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Alejandra Pizarnik, hija del viento

Alejandra Pizarnik

Noelia Garberí

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«Como quien no quiere la cosa / Ninguna cosa / Boca cosida / Párpados cosidos / Me olvidé / Adentro el viento / Todo cerrado y el viento adentro.» Pizarnik. Caminos del Espejo.

El pasado 25 de septiembre fue el 49º aniversario de la muerte de Flora Alejandra Pizarnik. Las fuentes oficiales hablan de suicidio por ingesta de barbitúricos, algo que encaja puesto que en ese momento estaba ingresada en un psiquiátrico después de dos intentos de suicidio. Alejandra solo tenía 36 años y dejaba tras de sí una extensa e interesante obra.

Pizarnik era la única autora que había en la biblioteca pública de mi infancia. El bibliotecario me indicó que, aunque no me gustara la poesía, tenía que leerla y se refirió a ella como “maldita” (supongo que ya veía el hombre que yo apuntaba maneras). Pero yo no creo que Pizarnik fuera una maldita, sino que más bien la maldijeron y se ha romantizado su depresión. Pizarnik eligió la expresión escrita encriptada para expresar lo que en mis cuadernos yo llamaba “exceso de existencia”.

Su obra esta llena de dudas, psicoanálisis y belleza. Construcción y destrucción. Sus obsesiones giran en torno a la alteridad, una infancia perdida, la búsqueda de identidad y, ¿cómo no?, la atracción por la muerte. Cuando pienso en ella lo hago con el oxímoron Luz Oscura.

Bluma, como la llamaba su familia de origen ruso judía, nació en 1936 y perdió su apellido original Pozharnik al instalarse en Argentina. Su infancia transcurre bajo la sombra del régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial. Además, Bluma fue una niña fuera de los cánones: gorda, con acné, con asma y tartamuda. Cristina Piña en su biografía habla de cómo las constantes comparaciones con su hermana (más hegemónica) y su autopercepción física minaron su autoestima llevándola en su adolescencia a empezar a consumir fármacos y anfetaminas para no engordar y encajar en los cánones.

«Yo no sé de la infancia / más que un miedo luminoso / y una mano que me arrastra / a mi otra orilla / Mi infancia y su perfume / a pájaro acariciado».

Identidad, infancia y muerte

En su adolescencia, Alejandra Pizarnik deja de usar el nombre de Bluma y se cobija en su propia oscuridad reafirmándose en sí misma y en su otredad. Es el momento en el que descubre la literatura y comienza a sentirse identificada con el existencialismo y el surrealismo, que le llevaron al adjetivo de “poeta maldita”. Alejandra comienza a darse cuenta -si me permiten el chiste- que ya se ha Artaud de todo y se muestra como una rebelde y subversiva mujer de los años 50 que la llevaron a ser “la rara”, “la excéntrica”, lo contrario a lo que se esperaba de ella como expresa en este verso:

«Afuera hay sol / Yo me visto de cenizas»

La búsqueda de identidad, la vuelta a una infancia perdida y la pulsión de la muerte comienzan a tener protagonismo en su obra poética (así como el sentido del humor en su prosa). También comienza las sesiones de terapia para tratar su ansiedad y problemas de autoestima, con el psicoanalista León Ostrov a quien dedica su poema 'El Despertar' cuyos famosos versos manifiestan:

«Señor / La jaula se ha vuelto pájaro/ y ha devorado mis esperanzas /Señor

La jaula se ha vuelto pájaro / Qué haré con el miedo»

Estudia Filosofía y en 1960 se muda a París. En esos cuatro años que pasó en Francia realiza traducciones y criticas literarias y conoce entre otras personas a Julio Cortázar y a Octavio Paz que le escribe el prologo de 'Árbol de Diana' (1962). Es a partir de este libro que Pizarnik encuentra cierta libertad y la autonomía creativa, publicando un total de trece obras completas y diez obras póstumas.

Lesbianismo reprimido

Pese a que muchos se empeñan en liarla con toda clase de varones intelectuales (y achacar su éxito a ello), las diferentes biografías y análisis de su obra describen a Pizarnik más como lesbiana que como bisexual dentro del armario. Una opresión social sobre su sexualidad que perduró hasta después de su muerte censurando sus herederos centenares de fragmentos de sus diarios personales. Aunque no es necesario (puesto que todos deberíamos saber que atribuir los éxitos de mujeres a amantes y compañeros es bastante machista), ademas de su obra nombraré la concesión de su Beca Guggenheim en 1969 y Fullbright en 1971, becas que no pudo completar debido a sus profundas depresiones reflejadas en sus poesías y de las que algunas de sus amigas culpan al entorno literario en el que se movía puesto que fomentaban la creación de su personaje y adicciones sobre el de su persona y salud mental. El acercamiento a la idea de la muerte y oscuridad en Pizarnik fue paulatino, algunas personas dicen que su clausura comenzó a su vuelta de Francia, pero sin duda se vio acelerado por la muerte de su padre en 1967, como ella misma escribe en sus diarios.

La ingesta de barbitúricos y ansiolíticos no ayuda a Pizarnik a manejar su angustia, empieza a necesitar esas pastillas para escribir, dormir o no llamar a alguien en plena noche. En 1968 se muda con su pareja, una fotógrafa. Apenas sale y recibe a sus amigos en casa hasta que en 1970 intenta suicidarse por primera vez y es recluida en un hospital psiquiátrico. El 25 de septiembre de 1972, aprovechando un permiso ingiere una gran cantidad de barbitúricos y muere. Se dice que encontraron estas palabras en su recamara:

no quiero ir / nada más / que hasta el fondo

Alejandra, en tu poema 'Origen' dices:

Hay que salvar al viento / Los pájaros queman el viento / en los cabellos de la mujer solitaria / que regresa a la naturaleza / y teje tormentos / Hay que salvar al viento

Yo te agradezco muchísimo tus palabras, pero si pudiera elegir habría elegido que te cuidaras tú, que te salvaras tú y no al aireado viento.

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