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Viaje al valle asolado por las inundaciones en Alemania: “Aquí no nos interesan las elecciones”

Escombros en Ban Neuenahr Ahrweiler, Renania-Palatinado, tras las inundaciones de julio.

Kate Connolly

Ahrtal (Alemania) —
20 de septiembre de 2021 22:25 h

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Cuando escuchó por la radio que las autoridades alemanas ya no clasificaban su ciudad como zona catastrófica pocas semanas después de las inundaciones que lo destrozaron junto a su restaurante familiar, Paddy Amanatidis se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

“Es difícil que te digan que todo está supuestamente bien cuando no tienes electricidad, ni agua potable, ni calefacción”, dice.

Ya han pasado dos meses desde las inundaciones que sufrió el oeste de Alemania, cuando la lluvia torrencial hizo que el río Ahr, un afluente del Rin, creciera siete metros y cubriera todo a su paso al desbordarse mucho más allá de su cauce regular. Solo en el valle del Ahr murieron al menos 133 personas, y otras 50 en otras partes.

Amanatidis estuvo hace poco en el patio de su restaurante mediterráneo en ruinas, La Perla, en el pueblo de Bad Neuenahr-Ahrweiler, coordinando el trabajo del cocinero, los camareros, sus amigos y su familia para reconstruirlo. “Por ahora estamos mezclando hormigón en vez de masa de pizza”, bromea la mujer.

En las últimas semanas han recogido más de 40 toneladas de restos. “Barro, lodo y escombros, llenos de materia fecal. Me salió un sarpullido. Mi hermana y yo nos echamos a llorar cuando nos dimos cuenta de que no podíamos salvar el horno para pizzas que mi padre instaló hace 40 años”.

Un paisaje desolador

Se ha limpiado en gran medida el barro y el agua que llegaron hasta algunos tejados, pero el paisaje que queda es desolador. Los edificios han quedado reducido a armazones huecos y mugrientos, y sus dueños aguardan que las autoridades locales les aclaren si pueden reconstruirlos o si tendrán que derribarlos. Las vías del tren cuelgan como escaleras de cuerda en las laderas que se deslizaron hacia el valle, y enormes acumulaciones de basura salpican el paisaje. Cerca de 42.000 personas se han visto afectadas, muchas de las cuales han perdido sus hogares.

Pero, a lo largo de la región, la minuciosa operación de reconstrucción está en pleno apogeo, el aire retumba con los generadores y deshumidificadores, el ruido de las taladradoras y las excavadoras mecánicas. El Bundestag aprobó a comienzos de septiembre un fondo de rescate de 30.000 millones de euros, y quienes no estaban asegurados (o lo estaban de manera inadecuada) recibirán el 80% de la financiación para los costes de reconstrucción.

“El lento proceso de recuperación ha comenzado”, dice Heike Heideck, directora de administración de la clínica de psiquiatría y neurología en Ehrenwall, que se vio obligada a evacuar a sus pacientes a las plantas superiores durante la noche de las inundaciones.

Asegura que muchos habitantes están lidiando con los efectos psicológicos. “Todos nos ponemos un poco nerviosos cuando llueve”, dice. “Varios trabajadores de nuestro equipo tienen que enfrentarse al hecho de que, ahora, ellos mismos son pacientes, están siendo tratados por el trauma”.

“Nadie está interesado en las elecciones”

Amanatidis se siente como si viviera en una zona de desastre. No volverá a tener calefacción hasta marzo, y tiene que viajar hasta la casa de su novio en Bonn para ducharse.

En cuanto a las elecciones federales del próximo domingo, o su opinión sobre las consecuencias políticas de la mayor catástrofe a la que se ha enfrentado Alemania desde el final de la Segunda Guerra mundial, no tiene mucho más que decir que encogerse de hombros.

“Ahora estoy en mi propio mundo”, dice. “No puedo hacer más que vivir en este momento y centrarme en la esperanza de volver a reunir a mi familia en este patio. Las elecciones no están para nada en mi radar”.

El sentimiento es generalizado. Hasta los políticos parecen desanimados.

“Aquí a nadie le interesan ni remotamente las elecciones”, dice Mechthild Heil, diputada local por Ahrweiler y miembro de la Democracia Cristiana, en una entrevista fuera de su oficina rodeada de escombros. “La gente necesita ayuda de emergencia, saber que el suministro de electricidad y agua vuelve a funcionar y es seguro y fiable. Lo que más temen es un invierno sin calefacción”.

Muchas personas se verán obligadas a buscar un alojamiento alternativo durante el invierno, y se prevé que hasta un tercio de ellas nunca regresará.

Los Verdes: “Tenemos un dilema”

Junto a los restos de un puente de ladrillo en Insul, uno de los 60 puentes sobre el Ahr que se han derrumbado (de los 62 que había), Martin Schmitt, el candidato de los Verdes en Ahrweiler, muestra cómo el río ha cambiado de la zona de la izquierda del valle a la derecha, dejando varias casas de la ribera en ruinas.

“Hay alcaldes que han dicho: ‘Vamos a mostrar a ese río’, y les gustaría redirigirlo al cauce previo a la inundación”, dice Schmitt. “Quieren seguir adelante con el desarrollo urbanístico de la ribera, a pesar de la clara evidencia aportada por los expertos de que hay que replanteárselo por completo”.

“Me temo que incluso después de esta catástrofe seguiremos como siempre, construyendo donde no deberíamos, sin dejar su espacio a la naturaleza”, dice.

A pesar de las expectativas ampliamente compartidas de que estaban en una posición sólida para sacar rédito de la magnitud de una catástrofe que los expertos achacan en gran parte a la crisis climática y una protección del clima lamentablemente inadecuada, los Verdes luchan de forma dolorosa con la fina línea que hay entre mostrar empatía y dar la impresión de explotar el desastre.

“Tenemos un dilema”, admite Schmitt. “No es algo agradable decir: ‘Teníamos razón’, ver que lo que hemos estado advirtiendo durante 30 años ahora se está haciendo realidad”.

“Y yo apenas puedo ir por la ciudad con un megáfono, pegando carteles de campaña. Lo mejor que puedo hacer en esta situación –las elecciones no podrían estar más alejadas de la mayoría de la gente de aquí – es dar la cara, hablar con la gente, ponerla en contacto y mediar entre alguien que conozco que tiene un deshumidificador y alguien que me encuentro y necesita uno”.

La solidaridad aflora

Este tipo de acción directa y solidaria es lo que, según los habitantes del valle del Ahr, les ayuda a salir adelante: un método creativo y dinámico para la ardua tarea de recuperar una apariencia de normalidad.

En los campos junto a la fábrica de caramelos Haribo en Grafschaft, voluntarios han montado un enorme campamento donde cocineros, médicos y especialistas en trauma prestan servicio las 24 horas del día.

David Müller, un joven herrero de Franconia Central, se encarga de afilar los cinceles necesarios para las tareas de recuperación. La noche de antes de su conversación con The Guardian, llegó a 350, dice, trabajando hasta las 2:30 horas de la madrugada. Se le ha unido Franz Josef Graf, un trompetista de Baviera, que lo acompaña con su interpretación de The Anvil Polka.

Graf, que se considera una suerte de terapeuta musical, ha encontrado una ubicación en la ladera desde la que sus melodías –desde Amazing Grace hasta Hallelujah de Leonard Cohen – llegan a todo el valle. “He abrazado a hombres adultos a los que les hice llorar”, dice. “Nunca me había sentido tan útil en mi vida”.

Un programa informático desarrollado por un organizador de eventos facilita la distribución eficiente de los voluntarios en función de donde son más necesarios, desde la demolición o reconstrucción de viviendas familiares hasta la limpieza de alguno de los muchos viñedos de la zona, pasando por el desescombro de los edificios escolares.

“No tuvimos más remedio que tomar las riendas y organizarnos nosotros mismos, porque de otro modo las cosas se hacían con demasiada lentitud o rigidez, o ni siquiera se hacían”, dice Thomas Pütz, cuya empresa de ortopedia se vio golpeada por las inundaciones y ahora coordina un dispositivo de voluntarios organizado de forma privada con más de 100.000 ayudantes.

Dice que ha hecho un esfuerzo consciente de mantener la política fuera de las tareas de ayuda después de que otros grupos, incluyendo a la ultraderecha y a los escépticos de la COVID, intentaran infiltrarse en sus filas.

“Doy las gracias a todos cuando llegan, y les digo que son los mejores, pero también remarco que no queremos influencers ni personas que hayan llegado para promover sus propios intereses políticos. Necesitamos sacar este valle del lío en el que se está y eso incluye filtrar a los que no tienen cabida aquí”.

Su mensaje también se extiende respetuosamente a los políticos electos, dice.

Armin Laschet, el candidato a canciller por el partido de Angela Merkel y su sucesor predilecto, se vio envuelto en la polémica al ser captado por las cámaras riéndose de un chiste en una localidad golpeada por la inundación mientras el presidente alemán pronunciaba un discurso solemne. Se ha mencionado repetidamente a nivel local y aún puede costarle las elecciones a Laschet.

“Está bien que vengan a informarse de primera mano”, dice Pütz. “Pero yo les digo respetuosamente que queremos que nos dejen seguir trabajando”.

En el vertedero, Marcus Zintel, un constructor de St. Ingbert, a unos 210 kilómetros, que llegó como voluntario días después de las inundaciones, dice que la tensión es alta. “A menudo nos enfrentamos a influencers políticos que llegan con sus drones con cámaras y argumentan que la gran cantidad de residuos demuestra que las autoridades no están haciendo nada, cuando solamente refleja la magnitud del desastre”, dice. “Cuando llegamos cada mañana a primera hora, está repleto otra vez”.

Asegura que la crisis climática es un tema del que apenas se habla. “Es extraño, las personas prefieren decir que es el Estado el que ha fallado y que necesitamos redirigir el río al cauce previo a la inundación, para que las cosas vuelvan a ser como antes. Esa idea es absurda”.

En un remolque en un aparcamiento de Bad Neuenahr-Ahrweiler, Silke Wolf, una peluquera voluntaria de la asociación Barber Angels, se afana en cortar el pelo. Dice que aunque tiene intención de votar, podría votar nulo, ya que asegura que las elecciones son “como elegir entre el cólera y la peste”. No confía en ningún partido, menos aún en los Verdes.

“No siento que los Verdes hayan captado la imagen completa. Hace falta más que un coche eléctrico –que de todos modos yo no me puedo permitir– para arreglar el desastre en el que estamos”, dice. “Ya sea la COVID-19 o las inundaciones, el universo nos ha dado una patada en el culo ya es hora de que los gobernantes lo reconozcan”.

Traducción de Ignacio Rial-Schies

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