Calle de San Ignacio de Loyola: calle y callejón
La calle lleva el nombre en honor del célebre fundador de la Compañía de Jesús. En tiempos fue la actual calle de los Reyes la que lo lució y al cambiar su denominación fue ésta, más modesta, la que lo heredó.
San Ignacio de Loyola se puede mirar desde la calle del Álamo o desde su extraña llegada a la calle del Maestro Guerrero, un entrante que deja visible una puerta trasera del Teatro Coliseum que pasaría más por callejón cortado que por bocacalle para quien no se asomase a él. La calle es solitaria, con puertas traseras de negocios a los que se entra por la calle de los Reyes; peatonal camino adoquinado por el que apenas pasa nadie, con algunos balcones coquetos para disfrutar de la tranquilidad.
Uno ve el callejón de San Ignacio y lo imagina escenario de historias ocultas al ajetreo de la ciudad. Algo así sucedió en 1995. Aquella mañana debía darse el debate de investidura en la Asamblea de Madrid , con la consabida psicosis que los actos institucionales cosen a las fuerzas del orden. De buena mañana, un empleado de la limpieza vio cómo a un motorista se le caía una bolsa cuando circulaba por la calle de los Reyes. Cuando se disponía a echarlo a la basura un policía acudió corriendo al grito de “Eh, deje eso, que puede ser una bomba!”
El paquete se llevó al callejón de San Ignacio. Después, un dispositivo policial acordonó la zona, se cortó la circulación del área y los artificieros detonaron un cebo que pusieron al lado como método para desactivar la posible bomba. La explosión se escuchó en la Asamblea de Madrid (entonces en el viejo edificio de la Universidad Central en San Bernardo), que se suspendió diez minutos.
Finalmente, en aquella tartera sólo había una lata de judías y un trozo de pan. “Sí, nosotros ya sabíamos que era la comida de un currante, pero la gente es que ve muchas películas en la tele”, comentó entonces otro empleado de limpieza al periodista de El País que cubrió el suceso.
El ambiente tranquilo de la calle de San Ignacio la convierte en un paraje idóneo para desplegar un equipo de un rodaje. La calle se puede ver mucho en la adaptación de Luces de Bohemia de 1985, en la que Paco Rabal encarna a Max Estrella, el trasunto de Alejandro Sawa, que fuera vecino de la calle Conde Duque.
El edificio del Coliseum, que entra en el callejón desde la Gran Vía, se concibió como teatro (lo que es hoy), aunque ha vivido sus mejores momentos como sala de cine, hasta volver en los últimos años al uso para el que se pensó.
El Coliseum fue un encargo de Jacinto Guerrero, que fue vecino de la Travesía del Horno de la Mata y hoy tiene calle a unos pasos: la del Maestro Guerrero. El hermano del famoso compositor dirigió el cine desde el primer día hasta su muerte en 1982.
La sala, famosa por su acústica, se enmarca en un edificio de claro perfil neoyorkino y fue una de las más grandes de su época (se inauguró en 1932 con The Champ, de King Vidor). Hoy estamos acostumbrados a maldecir el aire acondicionado de las salas cinematográficas pero en los años treinta sólo el Coliseum podía presumir de ésta y otras novedosas comodidades. Durante la guerra sirvió como almacén y hacia 2000 el Colegio de Arquitectos vetó una reforma de la sala que acabaría con un espacio de indudables valores arquitectónicos. Finalmente la sala encontró el camino de la viabilidad uniéndose a la nómina de teatros (sobre todo para musicales y últimamente conciertos) de esa nueva vida de la Gran Vía que se ha venido conociendo como “el Brodway madrileño”.
Calle y callejón, San Ignacio de Loyola es un rincón curioso y escondido, una calle peatonal sin paseantes a la espera de ser mirada con más detenimiento.
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