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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Patrimonio de la Humanidad: de la grandilocuencia a la realidad

Pedro Serrano Solana

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Empezaré proclamando una verdad que ya nadie puede dudar: la protección legal de un espacio natural o de un monumento histórico-artístico no asegura su conservación. Durante los últimos cien años el catálogo de destrucción ha ido creciendo de manera exponencial en nuestro país mientras se iba ampliando el de espacios y bienes legalmente protegidos.

El trasfondo es que las palabras son una cáscara vacía de contenido si no vienen acompañadas por actos; las palabras no demuestran voluntad si lo que se hace –o lo que se deja de hacer- no se ajusta a lo dicho. No dudo de la buena intención del legislador ni de los organismos encargados de conceder tales distinciones y declaraciones de protección, pero lamentablemente, a veces no han sido suficiente motivo para evitar la destrucción de bienes protegidos, y en otras ocasiones incluso han servido para dejar desamparados ante la picota a bienes que merecían una protección no reconocida por la ley.

De entre todas las figuras y declaraciones destaca una, la joya de la corona, la de Patrimonio de la Humanidad, que fue creada por la UNESCO en París en 1972. Alguien tendrá reconocer que desde entonces quizá se nos haya ido bastante la mano, hasta el punto de que ya sólo falta que se declare Patrimonio de la Humanidad a la propia declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Según explicaba Alfredo J. Morales en su libro ‘Patrimonio Histórico-Artístico’ –Historia 16, 1996-, con relativa frecuencia la designación de Patrimonio de la Humanidad “ha sido contemplada sólo como un prestigio, sin considerar las obligaciones que lleva implícita y los problemas adicionales que reporta para cualquier ciudad, pudiendo citarse al respecto los derivados de la presión turística y la especulación inmobiliaria”. Es decir, que no pocos gobernantes locales se han lanzado durante años a la caza de dicha declaración con la vista puesta exclusivamente en la medalla, la foto y la publicidad, y pensando más en que sería un llamamiento para el turismo y un impulso económico, que en el sentido último de dicha distinción y la responsabilidad que conlleva.

Murcia jamás ha podido aspirar a ser reconocida ‘Ciudad Patrimonio de la Humanidad’ como lo son Cáceres, Toledo, Córdoba o Santiago de Compostela, debido a la vergonzosa destrucción de su centro histórico durante los años 50 y 60 del siglo pasado. La incultura y el afán especulativo de sus élites llevaron a la perdición a un maravilloso núcleo urbano de trazado árabe y medieval, y a partir de ese momento –y aun antes-, algunas de sus construcciones más singulares fechadas en diferentes épocas se han visto reducidas a escombros. Por eso, una parte del poco rato que los gobernantes murcianos han dedicado al patrimonio, lo han empleado en ver de qué forma y con qué excusa se podía aspirar al cartel de Patrimonio de la Humanidad, centrando sus primeros esfuerzos en la Catedral. Se probó con todo el templo pero no hubo éxito; después se intentó con los dos elementos más sobresalientes, la torre y la fachada principal, y tampoco cayó la breva.

Cierto es que más tarde se logró la declaración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad para el Consejo de Hombres Buenos de la Huerta de Murcia –reconocimiento compartido con el Tribunal de las Aguas de Valencia-, y que antes se había alcanzado con el arte rupestre de la Región de Murcia –como parte del arte rupestre de todo el Levante español-, pero se siguió pensando que nada da tanto lustre como una declaración para algo tangible y urbano, que reporte dinero y se pueda cuantificar. Ahí es cuando se ha fijado el objetivo en la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la del Viernes Santo murciano, la conocida popularmente como ‘la de los Salzillos’ en honor al excepcional artista del siglo XVIII.

En este caso se unen varios factores que dan más valor a la aspiración y que la sitúan a medio camino entre el patrimonio material y el inmaterial: por un lado están los pasos procesionales, una colección de obras cumbre del barroco español que debemos al genial Francisco Salzillo; y por otro el hecho procesional con sus preparativos, con su liturgia y con la conjunción de arte, fervor y tradición popular.

Como historiador del arte y como guía de turismo defiendo que la mañana de ‘los Salzillos’ merece el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad, pero como murciano también siento vergüenza de que el patrimonio de nuestra ciudad sea despreciado, de que no se fomente el respeto a la historia y a los monumentos que nos quedan, y de que no se cuide el entorno porque no se valora. Hablamos de todo: de las calles por las que procesionan las obras de Salzillo y de aquellas por las que no.

Manojos de cables eléctricos, espacios de carga y descarga y contenedores de basura se arremolinan junto a edificios históricos, iglesias y palacios; el hormigón y el cemento ganan terreno a los árboles, y muchas pequeñas plazas del centro que podrían verse agraciadas con una humilde fuente, cuatro naranjos y un par de bancos se nos muestran en cambio como solares inhóspitos cubiertos de pintadas y de suciedad. No hay perspectiva monumental en el centro de Murcia que no se vea entorpecida por la impertinente presencia de algún cartel, alguna farola, algún cable, alguna zona de aparcamiento de vehículos, algún contenedor…

No hay el más mínimo sentido de la estética ni el más mínimo interés por mostrar un entorno cuidado salvo en dos calles y la plaza de la Catedral. El yacimiento andalusí de San Esteban, el Castillo de Monteagudo, la Cárcel Vieja, la Fábrica de la Pólvora o el antiguo edificio de Correos languidecen como ruinas en un cuadro romántico. Y claro, cuando luego se reclama la declaración de Patrimonio de la Humanidad para la mañana del Viernes Santo, se tiene uno que morder la lengua.

¿Queremos proteger de verdad el patrimonio o sólo buscamos la medalla? Una merecida declaración de Patrimonio de la Humanidad no servirá para proteger de manera especial a los Salzillos ni para que los estimemos más de lo que ya los estimamos, del mismo modo que una declaración de Monumento Nacional no sirvió para evitar que los baños árabes de la calle Madre de Dios fueran derribados a golpe de picota en febrero de 1953. Si se respeta de verdad nuestra historia, y si de verdad se quiere proteger y cuidar a nuestro patrimonio, la mejor declaración a la que se debe aspirar es la de revisar y mejorar cada día cada palmo de Murcia hasta lograr que toda la sociedad conozca lo que tiene y se implique en su conservación. Sólo entonces lograremos ser todavía más felices, que al final es de lo que se trata, aunque la felicidad no haya sido declarada todavía Patrimonio de la Humanidad.

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