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Aitor Romero Ortega, escritor: “Ahora se dan unas condiciones mínimas para que la ruptura entre los catalanes no vaya a más”

Aitor Romero Ortega, escritor

José Miguel Vilar-Bou

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Escritor barcelonés afincado en Madrid, Aitor Romero Ortega (1985) no ha podido ni querido escapar en su primer libro de cuentos, 'Fantasmas de la ciudad' (Candaya), del fantasma de su ciudad de origen. Con una mezcla ficción, juego, crónica, referencias cruzadas y mitomanía ha tejido una obra de aire cosmopolita que se asoma a la tradición literaria barcelonesa del siglo XX. Aitor, que debutó en 2015 con la novela 'Deflagración', estuvo presentando su nuevo libro en la librería La Montaña Mágica de Cartagena.

En el 'Prólogo inventado' explicas el origen ficticio de tu libro, en ese encuentro del narrador con el fantasma de Gràcia. ¿Cuál es el origen real?

Los cuentos surgen como un proyecto unitario. Se pueden leer por orden o desordenados. Quien los lea seguidos descubrirá conexiones, ideas que se repiten. Todo esto sale de un periodo en que, después de mi primera novela, quería escribir relatos, un género que me gusta mucho.

Hablas de conexiones. Barcelona por ejemplo siempre está presente, aunque sea como telón de fondo sin nombre.

Es un punto de referencia que surgió de manera natural, porque aunque lleve siete años en Madrid, Barcelona no deja de ser la ciudad de mi experiencia juvenil y de mi vida en general. Es el prisma desde el que miro el mundo. Y eso es algo que, como autor, me da miedo, porque no quiero convertirme en un escritor sólo de Barcelona, que es un género en sí misma.

De hecho a tu libro asoma toda esa tradición que arranca a mediados del siglo XX y que va de Carmen Laforet a Bolaño, pasando por Marsé e incluso por los autores del Boom Latinoamericano afincados allí en los 60.

Marsé y Laforet me han gustado mucho. Forman parte de mí. En el caso de Laforet se ve por ejemplo en el cuento 'La colmena'. Pero sobre todo soy muy lector de literatura latinoamericana. Reivindico esa conexión de Barcelona y Latinoamérica. De hecho, tengo pensado en el futuro seguir profundizando en el tema de Barcelona como capital editorial muy cómplice con América latina.

En el relato que da título al libro hablas de ese momento en que el escritor saca adelante su trabajo como 'El Gran Esfuerzo' ¿Hasta qué punto merece la pena sacrificarse por la literatura?

Lo bonito, y también lo malo, de la literatura es que no es sólo un negocio. Hay una parte de compromiso personal. Algo que va más allá de lo crematístico.

Uno de los escenarios de 'Conexión Montserrat' es una librería de viejo. Una de esas que parecen condenadas a desaparecer de los centros de las ciudades bajo el asedio del turismo y las franquicias.

Está pasando en muchas partes de España con los negocios históricos: La renta antigua está desapareciendo y, evidentemente, esas librerías, con los precios actuales, no pueden mantener el alquiler. Algunas míticas han cerrado ya y muchas las están siguiendo. Es una corriente inevitable: Los centros de las ciudades europeas van hacia la homogeneización. Se están convirtiendo en museos o centros comerciales y el legislador local no tiene capacidad para parar eso. Vamos al fin de ese mundo, a no ser que se opte por políticas como las de Francia, que subvenciona ciertos locales que son patrimonio.

En ese mismo relato haces referencia al Café del Odeón (Zurich), donde, como cuentas rememorando a Stefan Zweig, quedaron las ascuas de una Europa cosmopolita que moría con la Primera Guerra Mundial. Luego vendría el auge de los nacionalismos en los años treinta… ¿Crees que hoy, de nuevo, ese cosmopolitismo está amenazado?

Algunos analistas comentan que la Europa actual se parece mucho a la de antes de la Primera Guerra Mundial: Había un cierto cosmopolitismo, unos corredores internacionales… y luego surgieron ese tipo de movimientos nacionalistas. La Europa de ahora tiene un cosmopolitismo diferente, no es el de Zweig, pero sí está en riesgo, otra vez por nacionalismos cada vez más fuertes. Ese es el gran conflicto de la Europa actual: la oposición entre nacionalismo y cosmopolitismo.

Como barcelonés afincado en Madrid, ¿cómo vives la situación en Cataluña? ¿Se exagera cuando se dice que el conflicto ha llegado definitivamente a las relaciones personales?

Yo me fui de Barcelona en junio de 2011 y ese mismo septiembre fue la manifestación que marcó el punto de cambio. Como el contacto con familia y amigos es permanente, no dejas de estar dentro. Yo diría que a partir de octubre de 2017 hubo una degradación bastante acelerada de algunas relaciones personales, al menos yo tengo esa percepción. Lo prioritario en este momento es salvar la convivencia, intentar una reconciliación. Es complicado: Hay presos, etcétera. Qué va a pasar, no lo sé. Pero tampoco es como dicen algunos medios sobre que la situación en Cataluña es como la del País Vasco en los 80. Primero por la violencia y segundo porque la sociología catalana es muy diferente de la vasca. Pero sí es cierto que ha habido una degradación acelerada que en momentos anteriores del Procés no se había dado. Y todos los catalanes, independientemente de lo que pensemos, estamos un poco preocupados. Parece que el clima ahora es un tanto más favorable, y se dan las condiciones mínimas para que no vaya a más la ruptura.

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