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El Blanco o el modelo de ciudad mediterránea (Murcianos, desde estas acequias, mil años os contemplan. Os contemplaban)
Muy a menudo los escritores nos preguntamos cómo construir belleza desde la expresión escrita. En otras disciplinas parece más fácil: no es extraño que alguien se quede absorto delante de un cuadro, o llore viendo una película o al oír una melodía…
Busquemos esa posible belleza en las puras palabras. Por ejemplo: Al-Quiblá (El Heredamiento* del Sur), Al-Jufía (El Heredamiento del Norte), Segura (El Blanco), Al-Batalía (La [agua] del terreno sin cultivar), Al-Fox (Los Persas), Zaraiche (Estanque), Raya (Acequia abundante), Condomina (Prado común).
Leemos estos términos y tras sus ecos mentales surgen fuentes, palmeras, ciudades soleadas, gentes que tañen el plectro o discuten el concepto de cero numérico. Si el lector sigue este hilo no tardará en llegar a uno de las ideas más dulces que jamás se ha imaginado: Paraíso.
El Paraíso es, fundamentalmente, el sitio donde se es feliz. Allí han colocado el destino del ser humano muchas culturas y muchas religiones. Casi todos esos edenes han tenido un río. Los mayores profetas han coincidido en decir que el paraíso tiene, naturales o construídos, tres ríos.
Segura, Alquibla, Aljufía. Tres ríos.
Me emociono al pensar que los murcianicos vivimos en un Edén, soy un poco romántica, un poco tontona. Pero lo cierto es que no soy la única (romántica) (ni la única tontona): los poetas andalusíes primaron la comparación de esta tierra con el paradigma del jardín inmortal. Escritores y viajeros del XIX dejaron constancia de una Región que les impactó por su amabilidad para con la existencia humana. Según consta en las crónicas, el edén murciano era un paraíso socialmente común, económicamente productivo e internacionalmente prestigiado.
Hace algunos años, en el programa de TV2 Línea 900 dedicado a la contaminación del Segura, el que era Consejero de Presidencia y creo recordar que portavoz del Gobierno murciano, Ruiz Vivo, les esclafó a los reporteros que relacionaban la suciedad del río con la construcción desaforada de segundas residencias en la huerta: “Murcia aspira a un modelo de ciudad como Marbella”.
Y añadió, sin trazas de desasosiego: “O como Miami”.
Bueno. Creo que los murcianos podemos plantear a nuestros dirigentes el intento de imaginar que tal vez existan algunos modelos intermedios entre el Paraíso y Marbella. O Miami.
No quisiera juzgar la ciudad de Marbella superficialmente, no la conozco en persona y quiero, por encima de todo, respetar a sus habitantes, que están sufriendo pacientemente (sin linchar a nadie, sin pegarle fuego a Mi Gitana), el pago de la deuda generada por el robo clamoroso de su dinero por parte de Gil y Gil, la Panto et alii. Si cito a Marbella como el extremo opuesto al Paraíso, es porque me refiero al modelo de ciudad que diseñaron los susodichos para el que fuera, antaño, pueblito maravilloso de la costa andaluza.
Para Gil y sus secuaces, desprovistos de cualquier conocimiento urbanístico, la ciudad y su costa constituía solamente una finca a explotar, entregando suelo al primero que llegara con la chequera en la mano, sin importarles la repercusión patrimonial, estructural o presupuestaria de tales ventas. Se configuró así, una macro ciudad, ajena al pueblo original, regida por seguridad privada, con accesos cortados a playas, donde el único trabajo posible para los habitantes de escasos medios era o ser camarer@, o ser prostitut@, o ser guardaespaldas.
*Cristina Morano es escritora, diseñadora gráfica y miembro de la Coordinadora de CambiemosMurcia
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