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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Apuntes para una comedia ligera

El Senado mantendrá el número de senadores autonómicos en la próxima legislatura.

Miguel Ángel Chica

El Senado es como las escenas de diálogo de las películas porno: no interesa. Todo lo que pasa en ese edificio se rebobina. La actualidad no da tregua, con el país hipando como loco, de susto en susto, medio asfixiado. No hay tiempo para las cosas de la Cámara Alta, que solo acapara espacios en los medios cuando un precandidato promete cerrarlo, reformarlo o mandarlo a Barcelona.

Eso pasa en parte porque nadie sabe muy bien qué ocurre allí dentro. En la escuela te enseñaban la teoría: un sistema bicameral, Congreso y Senado. Después te contaban para qué servía el Senado y se te quedaban las luces del revés. Agárrate: aquí el poder legislativo bicameral soberano popular quiere aprobar una ley, que se presenta, se discute, se enmienda y, si procede, se remienda en el Congreso.

Después la ley coge la Carrera de San Jerónimo arriba, cruza Sol, se pega su paseíto por la Calle Mayor, hasta la Plaza de Oriente, donde hace cuarenta años Franco daba discursos a las masas y donde hoy los chavales fuman porros y dejan las latas de cerveza tiradas de cualquier manera a los pies de la estatua de un rey visigodo. En la Plaza de Oriente si no hace bueno lo parece, así que la ley se entretiene un poco antes de echar a andar hasta el Senado por la Calle Bailén.

La democracia es así y al Senado te llevaban de visita en el instituto. Primero te enseñaban el edificio antiguo, neoclásico, me parece, con sus bancos de madera vieja y buena y sus tapices caros. Después te llevaban a ver el edificio nuevo, un poco ridículo, medio escondido detrás de una bandera tamaño quevivaespañayolé y semihundido por la poca vista del arquitecto. Poco regio, grismente institucional, metáfora pura. Ahí aparece la ley, mirando el reloj, llama a la puerta, y es recibida por los senadores, que se la llevan al bar para tomar un café y lo que vaya surgiendo.

Porque en realidad poco tiene que hacer la ley allí dentro, salvo dejarse querer y toquetear. En el peor de los casos, si los senadores del partido en el Gobierno se vuelven sensatos o locos (a elegir) y deciden rechazar la ley, no hay problema ni inconveniente. La ley vuelve al Congreso, donde la mayoría que la mandó peinadita al Senado la aprueba otra vez, esta vez de manera definitiva, a pesar de los vetos.

Ahora ponte en la piel de esos senadores. Ten corazón. Decir que trabajas en la Camara Alta impone. La palabra tiene enjundia de siglos. Soy senador. Con pose de romano paseando por el foro con toga nueva. Después explicas en qué andas metido últimamente y la trascendencia difusa de tus funciones resta glamour al asunto.

A no ser que seas Miguel Ángel González Vega, que en cuatro años en el cargo ha registrado 1.410 preguntas. Que a nadie se le ocurra decir que los senadores socialistas cántabros van a Madrid a ver musicales. A mí me tiene con la cabeza loca. Sobre todo porque en el mismo tiempo los senadores populares de la tierruca, que son tres para uno (cuatro durante buena parte de la legislatura), solo han preguntado 42 veces en total. Hazte a la idea: 1.410 preguntas en cuatro años. Haces números y, teniendo en cuenta que uno de los años ha sido bisiesto, te sale a 0,965 preguntas al día, incluyendo sábados, domingos, vacaciones y martes de Champions, que no debe ir nadie.

Hacen falta cinco físicos cuánticos calculando paradojas espaciotemporales para asimilar semejantes cifras. Lástima de esos otros senadores que llegan de rebote, bien porque han perdido las elecciones, bien porque el partido ya no sabe muy bien dónde meterlos, bien porque necesitan un trabajo descansado pagado con dinero público. Pero que el Senado es carne de demagogia lo sabe hasta el niño pijo ese que decía que trabajaba en el CESID y ahora quiere presentarse a senador para acabar con la Cámara desde dentro.

Tonterías aparte, deberíamos analizar para qué sirven 1.410 preguntas que nadie tiene interés en escuchar al otro lado de las puertas de un lugar que por algún motivo se diseñó para que no sirviera de nada y que ha terminado convirtiéndose en el borrador de una comedia que no tiene gracia.

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