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The Guardian en español

La vida en Nikopol, sin agua y con miedo a la catástrofe nuclear: “Parece Marte”

Una mujer muestra los recipientes en los que almacena el agua mientras los lugareños buscan abastecerse tras la destrucción de la presa de Kajovka, en Nikopol.

Luke Harding

Nikopol (Ucrania) —

32

Anna Supranova está delante de lo que hasta no hace mucho parecía un inmenso mar artificial. Su casa, situada en el número 7 de la calle Hetman, da al embalse de Kajovka, en el sur de Ucrania. O, al menos, daba. La mayor parte del agua desapareció en un lapso de tres días surrealistas el mes pasado, después de que el Ejército ruso volara la presa hidroeléctrica de Kajovka, río abajo.

Desde entonces, Supranova y otros habitantes de la ciudad de Nikopol, en primera línea del frente, no tienen agua. Desde su jardín se puede ver ahora una llanura de fango desoladora y fantasmal. Se extiende hasta la central nuclear de Zaporiyia, visible entre la bruma cercana. La instalación civil, ocupada por las autoridades rusas desde el comienzo de la invasión, está a cinco kilómetros.

Los rusos han transformado la central nuclear en una base militar en toda regla. Los servicios de inteligencia ucranianos dicen que han minado sus reactores y un estanque de refrigeración. En sus pasillos se refugian vehículos blindados. El personal que ha firmado contratos con Rosatom, la agencia nuclear del Kremlin, ha recibido la orden de marcharse, según la inteligencia ucraniana. Tres altos cargos se han desplazado a Crimea y se han reducido los equipos a cargo de los controles rutinarios.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha advertido de que Vladimir Putin está tramando un “ataque terrorista”, y ha instado a la comunidad internacional a actuar. “Llevamos mucho tiempo diciendo que la amenaza es grave. Rusia está técnicamente preparada para provocar una explosión en la planta, que podría dar lugar a la liberación de sustancias peligrosas en el aire. Hemos alertado de la amenaza de forma directa y clara”, dijo el sábado.

Simulacros de un accidente nuclear

Nikopol, una ciudad de 50.000 habitantes, y otras ciudades cercanas se toman en serio la amenaza. La semana pasada, llevaron a cabo por primera vez simulacros de radiación, un ensayo de lo que la población local debería hacer en caso de que se repitiera el desastre de la central nuclear de Chernóbil de 1986, cuando la contaminación se propagó desde Ucrania a Bielorrusia, y a través de Europa hasta Escandinavia. Fue el peor incidente nuclear civil de la historia.

“La central de Zaporiyia está al lado de mi casa, como puedes ver”, explica Supranova. “Si se produce una fuga nuclear, cogeremos al perro, entraremos y cerraremos las ventanas y las puertas. Lamentablemente, no tenemos coche. No llegaremos lejos a pie”, aclara. Ella, su marido, Serhiy, y su hija de 15 años, Angelina, esperarían el rescate. “No estoy segura de quién vendría a ayudarnos”, dice.

N

Kiev

5 km

Área

ampliada

Central hidroeléctrica

Kajovka

Río Inhulets

Kajovka

Río Dniéper

Aeropuerto

de Jersón

Krynky

Nueva

Kajovka

Puente

Antoniv

Sadove

Chornobaivka

Jersón

Tsiurupinsk

Áreas bajo

control ruso

Áreas de avance

del ejército ruso

Zonas en las que Ucrania

ha recuperado el control

FUENTE: ISW

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Área

ampliada

5 km

Central

hidroeléctrica

Kajovka

Río Inhulets

Río Dniéper

Aeropuerto

de Jersón

Puente

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Krynky

Nueva

Kajovka

Sadove

Jersón

Tsiurupinsk

Áreas bajo

control ruso

Áreas de avance

del ejército ruso

Zonas en las que Ucrania

ha recuperado el control

FUENTE: ISW

El pasado lunes, el jefe del distrito militar de Nikopol, Yevhen Yevtushenko, declaró que la situación estaba bajo control. Los niveles de radiación eran normales. No había indicios de que los rusos estuvieran abandonando la central de forma masiva, según dijo. Las autoridades no planean una evacuación forzosa, por ahora. Desde que Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, cerca de la mitad de la población de la ciudad se ha desplazado a zonas más seguras.

Preguntado sobre qué podría hacer Occidente para reducir riesgos, respondió con ironía: “Hacer desaparecer a los rusos. Los problemas de seguridad de la central nuclear de Zaporiyia empezaron a su llegada. Si podemos deshacernos de ellos, los problemas también desaparecerán”. Hasta ahora, la respuesta de los países de la Unión Europea y Estados Unidos a la crisis ha sido poco impresionante y “aletargada”.

Sin agua y bajo bombardeos

“Una explosión sería una catástrofe para la región del mar Negro, para Europa y para la humanidad”, opina Yevtushenko. El imprudente sabotaje de la presa por parte de Rusia dejó sin agua potable a 200.000 habitantes de la zona, según cuenta. Los niveles del embalse siguen bajando. La ciudad ha repartido agua en camiones de bomberos y la ha distribuido gratuitamente. En un momento salió agua de los grifos, pero dejó de fluir media hora después.

Además de la creciente amenaza nuclear, desde hace un año Nikopol es objeto de bombardeos constantes por parte de Rusia. Soldados desplazados en la planta y en el pueblo vecino de Vodiane bombardean la ciudad casi todos los días o la atacan con misiles Grad. El 26 de junio murieron dos civiles y uno resultó herido. Los rusos están tan cerca que no se sabe cuándo puede producirse un ataque ni dónde caerá un proyectil.

A las puertas del Palacio de la Cultura de Nikopol, agujereado por la metralla, Oleksandr Sherban, un vecino jubilado, califica a los rusos de “idiotas”. “Nadie sabe lo que va a pasar ni lo que son capaces de hacer. Lo han minado todo”, dice. “Sus bombardeos son totalmente impredecibles. Puede ocurrir a cualquier hora del día: por la mañana o por la noche. Creo que lo hacen siempre que han comido bien”, sostiene.

Situación tensa en la planta

Sherban asegura que Putin utiliza la central nuclear para chantajear. Esta estrategia estaría relacionada con la contraofensiva de Ucrania y su intento de liberar la región de Zaporiyia. El hombre describe a la ciudad rusa de Energodar, que se encuentra al lado de la central y en la que viven sus ingenieros atómicos, como “hermosa”. “Solía viajar hasta allí en ferri. Se podía cruzar el embalse en barca”, recuerda.

Olexiy Kovynyev, un antiguo empleado veterano de la central nuclear que huyó de Enerhodar el año pasado, señala que la situación en la central es tensa. Según sus estimaciones, de los 11.500 empleados ucranianos originales, quedan unos 2.500. Muchos de los que se quedaron habían firmado, bajo presión, contratos para trabajar con Rosatom. Entre ellos estaba el ingeniero jefe ucraniano, Yuriy Chernichuk, a quien los rusos ascendieron a director.

“Hay conflictos entre los que han colaborado y los que se han negado a colaborar”, asegura. Kovynyev explica que los reactores de la central son inexpugnables y están revestidos de acero grueso y hormigón. En cambio, la zona de almacenamiento en seco, donde se almacena el combustible radiactivo gastado, y el estanque de refrigeración son más vulnerables. “Una explosión en esa zona probablemente sería contenida. Por supuesto, si uno está loco y abre los canales de ventilación, la radiación saldría despedida”, detalla.

Kovynyev describe como “terrible” la destrucción del embalse construido por los soviéticos: “Parece Marte, un desierto árido”. “Antes parecía un mar. Me bañaba allí. Todos los veranos iba a la playa de Energodar, llevaba mi saco de dormir y me acostaba para pasar la noche bajo las estrellas. Era maravilloso”. Asegura que sigue siendo optimista respecto a la posibilidad de evitar una catástrofe como la de Chernóbil.

“Hogar de gente indomable”

Una valla publicitaria de camino a la ciudad dice: “Nikopol. Hogar de gente indomable”. La ruta pasa por un estuario serpenteante, ahora completamente seco y sin más vida que algunas gaviotas. La ciudad fue un bastión cosaco y el centro de una zona autónoma conocida como Zaporizhian Sich. Muchas de sus fábricas modernas siguen funcionando. Según cuentan los vecinos, algunos de los que se marcharon el año pasado se quedaron sin dinero y regresaron.

Svitlana Karamushka, directora en funciones de un colegio, asegura que los vecinos se han acostumbrado a vivir en una zona de guerra. Muchas familias se han quedado y los niños aprenden por Internet. Explica que tiene lista una maleta por si tiene que salir de la ciudad y ha participado en una sesión de formación sobre qué hacer en caso de accidente nuclear. “Hay que lavar a las víctimas”, dice. ¿De quién es la culpa de esta situación tan terrible? “De Putin. Es un capullo”, opina su amiga Nataliya.

De vuelta a la calle Hetman, Supranova afirma que la repentina desaparición del agua está acabando con su huerto. Tenía manzanos y una frondosa enredadera que cubría casi toda la casa. “He plantado patatas. No sé si podré cosecharlas”, admite. Y añade: “He vivido aquí toda mi vida, 36 años. La verdad es que no quiero irme. Hay que esperar lo mejor y prepararse para lo peor”.

Traducción de Emma Reverter.

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