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Madrid prepara su monumento-cabina para recordar a Antonio Mercero

José Luis López Vázquez y Antonio Mercero, junto a la cabina roja usada en el rodaje

Diego Casado

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Un pedestal espera en Chamberí desde hace unas semanas la llegada de la primera cabina-monumento de Madrid, para homenajear a uno de sus cineastas. Está situada al norte de la plaza del Conde Valle de Suchil, en el cruce con la calle Arapiles. La elección del lugar no es casual: Antonio Mercero rodó a pocos metros, dentro de una urbanización privada, el célebre mediometraje en el que metió a José Luis López Vázquez en una asfixiante cabina telefónica.

El próximo miércoles 15 de diciembre, al mediodía, la cabina será inaugurada. Pero la historia del monumento es larga. Comenzó hace tres años, después del fallecimiento de Mercero. A un guionista chamberilero se le ocurrió que podría ser bonito recordar al autor de series como Farmacia de Guardia o Verano Azul con un monumento en las calles de su ciudad, a la que tanto retrató en sus trabajos. Lo publicó en Twitter y, para su sorpresa, la idea convenció a directores como Álex de la Iglesia o Santiago Segura, además de calar entre actores y guionistas de renombre, que le animaron a hacerla realidad.

Los apoyos en redes se transformaron luego en el respaldo de los políticos, hasta llegar a un pleno municipal en el que todos los partidos con representación municipal votaron a favor de la iniciativa. Entonces, el Ayuntamiento de Madrid, con Manuela Carmena como alcaldesa, accedió al homenaje.

“Han sido tres años muy intensos y muy difíciles, con mucha burocracia”, recuerda David Linares, el guionista que impulsó el reconocimiento de Madrid y que implicó a cuatro partes para llevarlo a cabo: a la Academia de Cine, a familiares de Antonio Mercero, al Ayuntamiento de Madrid (que daba los permisos) y a Telefónica (para proporcionar la cabina). Entre medias, un cambio de gobierno municipal pudo trastocarlo todo, pero Linares también consiguió que el equipo de Almeida “se enamorara un poco del proyecto para llevarlo a cabo”.

La cabina llega en un momento en el que se están retirando todos los aparatos de este tipo en las calles de las ciudades españolas. Ha sido construida por la Fundación Telefónica, igual que las originales de la época en la que se rodó la película de Mercero. Será roja (el color metálico llegó después), estará cerrada y un poco elevada para evitar posibles actos vandálicos y sus medidas serán un poco más grandes que las de la que encerró a López Vázquez: “Como era un actor pequeño, le hicieron una cabina más pequeña, para que la sensación de claustrofobia fuera creíble”, apunta Linares. “Soy madrileño y he nacido en Chamberí, estoy muy orgulloso que mi barrio haga este homenaje a Mercero. Es lo justo porque Madrid ha sido un personaje más en sus películas, es un pequeño gesto que le debíamos”, añade.

Como preludio del acto de recuerdo, este viernes se celebró en la Academia de Cine un pase de La cabina al que acudieron el propio Linares y el hijo del cineasta, Antonio Mercero. Este último confesó que cuando llego a su conocimiento la iniciativa “parecía una de estas ideas quijotescas que se tienen a veces”, que acaban convirtiéndose en realidad, decía durante el coloquio previo. “La familia lo ha recibido muy bien, estamos deseando ver la cabina colocadita”, añadió.

Muchos géneros y ¿crítica? al franquismo

La película de La cabina fue rodada para Televisión Española en 1971, ahora hace 50 años. El escenario principal transcurre en el patio interior privado de varios bloques de viviendas ubicado entre las calles Rodríguez San Pedro y Arapiles (el edificio que se observa al fondo es el de las oficinas de Arapiles 13).

En ese lugar, José Luis López Vázquez interpreta uno de los mejores papeles de su carrera, pese a que solo pronuncia una frase en todo el metraje. La película utiliza la mezcla de humor, amor y dolor tan característica de la obra de Mercero. Camina desde la guasa y el costumbrismo hasta en suspense e incluso el terror, una amalgama de géneros bien ensamblada que le valió en 1973 un premio Emmy. Fue el único que obtuvo un director español hasta que llegó el de La casa de papel.

“Ha pasado a la historia y es sorprendente lo viva que está hoy en día” recuerda su hijo Antonio, que cree que el espectador puede encontrar en ella una parábola de la incomunicación del ser humano o una reflexión profunda sobre el libre albedrío. Incluso “una crítica a la falta de libertad de expresión durante el franquismo”, pese a que la cinta pasó la censura “sin ningún problema”.

Nada de esto admitió nunca Antonio Mercero padre: “Él siempre decía que le gustaba la idea de un hombre que se quedaba encerrado en una cabina y no podía salir, le hacía gracia. No hacía referencias políticas”, puntualiza su hijo.

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