Marina Mayoral: “Desear no es malo, es un motor en la vida”
“Recuerda, cuerpo” (Raspabook) se publicó por primera vez en 1998. Veinte años después, Marina Mayoral (Mondoñedo, 1942) resucita esta colección de cuentos eróticos que conservan un fresco sentido del humor y ternura. Algunos de los relatos pueden resultar incluso más provocadores hoy que en el día de su publicación original. Novelista y catedrática de Literatura Española en la Complutense, Marina Mayoral ha escrito una nutrida obra en gallego y español. Sus libros han sido traducidos a alemán, polaco, chino, italiano, portugués y catalán. En esta entrevista, comparte recuerdos y conversa sobre deseo, sexualidad, literatura y los peligros a que se enfrenta la convivencia de culturas en España.
El título del libro, “Recuerda, cuerpo”, viene de un poema de Kavafis.
Una de las cosas que me gustan de Kavafis es que hay en él una reivindicación de la sensualidad y la sexualidad como elementos de la vida amorosa. Eso de que el cuerpo es la cárcel del alma, esa vía purgativa, iluminativa, es cosa de la literatura mística. Para las personas normales, el cuerpo no es cárcel, sino instrumento de comunicación. Comunicación amorosa también, porque la mirada, la voz, la caricia… son cuerpo.
No todos los deseos se realizan.
A veces la vida te lo impide, sí, pero no por no realizado el deseo es menos intenso.
Desear no es malo.
No lo es. Esa ataraxia de no desear es posible que dé una paz interior en la que no sufres… pero en la que tampoco vives. A mí la vida sin deseo me parece que no tiene sentido.
Entonces usted no comulga con, por ejemplo, el budismo cuando dice que hay que suprimir los deseos.
Pues no. Eliminar los deseos no me parece una buena postura ante la vida. Tienes que saber controlarlos, porque desear algo que no puedes alcanzar te va a provocar gran frustración. O hay deseos cuya realización te va a costar demasiado y no van a llenar tu vida. Pero el deseo es un motor. Te lleva hacia delante.
Han pasado casi dos décadas desde la primera publicación de “Recuerda, cuerpo”. ¿Percibe un gran cambio en el modo en que la gente vive hoy la sexualidad, las relaciones?
Sí: Por una parte las represiones antiguas se han superado en gran medida, pero también en gran medida eso ha llevado a una banalización del erotismo, a una pérdida de calidad y de interés. Alguna vez he oído decir por ahí: “Ay, estoy nerviosa… Necesito un tío”… Chica, tómate una tila.
¿Por qué reeditarlo?
Porque estaba muerto prácticamente. Esto es darle una nueva vida a un libro que en su momento gustó mucho.
¿Cómo van a recibir los nuevos lectores sus cuentos eróticos?
En ellos hay un componente original e intemporal, que es el humor. No me interesan los relatos eróticos que sólo buscan provocar excitación. Ha de haber algo más, y mis cuentos hablan también de la soledad, del tiempo que pasa, del deseo de encontrar a alguien con quien de veras entenderse… Todo eso es intemporal.
Muchas de sus historias se desarrollan en Brétema, ciudad imaginaria cuyo nombre en español significa “niebla”, ¿qué le llevó a crear este espacio ficticio?
Me interesa mucho ese personaje que nace en un sitio pequeño y que en un momento dado se lanza al mundo. Esas personas que están unidas a su tierra, que se les quedó pequeña, por lazos sutiles de los que no acaban nunca de desligarse. Yo nací en un sitio precioso, que es Mondoñedo, pero Brétema no es sólo Mondoñedo: Tiene cosas también de Foz, como el mar, Lugo, Santiago de Compostela… Ciudades donde viví en mis primeros treinta años.
¿Es una manera de mantener la conexión emocional con el lugar de donde viene?
No. Eso es aparte. Se trata de algo puramente literario. Brétema es el lugar que necesito para que mis personajes cobren vida.
Usted ha escrito muchísimo en gallego y en breve será nombrada académica de honor de la Real Academia Gallega. ¿Cree que el bilingüismo, la convivencia de culturas, peligran en España dado el actual clima de polarización y enfrentamiento?
Mira lo que está pasando en Cataluña. Es la peor evolución que los acontecimientos podían tener. En Galicia tenemos nuestra propia identidad, lengua, cultura… Y también un pasado común con el resto de España. No se puede renegar de eso. Tal vez un Estado federal sería la solución, pero no puedes separarte odiando, como está sucediendo en Cataluña, donde a los niños se les enseña a odiar al resto de España.
¿Ha cambiado mucho el mundo de la literatura desde que usted empezó?
Nos hemos hecho mucho más cosmopolitas. Antes salíamos menos al extranjero, nos costaba más trabajo saber qué se estaba haciendo fuera. Obtener esa información era prácticamente poner una pica en Flandes.
¿Qué la sigue impulsando a inventar historias?
Se te ocurren. Yo he sido una contadora de historias desde que nací. Cuando éramos niñas, venían a veces a Mondoñedo comediantes con un carro, pedían permiso al obispo y montaban un tingladito delante de la catedral. Entonces decíamos: “Hay comedias esta noche”. Eran como los antiguos cómicos trashumantes: Relataban historias, representaban piezas teatrales. Las niñas, luego, jugábamos a imitarlos: Una cantaba, otra actuaba. Yo escribía pequeñas obras de teatro y las representábamos.
En aquella época, sin televisión ni nada, las niñas tendrían que tirar mucho de imaginación para entretenerse.
La televisión ya empezó cuando tendría yo diecisiete años. Así que tiraba de imaginación… y de cuentos. He leído mucho de pequeña. Pero desde pequeñísima, porque me recuerdo leyendo sobre una butaca, de rodillas para poder llegar a la mesa, “Oliver Twist”, en una versión romántica que habían titulado “Los ladrones de Londres”. Y lloré con ese libro… Podía tener seis años.