Empezar a cambiar el mundo cerrando locales de apuestas y escribiendo libros que nos ayudan a actuar
“Lo fácil habría sido acostumbrarse”. En algún lugar de La apuesta perdida. Ludopatía, ciudad y resistencia (Bellaterra, 2021) Cristina Barrial y Pepe del Amo escriben esta frase a propósito de la irrupción silenciosa de los locales de apuestas en nuestras ciudades. Ayuda a situar bien dónde estamos los lectores cuando sostenemos su libro entre las manos: en un ensayo que nos permite entender la eclosión de un fenómeno social omnipresente en nuestras ciudades desde, más o menos, 2008; y junto a una herramienta de intervención situada enfrente de los efectos de estos locales de apuestas en los barrios.
A mí, me ha ayudado a colocar vivencias de mi entorno, Tetuán, en su sitio.
Imagen mental 1 del redactor. Cualquier día, A cualquier hora. Paso por delante de la puerta de uno de los muchos locales de apuestas que hay en la calle Bravo Murillo. Al lado tiene otro y, a pocos metros, un centro escolar. Podría ser cualquiera, todos obedecen a esta descripción geográfica. Dos hombres racializados apuran un cigarro en la puerta. Las luces de la fachada –el verde Codere o el rojo Sportium–contrastan con el biombo de oscuridad que impide ver desde la calle el interior del establecimiento. Grandes cristaleras reflejan una de las calles más transitadas de Madrid y ocultan un espacio ignoto para muchos de sus viandantes. Sin embargo, los dos tipos bajo el umbral se comportan con ademanes de absoluta cotidianidad.
Esta misma escena podría suceder en la Plaza de Oporto (Carabanchel), que sirve de ambientación en algún momento del libro. O en Puente de Vallecas, en Usera o Lavapiés. La renta media del barrio, la cantidad de población migrante y las tasas de desempleo que sufren sus vecinos son los tres vectores que han condicionado la instalación de locales de apuestas.
El libro de Barrial y del Amo nos ayuda a conocer sociológicamente a estos vecinos que, quizá, solo concebimos como víctimas pululantes en los entornos de la ludopatía. Víctimas que, paradójicamente, nos inspiran desconfianza y ganas de apretar el paso.
Los autores nos ayudan a entender que ese rellano da paso también a un espacio en el que esos vecinos migrantes se encuentran más seguros que en la cercana parada de metro de Cuatro Caminos, donde con frecuencia la policía practica redadas racistas; o más cómodos que en otros espacios de sociabilidad –sus casas precarias, la calle–.
Imagen mental 2 del redactor. Una gran manifestación transcurre por la calle Bravo Murillo, unas de las vías con más casas de apuestas en Madrid. La manifestación lleva muchas semanas preparándose, como sucederá más adelante con otra en Carabanchel, y en ella coinciden personas del movimiento contra los locales de apuestas de todo Madrid. A mi hija le agobian un poco las aglomeraciones y el ruido, aguantamos poco rato, pero me dice que no es capaz de entender el sinsentido del juego por dinero.
Cristina Barrial y Pepe del Amo, seguramente, andarían por allí. Son activistas. Se lo saben bien y, con la venia de estar dentro y los instrumentos intelectuales para hacerlo, dibujan un panorama exigente y crítico del movimiento contra las casas de apuestas. Que cae, advierten, “en el demandismo, la guetización política o en dinámicas asistencialistas propias del oenegismo”. Los autores abordan la contradicción permanente de moverse entre lo particular (demandas concretas) y postergar lo universal (un programa político que apele a toda la sociedad, de raíz).
Ellos encuentran en el derecho a la ciudad un posible marco en el que integrar al conjunto de las luchas anticapitalistas y lo entienden como propuesta de intervención política. Una interpretación revolucionaria del concepto, si se quiere, que nos permita recordar que “las adicciones son los escombros después de la catástrofe. Es fácil ver la ruina y no recordar que la ha ocasionado”. Y actuar sobre ello, claro.
Imagen mental 3 del redactor. Espero en el andén de la parada de metro de Tetuán, una mañana cualquiera, entre semana. A mi lado, una chica con ropa de trabajo increpa con gesto de dolor a su pareja, pregunta al aire cómo no se ha presentado, haciéndole como le iban a hacer sus compañeros el favor de mirarle la dentadura, ¡cómo es posible que haya tenido que ir a buscarle al pie de la ruleta! ¿Por qué ha vuelto a mentirle?
La apuesta perdida hace un esfuerzo ímprobo en complejizar el análisis de género entorno a la ludopatía y el resto de problemas asociados a los locales de apuestas. Para ir más allá de la evidencia estadística acerca de un mundo mayoritariamente masculino. Durante mucho tiempo, la mayoría de los acercamientos al tema ha adolecido de androcentrismo, desde los criterios del DSM V a los artículos de divulgación. Sin embargo, la tasa de prevalencia a la ludopatía está intrínsecamente ligada a la exposición: las mujeres juegan menos porque la ludopatía a pie de calle no es cosa de su género, fuera del hogar y la domesticidad. Por eso, también, con el auge del juego en línea las mujeres están cayendo más.
El lugar que el hombre y la mujer ocupan en las relaciones sociales, en el día a día, tiene que ver con que los hombres elijan juegos competitivos, adrenalínicos; con que ellas intenten evadirse y se abracen a opciones de puro azar, como el bingo de nuestras mayores o las tragaperras. O con que ellos lo hagan, sobre todo, con alcohol y ellas, mayoritariamente, con ansiolíticos. Y con que el 70% de las mujeres jugadoras sufran malos tratos, explican los autores, que echan mano constantemente de la literatura científica y datos para aterrizar su discurso.
El libro aborda, en fin, un problema social y político de primer orden. Que se puede leer desde la dimensión de las noticias de un periódico – el ex ministro Rafael Catalá directivo de Codere–, o desde la lectura del momento histórico , que enmascara bajo las proclamas de autonomía y libertad los efectos de una vida que aboca a los más vulnerables a ser argamasa informe, girando dentro de la hormigonera. Material de derribo y construcción en la producción capitalista de la ciudad neoliberal .
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