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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

En tren a la ciudad

En tren a la ciudad

Carmen Díaz Beyá

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¿Perdone?. Mire, tengo aquí mi billete, pero no se abre la puerta automática… Oiga, ¿me puede ayudar? Anda, ¡qué despiste! la estaba poniendo del revés. Gracias joven.

Y ahora, a bajar infinitos escalones para llegar hasta el andén. La vía 2, es la que va a la ciudad, ¿verdad?. Es que con tanto ruido a veces me desoriento… Gracias chica, ¡eres muy amable!. Bueno, ya llega el tren.

Me coloco en mi asiento y saco el móvil para ponerle un whatsapp a mi hija. Que ya voy de camino a verlas, que todo muy bien. Ella siempre me dice que deje de coger yo sola el tren desde el pueblo, que viene a recogerme en coche. Pero yo le digo que no. Que soy mayor pero no tonta.  

Sé que a veces aparento estar ausente, pero no lo estoy. Es sólo que, a mis 80 años, hay ciertas cosas muy relativas.

Antes todo me resultaba familiar, reconocible y abarcable. Eusebio era quien me vendía el billete de tren, a la vez que llevaba el bar de la estación. Pero ahora ya no está y en su lugar, hay una máquina para que yo misma me saque mi viaje.

Desenvolverme en este mundo automatizado, que espera que lo hagas todo de un modo “intuitivo” -como hoy se entiende eso de ser -“intuitiva”- no es para mí. Pero estoy obligada a que lo sea, me guste o no, si quiero seguir yendo a visitar a mi nieta, por mí misma, en este cercanías.

Nadie me ha preguntado si prefería seguir comprando el billete a Eusebio o sacarlo en esta máquina. Tampoco me preguntaron qué quería hacer con el esfuerzo que me ha supuesto construir mi vida y la de los míos en este país.

Salí de una guerra, pasé por una transición política y mi papel como mujer, ha sido principalmente el de cuidadora, educadora y cocinera.

Yo siempre quise ser diseñadora de moda, pero me tuve que conformar cosiendo los remiendos de los uniformes escolares de mis hijas y los botones de las camisas de mi marido. En realidad, lo hacía encantada, volvería a hacerlo una y mil veces. Volvería a renunciar a mis sueños por ellos. Porque vengo de un tiempo en el que muy pocas mujeres, podían siquiera plantearse, si tenían sueños.

Ser libre e independiente, no estaba al alcance de casi ninguna. Y no era cuestión del “empoderamiento femenino” ese, del que no para de hablar mi hija. Era cuestión de lo que te tocaba ser y vivir. Sin más.

Considero que he tenido una vida dura y feliz. Pero ahora, esta sociedad o qué se yo, me obliga a muchas cosas que nadie me ha preguntado si las quiero o si las sé hacer. Cómo sacar un billete de tren de esta máquina.

No estoy en contra de que los tiempos cambien. La vida es cambio. Lo que no me parece bien, es que las cosas que seguimos necesitando hacer los mayores, no se adapten un mínimo a nuestras capacidades. Porque para nosotros, no es fácil.

Yo soy de otro tiempo y ahora mi mente ya está algo cansada como para aprender a manejarme en este escenario tan programado. He luchado mucho por mantener a una sociedad confusa que ahora, me confunde a mí, pidiéndome que lo haga todo a su manera y sin darme las herramientas para hacerlo.

Pero sigo aquí, a mis 80 años y seguiré preguntando todo lo que no entienda. Porque, aunque lo parezca, no siempre estoy ausente.

A pesar de todo, me gusta ir a la ciudad en cercanías a ver a mi nieta. Porque cada vez que saco mi billete yo sola sin confundirme o con ayuda de algún viajero sin excesiva prisa, es una nueva victoria para nosotras, vuestras abuelas. Las que siempre estuvimos y las que siempre estaremos.

Ya he llegado.  Mi nieta está esperándome al otro lado del andén. Viene corriendo a abrazarme, mientras me saluda con un dulce: “¡abuelita!”. Yo la miro con esos ojos tan vivos y se me pasa toda la rabieta.

Se me pasa todo, menos las ganas de seguir viniendo a verla en tren. Faltaría más.

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