McKinsey no quiso hacer comentarios.

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