Era un 21 de septiembre de hace ya unos años. Viene siendo tradición, desde que tengo uso de razón, que el final del verano dé paso al otoño en los días de la víspera de mi llegada al mundo. En Murcia, el cambio es imperceptible, el verano puede alargarse hasta finales de noviembre. El frío nos pilla con los cambios de armario a medio hacer y podemos mantener camisetas de manga corta en su haber hasta bien entrado el mes de enero. Lo de hacer todo a última hora, como saben, es una característica genuina del ADN de cualquier español, no hay mayor seña de identidad que esta. Vean si no la última del Ministerio de Trabajo que mandan la guía de cómo fichar en las empresas tres días después de que la norma se haya implantado. Por lo que propongo analizar este caso y a aquellos y aquellas que den negativo que les den la independencia. Así, sin parabenos: la independencia. Pues poco de españoles tendrán.
Pues bien, como les decía, me encontraba en puertas de cumplir una primavera más. Yo era un chaval, como lo sigo siendo, pero en una de esas épocas de no saber cómo acertar con los detalles a modo de regalo que se suelen dar en esos días. La llegada del momento pilló a mi madre con una mano delante y otra detrás. “Qué le compro yo a este zagal. No tiene edad para una moto, ni tampoco para un Madelman…”. Por aquellos entonces yo andaba haciendo gala de otra de las características del citado ADN español. No tenía ni un duro, era un estudiante mediocre, no trabajaba, pero no había día en que yo faltara a mi cita con la barra del bar. ¿Qué será lo que tenemos que cuando la palabra crisis decidía unas elecciones y marcaba un período gris en nuestra sociedad, las terrazas de los bares se seguían llenando? ¡Qué genes oye!
Tantas horas de vuelo, diurnas y nocturnas, no podían más que dotarnos de una cultura musical importante, que quizás era lo más valioso que teníamos por nuestra condición de seres sin oficio ni beneficio que éramos por aquellos entonces. Mi madre vio en ello un filón, una opción de no presentarse en el momento posterior al soplo de las velas sin más detalle que un abrazo, un par de besos y la marcha de ese humo que asciende de la mesa al techo y que anuncia principio y fin de una época.
Reconozco que aún recuerdo la apertura de mis párpados y el ir de mis cejas hacia la parte más alta de la frente, fue asombrosa la noticia que tenía:
- - Cariño, si te parece, he pensado en regalarte una entrada para el concierto del grupo ese que te gusta tanto y del que tanto hablas.
Una entrada para el concierto de mi grupo favorito. Iba a ser el primer concierto, fuera de los escenarios verbeneros de las fiestas veraniegas de cada pueblo, recorridos también por el empuje del gen ese que todos conocemos, claro.
Ser mal estudiante y no perderme ni una no es sinónimo de ser mal hijo ni un dejado de la vida… Uno tiene su corazoncito, y ni corto ni perezoso me lancé a sorprender a mi madre después de indicarle hora y ubicación de donde tenía que ir a adquirir las entradas para el concierto. Me puse el delantal y le preparé algunas de nuestras especialidades: dátiles con roquefort, pimientos rellenos y un salmorejo que de todos los verbos no sabría cual escoger para explicarlo. Todo ello acompañado de unas aceitunas chupadedos de Cieza con sus correspondientes banderillas y cebolletas, unas cañaíllas con su buen chorro de limón y un cava de los semi-seco de los que nos gustan.
Mamá abrió la puerta de casa, salí a su encuentro para decirle un “¡Sorpresa!” como muestra de agradecimiento por el gesto. Lo que me encontré fue una cara de transformación a la par que la veía inhalar el aroma de todos los manjares que le había preparado mientras cerraba los ojos y suspiraba. Por un momento pensé que estaba molesta por mi osadía con los fogones.
- - Mamá, todo este desastre lo recojo yo también, eh. No te preocupes.
- - No, no, si no…
- - He encendido la campana, me he lavado las manos y bueno… Que con lo rico que está todo… ¡Cambia la cara mujer, que no mereces menos!
- - Cariño, que han cancelado el concierto.
- - ¿Cómo?
- - Pues que no sé qué ha pasado, pero que no tocan aquí…
- - Pero si estoy siguiendo el minuto a minuto por las redes y nadie ha dicho nada…
- - Mi vida, por lo visto a última hora los han cambiado por un grupo que se llama Sold Out.
Un grupo que se llama Sold Out… Y es aquí donde aparece el último germen identitario de nuestra sociedad inmerso en el propio ADN: el Espanglish, el maldito nacimiento de anglicismos, que no sabemos dónde nos llevarán, aunque sí sé dónde me llevó a mí aquel día. Me cago en su… Ya no existía el nombre de mi grupo favorito, tan solo se veía un gran Sold Out. Para los menos puestos en esta cuestión, Sold Out no es más que la expresión a la inglesa de “agotado”, en este caso hablamos de entradas agotadas. Sí, vale, que ya habíamos llegado tarde y que no había opción de acudir al concierto, pero esas dos palabras pronunciadas en boca de mi madre bautizando un nuevo grupo me chirrían como lo hicieron por aquellos entonces. Pero claro, qué culpa tiene la generación de mi madre, educada en el francés, si ve una pegatina de esquina a esquina en un cartel, ocultando todo cuanto se puede leer del mismo. Nowadays, que no tardaremos en emplearlo, esas dos palabras podemos encontrarlas por doquier.
Las bandas, cantautores y cantautoras, utilizando el argot taurino, el cual aprovecho para condenar, no se miden por las orejas ni los rabos que cortan, ni por cuantas puertas grandes abran. Se miden, independientemente de la calidad de su música, por cuantos Sold Out tengan en su haber. Las redes sociales están plagadas de carteles que anuncian este hito. Y yo, cada vez que los veo, no puedo evitar que me venga a la cabeza ese mal recuerdo. Por ello les pido colaboración, cambiemos este anglicismo e imaginemos otros: “Entradas agotadas”, “Petado”, “No cabe un alfiler”, “Completo”, “Ni te molestes, nos vemos la próxima vez”, “Lleno hasta la bandera”, “Hay más gente que personas” o “Quizás los vuelvas a ver”.
Algo… Algo distinto para evitar que también el mundo de la cultura, la nuestra, se contamine de palabros y actitudes ajenas a nuestro ser. No se trata de españolizar a los españoles, que para eso ya tuvimos un ministro. Se trata de ponernos en valor y de que ninguna cena preparada con amor se quede más fría a la espera de un concierto que nunca llegó.
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