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El hombre del saco

El hombre del saco

Carmen Díaz Beyá

Murcia —

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I

No se sabe con exactitud cuántos años tiene. Ni cómo es su casa.

Ni si es capaz de soñar, aunque sólo sea por las noches.

Lo que sí se sabe del hombre del saco, es que existe uno por cada país soberano que hay en el mundo, lo cual hace un total de 194 ejemplares repartidos por todo el planeta.

Aunque cada uno tiene unos rasgos diferentes, todos comparten bastantes cosas en común. Se podría decir que, en realidad, es un único ser capaz de estar en todos los sitios a la vez.

Una de sus particularidades, es su reloj de pulsera. Aunque lo lleva puesto por fuera, lo tiene integrado por dentro. Es como su reloj biológico y con él va marcando el ritmo de nuestras vidas.

Hasta hace poco, su alimentación se basaba principalmente en tres platos principales: el odio, el miedo y la sumisión. En los últimos tiempos, ha incluido en su dieta otros dos más: la soledad y el vacío.

Mientras come, le suceden muchas cosas.

La primera es que su musculatura se agranda. Sobre todo la de su cuello. A veces come con tanta ansiedad que ni siquiera mastica. Es entonces cuando su voz se hace más fuerte y llega hasta nuestras cabezas.

¿Sabes cuándo sientes con el corazón que quieres hacer algo pero, de repente, otro pensamiento más oscuro se apodera de ti y entonces el miedo te hace cambiar de opinión?

Pues que sepas que eso te lo ha dicho él. Has escuchado su voz y tú te lo has creído. Vuelves a hacer lo que él quiere. Y tú que te pensabas que eras libre.

Para no escucharlo, tienes que cazarlo antes de que consiga entrar en tu cabeza.

La alarma de que se está acercando, es ese cambio de pensamiento repentino que te he contado antes. Sí, ese que tenemos cuando nos da miedo seguir a nuestra intuición. Pero si además luego, te entran muchas ganas de comprarte cosas que no necesitas ¡Zas! Ahí lo tienes. Otro de sus objetivos vitales es que confundamos la libertad con el consumismo. Y de paso, que terminemos con toda la naturaleza del planeta.

No lo escuches.

En su organismo, pasan más cosas mientras se alimenta.

Cuando hace la digestión, en vez de ser el corazón el que bombea la sangre por el resto de su cuerpo, es otro órgano el que está al mando.

Se trata del mismo órgano que, mal utilizado, lo ha convertido en un macho alfa dominante. Ese órgano, que siempre está duro, controla su cerebro y únicamente hace un movimiento. Arriba o más arriba. Además le provoca que siempre quiera más.

Pero su anomalía física más inquietante es el saco. Y a éste por desgracia, sí que lo conozco bien…

El saco está formado por una extensión de piel humana que sobresale por su espalda. Se conecta directamente con el estómago por medio de un tercer intestino que funciona de la siguiente manera. Cada vez que ingiere uno de sus cinco platos favoritos -el odio, el miedo, la sumisión, la soledad o el vacío- el tercer intestino se pone en marcha para transformar el alimento, que acabará siendo convertido en monedas de oro y depositado, ya con su nueva forma, en el saco.

Así es que debéis de saber que este personaje no lleva a niños dentro de su saco. Lo que se lleva es su esencia. Nuestra esencia inocente de niños, esa que nos hacía ser valientes y tener sueños.

Con el miedo, la sumisión y tantas otras emociones destructivas y paralizantes que él crea, con esas, se alimenta y genera sus monedas de oro que es lo que verdaderamente lleva en su saco. Un botín que antes o después, todos acabaremos sujetando.

II

¿Alguna vez os ha dicho una vieja “qué viene el hombre del saco”?

Pues a mí me lo dijo y no me lo creí.

No me lo creí ni yo, ni ninguno de los que estamos aquí detrás, pegados a su espalda.

Cuando la vieja me lo dijo, no hice nada. Me quedé parada y entonces él vino. Vaya que sí vino.

Lo primero que hizo fue decirme que su saco se estaba rompiendo y que se lo cosiera con hilo de oro. Yo no tenía hilo de oro, así es que me dijo que entonces me despellejaría y que, con mi piel, se haría un saco nuevo aún más grande.

III

Todo fue muy rápido. Ni siquiera me dolió.

Ahora he perdido la cuenta de cuántas personas estamos aquí detrás, despellejadas, formando parte de su saco y condenadas a sujetar sus monedas de oro.

Nos sentimos ya tan familiarizadas cargando este peso, que a veces se nos olvida que todas nacimos teniendo forma humana y que nosotras no necesitábamos formar parte de esto. De un maldito saco.

Los otros despellejos humanos también me cuentan que todo fue muy rápido. Que ni se dieron cuenta de su transformación. Tampoco le hicieron caso a la vieja cuando les dijo que venía el hombre del saco y aquí estamos todos, que ya ni sabemos de quién es el trozo de piel que tenemos al lado.

Todos coincidimos en que es bastante cómodo ser un mero instrumento y componer entre todos, su saco. No tienes que hacer nada. Ni siquiera pensar. Bueno sí, tienes que hacer algo. Sujetar sus monedas de oro. Pero resulta que, con el tiempo, nos ha acabado gustando el oro a nosotros también.

Yo ya no sé qué haría si no estuviera aquí pegada. Me he acostumbrado a ser una mera extensión de algo más grande que tú y que yo y que todos nosotros. Algo a lo que no le ves el rostro pero que siempre está contigo. Él decide por donde caminar. Nosotros sólo tenemos que seguir sujetando su botín. Aquí detrás. Eso sí, siempre por detrás de él.

No entiendo por qué la vieja sigue avisando: ¡Qué viene el hombre del saco! Creo que ella fue la única en salir corriendo cuando venía. Y ahora su vida consiste en recordar a los que aún son libres, que hagan algo. Que no se queden quietos esperando a que venga y les despelleje.

Pobre vieja.

Con lo bien que se vive en este maldito saco…

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