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De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

¡Que le quiten el lazo!

¡Que le quiten el lazo!

Isaac Rosa

Domingo de Resurrección y llega por fin Nuestra Señora, Madre Dolorosa, con su andar suave, mecida en el avance. Llevamos dos horas esperando, vinimos temprano para coger sitio en la plaza, y al verla llegar todos compartimos ahora un suspiro, mezcla de alivio y emoción, al reconocer el bamboleo de la candelería, al compás de las cornetas que tocan “El Dulce Nombre”.

El sol de mediodía se filtra por el palio de la Virgen y enciende las doce estrellas de su corona, el hilo de oro en que fue bordado el manto, el pecherín de diamantes, los aljófares del broche y el zafiro del anillo, la medalla de la coronación, el rosario de plata y nácar, el camafeo y las amatistas de la cruz al pecho, la filigrana del alfiler, la insignia de la Orden de Isabel la Católica, el puñal de oro blanco con sus aguamarinas, el fajín del Cuerpo de Marina, el pañuelo de bolillos y…

–¡Un lazo amarillo! –dice alguien en primera fila, mirando a través de su cámara de vídeo. Avisa a una mujer a su lado, le muestra la pantalla y señala hacia el paso:

–¿Has visto, cari? La Virgen lleva un lazo amarillo. Nos ha salido independentista –ríe en voz alta, esperando que secunden la broma quienes se apretujan a su espalda.

Todos nos fijamos y, en efecto, a la altura del corazón, entre un broche de siete puñales y un clavel de plata, hay una cinta plegada que amarillea al sol.

–Un lazo amarillo, la Virgen 'indepe' –insiste el gracioso, hasta que consigue que su chispa prenda. A su espalda, un joven estira la broma: como se enteren los catalanes de que la Virgen se solidariza con los presos, ya verás. A su lado, una señora comenta que sí que parece un lazo amarillo, pero que poca broma con eso. Un anciano tras ella arruga los ojos y pregunta si de verdad le han colocado un lazo amarillo. Su mujer le reprende por decir tonterías; cómo le van a poner un lazo amarillo a la Virgen. Qué están diciendo de un lazo, se interesa una mujer más allá, y su vecino le informa: que eso que lleva la Virgen en el pecho parece un lazo amarillo de los catalanes. Le corrige uno a su lado: no lo parece, lo es.

Corre la pólvora de cuerpo en cuerpo, y en la esquina ya aparece el primero que no encuentra broma y que se enfada sinceramente: considera inaceptable que alguien haya mezclado la Semana Santa con la política. Junto al semáforo, dos discuten si es intencionado o casualidad, hasta que callan para atender a un caballero que se queja muy enojado de que a nuestra Virgen le vaya nadie poniéndole lazos de esos. El reguero atraviesa de boca en boca la plaza hasta que en la esquina opuesta ya se afirma sin dudar que un catalán le ha puesto ese lazo amarillo a la Virgen, qué humillación.

–¡Que le quiten el lazo! –grita alguien, para sorpresa de cientos de personas que no saben de qué lazo habla, pero que desde ese momento observan con detalle el ajuar. Hay quien chista para pedir silencio, ha callado la banda y la tradición pide que la procesión atraviese la plaza en recogimiento absoluto. Pero hoy no hay quien apague este charlataneo de bromistas, estupefactos, curiosos e indignados. La corriente rumorosa alcanza ya la cercana avenida, donde fieles y turistas se aprietan esperando a que asome el palio y así comprobar lo del lazo ese del que todo el mundo habla.

Un simpático hace una foto, el zoom de su móvil permite un primerísimo plano de la Madre de Jesús, y le aplica un filtro que aviva los colores, incluido el amarillo de esos pocos centímetros de tela. Por supuesto, la comparte en redes sociales, con el chascarrillo de “LA VIRGEN PIDE LA LIBERTAD DE LOS PRESOS POLÍTICOS!!!” seguido de varios emoticonos de asombro. No hace falta que detallemos lo que esa fotografía provoca en las redes, la secuencia previsible: difusión a velocidad de mecha encendida, respuestas jocosas y airadas por igual, insistentes preguntas de si eso es de verdad o un fotomontaje, memes fulgurantes. No tardamos en leer la primera noticia en un diario digital, que reproduce la misma fotografía –editada para resaltar más si cabe el ya de por sí resaltado amarillo–, y la acompaña del irresistible titular “Polémica en la procesión: ¿quién le ha puesto un lazo amarillo a la Virgen?”, anzuelo que en pocos minutos muerden cientos, miles de usuarios de redes sociales. Se multiplican las muchas respuestas, entre ellas la de un partido ultraderechista, que en su cuenta oficial acusa al gobierno de permitir el golpismo y humillar a la mayoría católica; y la de un diputado independentista, conocido por sus provocaciones, y que se refiere al suceso con una ironía que no todos los lectores entienden.

Mientras, la Dolorosa ha dejado ya la plaza y emboca la avenida, más concurrida que nunca por la afluencia de quienes no tenían previsto venir pero, reclamados por un mensaje de WhatsApp, un vistazo a la red social o una noticia rebotada, han corrido al encuentro de la procesión, para comprobar con sus propios ojos qué es eso que lleva la Virgen prendido al pecho, eso de lo que todo el mundo habla, si es una confusión, una broma o una ofensa.

El tránsito de la avenida es arduo, la multitud estrecha el pasillo, los nazarenos meten codos para abrirse hueco, los costaleros tienen que frenar una y otra vez, y los músicos comentan entre ellos lo que les va llegando a sus teléfonos.

–¡Quitadle el lazo! –se grita a cada poco, consiguiendo aplausos y abucheos por igual, sin que quede claro si van dedicados al que gritó, al lazo, a la procesión o a la mismísima Madre de Dios.

Los periodistas que retransmiten la procesión se instalan frente al paso, asedian con sus micrófonos a un miembro de la junta de gobierno de la Hermandad, que se acaba de enterar de la historia, y al que apenas se oye entre tanto jaleo:

–Que yo sepa es un broche de terciopelo, más dorado que amarillo, y que ya ha lucido otros años. Le fue ofrendado en el aniversario de la coronación por parte de…

Imposible que su voz quede registrada, porque a su lado la banda, o más bien una parte de los músicos de la banda, decide por su cuenta tocar el himno nacional, no sabemos si para acallar las acusaciones o como desagravio a Nuestra Señora. El himno es recibido con aplausos y gritos de Viva España, lo que momentáneamente acalla la última versión que recorre la avenida y algunos grupos de WhatsApp: lo del lazo sería cosa de unos hermanos, de conocida filiación izquierdista, “podemitas”, que ya el año pasado montaron ruido y mancharon el buen nombre de la Hermandad, empeñados en que la Virgen no llevase cierto fajín militar de controvertido origen. Habrían sido ellos, vengativos, los responsables de colocar ese símbolo de discordia.

A la misma hora, en la tertulia televisiva, un portavoz de la oposición asegura que “en caso de confirmarse la noticia” estaríamos ante un hecho “de extrema gravedad”, cuyo principal responsable sería el gobierno, por convocar unas elecciones sin respetar la festividad religiosa. Eso sí, insiste prudente, “en caso de confirmarse la noticia”.

Pero, un momento, ¿qué ha pasado en aquella esquina, hacia la mitad de la avenida? Por lo que se cuenta, alguien oyó a unos turistas que reían y hablaban en catalán –otras versiones dicen que en realidad eran franceses–, y los señaló como posibles responsables del desaguisado. Aunque su acusación no encontró seguimiento entre los presentes, con sus aspavientos acabó logrando que los turistas se marchasen deprisa, más desconcertados que asustados.

Antes de girar para salir de la avenida, los costaleros hacen una parada, en el mismo punto de cada año desde hace medio siglo, aunque esta vez sin el silencio recogido de otras ocasiones. Alguien se acerca y lanza hacia la Virgen una bandera de España con la que pretende arroparla, dos metros cuadrados de tela que, sin la fuerza suficiente, queda a medio camino, enganchada en un candelabro. Por el frente, un joven se arrodilla en lo que parece gesto contrito, pero en realidad ofrece su espalda como escalera para que su compañero suba al paso. El capataz lo atrapa de una pierna cuando ya está pisoteando las flores y tumbando cirios, y en el forcejeo se agarra a un varal del palio, que se tambalea entero para espanto de los presentes, la Virgen ladeada, todo su ajuar sacudido, también el lazo, broche o lo que sea aquello.

Los cuatro guardias civiles que con sus uniformes de gala acompañan el paso, deciden asumir las funciones de orden público, protegen la imagen frente a nuevos intentos de trepar, mientras se acrecientan los gritos de “fuera el lazo, fuera el lazo”, tal como ven los telespectadores de la tertulia matutina, que ha conectado en directo con la procesión. Entre los más cercanos al palio todavía son mayoría los que piden calma y aseguran que todo es un malentendido, pero según nos alejamos de la Virgen se dificulta la visión del lazo o broche, y se deforman las versiones del incidente, tanto más cuanto más alejados, de modo que los del fondo de la avenida, que apenas distinguen algo, son los más convencidos y los que más gritan: “fuera el lazo, fuera el lazo”.

A los policías locales les cuesta llegar hasta el paso, el tumulto es cada vez más cerrado. Hacen una cadena alrededor del paso, mientras el oficial, incapaz de escuchar las explicaciones del Hermano Mayor (“es un error, es un error”, repite afónico), pide refuerzos a la delegación del gobierno.

Desde un balcón alguien suelta una gran bandera rojigualda sobre el palio, con tan buena fortuna que un extremo de la bandera queda enganchado en una estrella de la corona. La composición es celebrada por muchos de los presentes, que lo aplauden como reparación.

Llega al fin una docena de antidisturbios, se abren paso con empujones que expanden una onda agitada hacia ambos lados de la avenida, hasta muchos metros de distancia llegan los pisotones y tropiezos. En el nerviosismo triunfan varios rumores, a cual más desdichado: hay provocadores infiltrados, dice uno. La policía ya ha detenido a los autores, dice otro. Cuidado, que han llegado unos ultraderechistas, alarma el de más allá. Incapaces de avanzar, y desconcertados por el escándalo, los costaleros salen de debajo del paso, miran hacia la Virgen y discuten si es un lazo amarillo o un adorno inocente.

Lo mejor será despejar la avenida antes de que la alteración del orden público vaya a mayores, piensa un mando policial desde la delegación del gobierno, para lo que desplaza hasta allí cuatro furgones, que en su lentitud procesional consiguen que la muchedumbre se vaya desaguando por las calles laterales. Un grupo de jóvenes se resiste a marchar sin antes desagraviar del todo a la Virgen, lo que hace que los policías pongan más fuerza en sus empujones y alguno desenfunde la defensa como aviso. La confusión es aprovechada por un chaval de traje azul: con ardillesca agilidad, trepa por un lateral y arranca del pecho el polémico adorno, lo enarbola triunfal ante los presentes que lo vitorean, hasta que un policía le tira de la pierna y lo baja a la fuerza. Por el otro lado, otro escalador arropa a la Virgen con una bandera, se la anuda al cuello sobre el mantón.

Las sirenas de los furgones acompañan el desalojo de este tramo de avenida, entre carreras y caídas. En pocos minutos no queda nadie, los refuerzos policiales montan un infranqueable cordón en las esquinas, hay varios detenidos por desórdenes públicos.

En la desierta avenida quedan dos capirotes sin propietario, una zapatilla perdida, cirios rotos y, en el centro de la calzada, el paso naufragado, la Virgen en lo alto, con la bandera sobre los hombros, sola, torcida, dolorosa.

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