En el debate sobre si hay que encarar la pandemia con mayor o menor optimismo, me decanto por el vaso medio vacío. Estos días solo soy capaz de poner ‘Abbey Road’ y ‘Revolver’ de los Beatles, como si la música que escuché durante la adolescencia se transformara en el único sonido capaz de producirme cierta alegría y aliviarme el desasosiego pandémico. No sé cómo será abril, que me disculpe el poeta T. S. Elliot y su ‘Tierra baldía’, pero enero ha sido un mes muy cruel en Murcia: muertos sobre muertos -ya hemos atravesado la barrera del millar-; ‘¡Fuerza abuelo!’, escrito sobre un corazón de cartulina verde frente a la puerta del hospital Morales Meseguer; las capas de plástico como un caparazón o escafandra sobre la piel de los sanitarios. ¿Dónde queda la esperanza de vida?
La pandemia, además de dejar su estela de muertos que los medios de comunicación enumeramos día tras día, como antes cantábamos la prima de riesgo, deja también otro tipo de carcasas por el camino. Mueren -o agonizan- los pequeños negocios: la mercería, la tienda de electrodomésticos, el bar de la caña del mediodía, el café del almuerzo. Ese capitalismo a escala humana que creó las primeras ciudades en Europa al calor del comercio allá por el siglo XII deja espacio para otro de dimensiones planetarias. El aislamiento al que nos induce la COVID ha acelerado dos tendencias económicas que ya venían sucediendo y que rompen aún más los vínculos que conservamos como comunidades: la revolución digital y la nueva revolución de comercio electrónico. Solos o acompañados de nuestros convivientes, vivimos, trabajamos, nos divertimos y compramos frente al ordenador o el teléfono.
A escasos kilómetros de la planta de Fuente Álamo de MTorres, la empresa que se dedica a crear utillaje aeronáutico y que acaba de presentar un ERE para despedir a 75 trabajadores de esa factoría, se yergue la nueva estación logística de Amazon en las inmediaciones del aeropuerto de Corvera. La planta en Murcia de la compañía de Jeff Bezos, la segunda persona más rica del mundo, está destinada a ser una de las más grandes de Europa. El tipo de empleo que genere esa factoría quedará muy lejos de la especificidad necesaria para montar el material con el que se construyen los aviones. Tendrá tres turnos de trabajo los siete días de la semana. ¿Seremos aún más la periferia de Europa tras la pandemia: un lugar donde montar paquetes de cartón y tomar el sol junto con jubilados de otras latitudes? ¿Qué tipo de pueblos y ciudades nos quedarán? ¿Celebraremos fiestas en las que el pequeño comercio se engalane con guirnaldas amarillas como sucede ahora en el céntrico barrio murciano de Santa Eulalia? ¿Quién saldrá vivo de ésta?
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