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El teatro romano de Cartago Nova: veinte siglos de historia entre sus muros

Vista del graderío del teatro romano de Cartagena, desde su palco de honor

Álvaro García Sánchez

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En Cartagena el tiempo parece solaparse y el ciclo sin interrupción de sus más de 21 siglos de existencia se agolpa frente a la mirada de cualquiera que pasee por sus calles. Cortas caminatas conducen desde las avenidas urbanas y financieras de la ciudad hasta un casco histórico en el que, de repente, se llega a otra Cartagena más escondida, más amplia, de espacios inesperados.

Cartagena contiene las numerosas ciudades de todas las civilizaciones que han dejado huella en ella. El propio diseño de geometrías regulares del tejido urbano es más bien una secuencia temporal que abarca varios siglos. Turistas con mascarilla y cámaras fotográficas colgadas del cuello caminan por las subidas empedradas y por las calles estrechas de edificios casi en ruinas, muchos derribados, y bordean una pequeña explanada presidida por el Ayuntamiento y desde la que se distingue al sur el horizonte del mar y del puerto. Sobre la explanada, dos calles más arriba, se levanta y se disimula a la vez la ladera donde cuelga la fachada de piedra de la joya arqueológica descubierta en 1987 tras cerca de 1.800 años enterrada por diversos barrios: el teatro romano.

No había constancia de su existencia. El teatro estaba totalmente oculto bajo un vasto barrio de pescadores construido a finales del siglo XIX en el que, con la llegada de los noventa, y sobre todo con el objetivo de reavivarlo y atraer nuevos comercios, se optó por construir un centro regional de artesanía. En la ciudad portuaria existe desde hace pocas décadas una normativa que impide comenzar una obra sin realizar una pequeña excavación previa por si se encuentran ruinas de la antigüedad. Una gran parte de la Cartago Nova romana está expuesta a día de hoy en pequeños tramos de la ciudad bajo suelos de cristal. Con la excavación aparecieron capiteles, muros, restos de un pasillo inferior que conectaba con los palcos de honor, una exedra cuadrangular con restos de pintura. El teatro estaba ahí, bajo tierra, de modo que se inició un proceso de recuperación que concluyó en 2002 y que sacó a la luz un incalculable valor artístico que fue puesto a disposición de todo el mundo con la apertura de un museo.

Por las calles sin asfalto de los costados del monumento, que trepan hasta sus contrafuertes verticales de mármol blanco y sus muros de seguridad, da la sensación de que la realidad es más atractiva que en las fotografías, más tangible siempre, más imperfecta. Esas estrechas calles, escalonadas algunas, son la mejor manera de llegar a la entrada del museo, en la Plaza del Ayuntamiento. Con inicio en el palacio Pascual de Riquelme, la exposición fue proyectada por el arquitecto Rafael Moneo, en un intento preciso de desarrollar un recorrido lineal pero también ascendente, que comienza sobre el nivel del mar y termina en el interior del teatro, casi en la cima de la ladera. Es posible que no haya otro museo en la ciudad que esté tan perfectamente diseñado para el disfrute simultáneo del arte y de la historia. A veces, entre sus salas diáfanas decoradas con elementos y muestras arquitectónicas románicas, se observan desde las cristaleras los edificios y los palacios de la Cartagena modernista, logrando efectos de una imprevista belleza visual.

En una sala se encuentra, como suspendida en el aire sobre un pedestal, una estatua decapitada de mármol, supuestamente de Augusto, dice la guía, el emperador y la máxima autoridad religiosa cuando se construyó el teatro, allá por el año cuatro antes de Cristo. Mientras avanza explicando los pormenores de cada uno de los numerosos objetos pintorescos, la guía asegura certeramente que el teatro en sí es un libro de historia porque con su excavación confirmó hechos que ya estaban escritos. No fue eterno: su vida útil duró aproximadamente 200 años. A mediados del siglo dos se incendió y quedó parcialmente destruido, de modo que dejó de utilizarse. Pasaron 200 años, y en época tardorromana construyeron, utilizando las piedras del teatro como cantera, un mercado público. Más adelante, se levantó un barrio bizantino en el siglo VI que quedó aniquilado entre los años 623 y 625 por la llegada de los godos, de la que San Isidoro escribió que de Cartagena “no quedaron ni las ruinas”.

Tras la ocupación musulmana de la península se levantó un asentamiento de tipo andalusí, y con la reconquista llegó la etapa bajomedieval, cuya arquitectura contundente y de ángulos rectos está ejemplificada en dos construcciones de suma importancia que aún se mantienen en pie: el Castillo de la Concepción, en la cumbre de la colina, y la Catedral de Santa María la Vieja, un templo de un asombroso interior gótico cisterciense, levantado en uno de los laterales del teatro, lamentablemente sometido a una serie de bombardeos en 1939 que derribaron varios de sus techos y columnas. El final del recorrido aprovecha con gratitud los cimientos medievales de la iglesia, porque una cripta arqueológica de ladrillos marrones obra la maravilla de unir, con una armonía improvisada y flexible, la casa burguesa donde tiene lugar la exposición con el subsuelo de la catedral, que desemboca en la luz natural y la amplitud de vistas del palco de honor del teatro como si se adentrara repentinamente en la intimidad del patio de una casa.

Desde la perspectiva del palco se domina todo el espacio del semicírculo. La mirada es un ejercicio cultural. Nada pasa desapercibido a la vista: las maderas limpias y oscuras del escenario en el que se representaban las tragedias o las comedias, las recias columnas rosadas que sujetaban la arquitectura impecable del doble piso tras la escena, las piedras y los mármoles del graderío con capacidad para unos 7.000 espectadores, los fustes y los ladrillos en forma de cuña. Tras bajar por los escalones hasta centro del monumento, antes de subir al escenario, cada pequeña parte de la ornamentación continúa contando la historia por sí sola.

Junto a la escena hay tres exedras curvas, cada una dedicada a uno de los tres máximos dioses de Roma: Júpiter, Juno y Minerva. El de Cartagena es el único teatro romano del mundo que conserva esculturas dedicadas a los tres dioses, pues los días de función eran concebidos como una fiesta religiosa en su honor. Pero el monumento también tenía una función política que es elocuente si se camina hacia sus dos salidas laterales. Un dintel de piedra dedicado a Lucio, a la derecha, y otro a Cayo, justo enfrente. Eran los nietos del emperador Augusto, y únicos herederos de su imperio. Con las dedicatorias a ambos se hacía propaganda, política imperial, haciendo saber a la ciudadanía que el imperio quedaba en buenas manos si fallecía el emperador. Si se camina hacia el lateral izquierdo se llega a un foso en el que están enterrados uno a uno elementos de todos los estilos arquitectónicos utilizados para la construcción del teatro, igual de orden griego que romano, de mármol policromado en rosas, blancos, ocres, marrones y dorados que no dan una impresión de sobrecarga cromática, sino de equilibrio decorativo.

En el conjunto del edificio hay una mezcla de la firmeza visual de la arquitectura romana y la liviandad de las representaciones teatrales. Por este suelo de mármol blanco por el que es tan gustoso pasear lo hicieron también actores y máximos mandatarios de Roma. Al llegar al final de la visita, por una puerta lateral que está pegada a la fachada de la catedral, caminan los turistas y su mirada discurre desde un grupo de columnas romanas hasta las terrazas recientes de la Cuesta de la Baronesa, como un salto temporal de dos mil años. El último turista, el más rezagado, que baja del escenario para salir con el resto del grupo, puede ser una persona que ha acudido al teatro para visitarlo y fotografiarlo, pero también podía ser Lucio en los primeros años de existencia del monumento, hace más de veinte siglos, ambos disfrutando de haber dominando durante unos minutos las perspectivas infinitas del Mar Mediterráneo al sur y de la ciudad en el resto del paisaje, pasando la mano por sus piedras en ruinas o recién construidas y deleitándose en una experiencia en la que está contenida la totalidad de los siglos de vida de Cartagena, de Cartago Nova o de todos los nombres con los que cada pueblo o cada civilización bautizó a la ciudad hasta llegar al actual.

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