Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante. Lo dijo el gran Kapuscinski hace ya algún tiempo. Los medios de comunicación han sido un sector gravemente afectado por la crisis desatada en la pasada década, de la que aún no se ha repuesto. Y lo que es peor: todo indica que nada volverá a ser como antes.
La Región de Murcia no es una excepción. A la regulación de plantillas se une una precariedad laboral galopante. El alto grado de dependencia que la mayor parte de los medios tienen de la publicidad institucional condiciona sobremanera su espíritu crítico para con determinadas instituciones. Es algo así como andar sobre el agua o, en ocasiones, atravesar un campo minado. Pero aún hay esperanza y periodistas para ejercer el oficio.
Durante años, con muy escasas pero honrosas excepciones, la mayor parte de los medios murcianos estuvieron perfectamente controlados desde el poder. Al compromiso publicitario antes mencionado se unía una férrea homogeneidad en todas y cada una de esas instituciones donde gobernaba el mismo partido y, lo que es más, disponiendo de unas muy holgadas mayorías. Ser crítico en esas circunstancias era poco menos que actuar como el quijotesco personaje que encarnaba James Stewart en la imprescindible película que, para todos los fordianos, es 'El hombre que mató a Liberty Valance'.
Domesticar a la prensa ha sido algo intrínseco desde siempre para la clase política. Aquí y en todos los lugares. Y sin miramientos: al que se desmandara, estacazo y tentetieso. Todavía hoy, como más aún en esos analógicos años a los que me refiero, los 'rara avis' del periodismo murciano se contaban con los dedos de una mano. El poder entontece no solo al que lo ejerce 'in secula seculorum', sino también al que, al abrigo del mismo, pretende subsistir sin demasiadas complicaciones ni preguntas inoportunas. Muchos profesionales muy válidos se han ido quedando en la cuneta y hasta hay quien, exhausto y hastiado, ha optado por encauzar su vida laboral por otros derroteros muy lejanos al teclado o al micrófono.
Que hoy, para un periodista, la principal fuente donde encontrar empleo sea un gabinete de prensa institucional no deja de ser bastante descorazonador. Conozco gente que trabaja en ellos, especializada en ser tan fiel a sus jefes que hasta ponen la venda antes que la herida. Es este un empleo digno, como otro cualquiera, ciertamente, y hay salvedades que lo corroboran, pero el que lo deslegitima es quien así actúa para propalar meritocracia. Claro que los hay incluso peores: los que ejercen esa asesoría desde otros despachos que no son los estrictamente gubernamentales. Que haya que ganarse el sustento es evidente, por supuesto, pero como dejó dicho Albert Camus, no desde el servilismo, que no es más que la certidumbre de ser cada día peor en nuestra vida.
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