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Madrid tendrá un parque en memoria de las lavanderas: más que el sujeto decorativo de las fotos del viejo Madrid

Lavaderos del Manzanares y Palacio Real, hacia 1800. (Estampa de autor desconocido). | WIKIMEDIA

Luis de la Cruz

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El pasado mes de diciembre, la Junta Municipal de Arganzuela aprobó llamar parque Lavanderas del Manzanares al espacio verde situado entre el paseo de las Acacias 31 y la calle del Gasómetro 32. Y el 22 de septiembre, la Junta de Gobierno lo ratificó, dando vía libre al nuevo topónimo en homenaje a las “náyades del Manzanares”, como las llamó hacia 1860 el viajero Davillier.

El bautismo viene a paliar algo la escasez del callejero madrileño de mujeres y sujetos colectivos del pueblo llano. El oficio de lavandera era uno de los más habituales en el siglo XIX en Madrid, en España y en la mayoría de los países del entorno europeo. El lavadero, a su vez, era un espacio de sociabilidad femenino de primer orden, poco estudiado y del que los rastros se desdibujan por el predominio de la oralidad en su día a día.

En el lavadero coincidían aquellas mujeres que lavaban la ropa paras sus propias familias con las criadas y las lavanderas profesionales. Se trataba de un trabajo durísimo, que a menudo derivaba en enfermedades bronco respiratorias y de la piel. Según explica la historiadora Carmen Sarasúa, las posiciones que las lavanderas adoptaban para lavar fueron tildadas de “poco decorosas”, lo que redundaba en su consideración social y en que, en ocasiones, se cerrara algún lavadero.  

La presencia de niños entre los cuerpos de las lavanderas y el paisaje de ropa tendida al sol como banderas junto al río era muy frecuente, pues el trabajo de reproducción recaía en las mujeres de la casa. De ello nos habla también la inauguración de la Casa Asilo de Lavanderas de Madrid cerca de la Puerta de San Vicente, que en 1901 albergaba a 400 niños.

El escritor Arturo Barea, hijo de una lavandera, lo contaba en su magnífica novela autobiográfica La forja de un rebelde:

“Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones”.

Aunque en los últimos años se ha avanzado mucho en el reconocimiento social del carácter organizativo y reivindicativo de otro colectivo femenino, como es el de las trabajadoras de la Tabacalera, es menos conocido el carácter levantisco del colectivo de lavanderas (aunque lo de aquí no llegó a las cotas de Rusia, donde en 1917 40.000 de ellas se pusieron en huelga firmando el prólogo a la Revolución).

La hemeroteca da idea de que, a finales del XIX, se consideraba que las mujeres que se ocupaban en el oficio eran contestatarias y remisas a pagar los tributos que el Ayuntamiento le exigía. Por ello, los cobradores acudían a las orillas del río Manzanares acompañados de guardias a pie y a caballo. De aquellos mismos años conocemos amotinamientos de lavanderas ante el cambio de reglamento de un lavadero en el Paseo Imperial en 1892 o el establecimiento de una vigilancia especial en la cárcel de mujeres el mismo año, por el miedo a que las lavanderas, amotinadas junto a vendedoras por el establecimiento de nuevos tributos, acudieran de noche a liberar a las compañeras detenidas.

Madrid tiene ahora un espacio dedicado a las lavanderas que, lejos de ser aquellas náyades a las que se refería el viajero decimonónico, constituyen un sujeto colectivo por descubrir, cuya memoria va más allá del retrato paisajístico y pintoresco de las viejas fotos de Madrid. Una historia de sabañones, bronquitis y trabajo compartido.

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