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Francisco Torres Oliver, traductor: “El genio de Maturin es gótico incluso cuando escribe novela histórica”

Los albigenses, novela final del maestro gótico Charles R. Maturin, está traducida por Francisco Torres Oliver

José Miguel Vilar-Bou

Murcia —

“Excéntrico hasta la locura, mezcla de opuestos, lector voraz, elegante predicador, bailarín incansable, dandi en las maneras y el vestir…”. Así definió la University Magazine en su epitafio a Charles R. Maturin (Dublín, 1782-1824), pastor protestante y cultivador de la novela gótica. Coleridge y otros lo acusaron de “inmoralidad”, pero a su imaginación debemos Melmoth el errabundo (1820), canto de cisne del género. La editorial Valdemar publica ahora la que fue su última novela, Los albigenses (1824), escrita por el malhadado predicador en condiciones dramáticas de ruina económica, personal y física. Esta obra, clave en la evolución de la literatura gótica, nunca había visto la luz en España. Tan especial ocasión ha contado con un artesano de lujo: Francisco Torres Oliver, gran veterano y leyenda viva de la traducción, dos veces premio nacional en su disciplina. A sus 81 años y con más de cien traducciones a sus espaldas, culmina con su versión de Los albigenses una tarea monumental que le ha acompañado durante dos años. Conversamos con él sobre Maturin, literatura gótica y sobre la aventura de volcar al castellano este libro casi dos siglos después de su aparición.

¿Cómo llegaste a Los albigenses?

Comencé a adentrarme en Maturin en los ochenta, cuando traduje Melmoth el errabundo. Años después, hice para Valdemar otra novela suya, Venganza fatal. Para entonces yo ya lo estudiaba, lo leía, lo indagaba. De Los albigenses empezamos a hablar hará cinco años. Ha tardado mucho en salir porque los de Valdemar no estaban muy decididos a publicarla, dadas las dimensiones de la obra. Pero yo sí estaba decidido a traducirla, y me puse a la tarea sin tener la garantía de que aquello fuese a fructificar. Alguna vez, movido por el desánimo, llegué a plantearme sacarla en Internet. En eso, los de Valdemar me llamaron y me dijeron que sí iban a dar el paso.

La edición anglosajona que has utilizado como referencia suma cuatro tomos, 755 páginas en la de Valdemar. ¿Volverías a acometer algo tan ambicioso?

No me siento ya con fuerzas para meterme en una aventura tan seria. No sólo por la envergadura de la novela, sino por la complejidad del lenguaje de Maturin, que te conduce por caminos complicados. El texto está salpicado de citas de clásicos, de latín medieval, de referencias ocultas… Ha sido una traducción muy trabajosa, con mucho esfuerzo. Eso sí, como no tenía ningún contrato que me exigiera la entrega en tal fecha ni a ninguna editorial detrás metiéndome prisa, yo iba a mi ritmo. Ha sido algo más personal. Espero que los lectores perciban el trabajo tan laborioso que hay.

Como tú mismo explicas en la introducción, Maturin escribió Los albigenses en circunstancias dramáticas.

Fue su última novela. La hizo estando ya muy enfermo. Moriría poco después, a los 42 años. Así que estamos en la última etapa de su vida, con una salud muy deteriorada, ha perdido un hijo hace poco y está hundido en la miseria económica. Su familia pasa hambre. Él vive sólo de lo que cobra en la parroquia donde es pastor, que es muy poco, porque se ha enemistado con sus superiores.

¿Por qué, en esas circunstancias, se lanza Maturin a una novela histórica de tanto aliento?

Él había tratado de utilizar los materiales sobrantes de Melmoth para hacer una nueva novela. Pero los editores se lo rechazaron, incluido el que había publicado Melmoth. Al final, Maturin renuncia a dar salida a este material, muy probablemente porque necesita dinero. Necesita escribir para sobrevivir. Al cerrársele esas puertas, intenta una novela histórica porque es algo que estaba teniendo mucho éxito en ese tiempo. Su referente será Ivanhoe, de Walter Scott, quien fue su maestro y protector.

Así que el éxito de Melmoth el errabundo, en vez de abrirle puertas, se las cerró.

Melmoth el errabundo fue una novela muy alabada y muy atacada a la vez. Al año de su publicación salió una segunda edición, aunque después desapareció. Donde sí tuvo mucho éxito fue en la Europa continental, sobre todo en Francia. También en Estados Unidos tuvo gran difusión. Sin embargo, en Irlanda, tanto católicos como protestantes la criticaron muy severamente. Se la llegó a considerar libro blasfemo. Muchos en los círculos culturales dublineses atacaron a Maturin desde la prensa.

Y él trata de huir de todo esto con una trilogía histórica de la que sólo llegará a escribir el primer libro.

Y ya fue una proeza terminarlo. Él muere meses después de la publicación, sabemos que de una enfermedad de carácter digestivo, que lo había ido deteriorando. Fue un hombre de mucho temple: En Los albigenses hay cantidad de sentido del humor, como la parodia que hace de la vida monástica en la abadía de Normoutier. Consigue hacernos reír cuando él, mientras escribía, estaba pasando por un trance muy difícil.

Es un escritor torrencial.

Escribe de manera galopante, sí. Se deja llevar cuando narra y por eso a veces cae en el tono sensiblero que seguramente utilizaría en sus sermones de pastor religioso. Pero estas irregularidades del relato las supera enseguida porque algunos pasajes son de una grandeza asombrosa, como las batallas o las descripciones del paisaje, en las que abundan las naturalezas atormentadas con rayos y montañas rocosas, algo muy del gusto romántico de su época. En ocasiones te da la sensación de que describe como si utilizase pinceles sobre un lienzo.

Pese a que Maturin quiso hacer con Los albigenses una novela histórica, lo gótico, lo sobrenatural, los espectros, brujas y licántropos, planean todo el tiempo sobre el relato.

Es que su genio es gótico. Quiero decir que, cuando escribe una novela que no quiere ser gótica, lo es por naturaleza, porque le salen así. Los escenarios, los personajes… son góticos. Y luego crea un juego entre lo espectral y lo real donde lo sobrenatural nunca se concreta, pero se genera una atmósfera… Y parece que estamos en un mundo de aparecidos y de brujería, aunque éstos nunca se definen del todo. Maturin es un maestro en eso.

¿Qué lugar ocupa Los albigenses en la evolución de la novela gótica?

El ciclo de la novela gótica en su acepción restringida se inicia con El castillo de Otranto (1764) y lo culmina Maturin con Melmoth el errabundo (1820), que sería el canto de cisne del género. Entonces Los albigenses, que es su siguiente novela, se considera una obra de transición, porque aquí lo gótico ya no es central, sino que más bien el goticismo tiñe una historia que pertenece a otro género. Estamos ante un intento, quizá no deliberado, de conjugar el incipiente género histórico con el gótico.

Maturin era descendiente de hugonotes franceses refugiados en Irlanda. ¿Le influyó eso a la hora de elegir a los cátaros como protagonistas?

Él dice que una de las razones por las que escribe sobre este tema es porque se trata de una etapa poco explotada por la literatura. Pero en efecto, los cátaros son la prehistoria de los puritanos. Cátaro significa puro, de hecho. Eran una gente con una doctrina rigurosa, estricta, casi ascética. Lo que Maturin narra en Los albigenses es el enfrentamiento entre dos creencias religiosas: la que impera de manera hegemónica en el siglo XIII, que es el catolicismo romano, y una secta perseguida como son los cátaros. Él ve ahí una posibilidad de búsqueda del mutuo entendimiento. En su época, Irlanda vive una situación parecida entre católicos y protestantes. Los albigenses es la transposición a la Edad Media de un conflicto que tiene lugar en su presente y que él conoce de cerca.

¿Qué recepción tuvo Los albigenses?

Desde el punto de vista crítico, recibió una acogida bastante benigna. Pero es una novela que quedó relegada a un segundo plano bajo la sombra de Melmoth. En realidad, toda su producción ha quedado oscurecida por Melmoth, incluso una obra reseñable como Women; or, Pour Et Contre (1818). Sus libros anteriores habían fracasado, y lo mismo sucedió con sus obras teatrales, con la excepción de Bertram (1816) que fue estrenada en Londres con el apoyo de Walter Scott y Lord Byron. Al morir, Maturin cayó en el olvido. Después, a finales del XIX, Melmoth se reeditó con un prólogo bastante importante. Y luego, en el siglo XX, los surrealistas adoptaron la literatura gótica como uno de sus precedentes, y eso ayudó a que los viejos maestros recuperaran su prestigio.

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