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El turista en calzoncillos del piso turístico, el Día de la infancia y la disolución de la vecindad

Los bomberos mojando a los niños durante el Día de la infancia

Luis de la Cruz

Madrid —

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Este domingo se celebró en el distrito de Tetuán el Día del de la infancia. Una jornada en la que la habitualmente colapsada de coches vía de Bravo Murillo es para los peatones y, especialmente, para los más pequeños.

Los hinchables pueblan la calzada, los distintos servicios municipales compiten por ser los más atractivos –lo policías se miden con los bomberos solo hasta que estos empiezan a mojar con la manguera al respetable–, hay actuaciones infantiles y las escuelas de música y danza del distrito actúan para sus vecinos. Es una fiesta muy imperfecta, sujeta a críticas como la aparición de las marcas comerciales, pero tiene tanto arraigo en el distrito como las propias fiestas después de 42 ediciones. Fue una reivindicación de la movilidad peatonal que nació cuando nadie sabía qué era eso.

Una estampa del domingo. En una bocacalle del Bravo Murillo, a unos pocos metros de la jornada festiva, suena música alta en competencia con la que proviene del evento. Quienes acuden por allí a la calle de Bravo Murillo se topan con una puerta abierta hacia la calle. En el rellano, unas cuantas personas a lo suyo, entre las que destaca un tipo en calzoncillos. Una estampa que hemos visto antes en distintos reportajes televisivos sobre barrios intensamente turistificados como la Barceloneta.

Es uno de los muchos locales comerciales reconvertidos en piso turístico que están apareciendo en la zona. La semana pasada se supo, a través de un listado proporcionado por el propio Ayuntamiento, que solo 1008 de ellos tienen licencia en Madrid. Tetuán es el segundo distrito de Madrid después de centro más representado en el mapa de los ABNB con 138 licencias (según Insideairbnb hay 1,481 ofertas de VUT en el distrito). El pequeño apartamento, que luce el candado distintivo en la puerta, no está en la lista. Es ilegal.

La estampa es ilustrativa de una de las consecuencias de la turistificación: la pérdida de la vecindad. Se puede manifestar en la imposibilidad de encontrar un vecino que te recoja un paquete, que ayude a las personas mayores a subir la compra o eche un ojo a los vecinos más pequeños cuando se inician en salir solos a la calle.

Pero también se traduce en la pérdida del contexto compartido que genera las comunidades, los barrios. No pasa nada porque, cuando la fiesta está en la calle, tú te la montes, indiferente, en el rellano y en calzoncillos. Uno es libre de elegir sus fiestas y sus estilismos. Pero si son demasiados los bajos comerciales donde están las tiendas, los pisos donde vive la gente habitualmente, que se convierten en fiestas privadas, en cápsulas autistas, el barrio de muere.

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